jueves, 18 de agosto de 2011

CAZORLA, I



A Cazorla hay que llegar por la noche.
Entonces el prodigio está asegurado.
La primera vez que se llega a Cazorla
ha de ser por la noche.


Un tren lento y desvencijado,
deteriorado y sucio,
me deja en Linares con horas de retraso.
Para ir a Cazorla he de tomar un taxi.
Atravesamos los olivares en penumbra
cubiertos por una vaga bruma.


Y, conforme desaparece la luz,
algo empieza a ocurrir.
En algún momento
el coche ha atravesado un túnel invisible
y hemos entrado en un mundo embrujado.
A nuestro alrededor se extiende la bruma
y el vehículo avanza sobre ella
convertido en coche de caballos, en alfombra mágica,
en pegaso
que me conduce a una ciudad encantada.


Me deja en un hotel transformado en palacio
y cuando salgo a la terraza
del dormitorio
me doy cuenta de que estoy
en un lugar embrujado.


En medio de la bruma
brilla el castillo iluminado,
bastión del Adelantamiento.


Es un castillo de oro
y en él viven seres fabulosos
que durante el día desaparecen.
Un castillo construido con sillares de oro
en el que vive un príncipe nocturno.
A los pies del castillo emergen de la bruma
los templos de la villa
recortándose con un resplandor
azul, blanco, verdoso,
como vistos a través del agua.


Y, enfrente de mí,
flotando en la niebla,
la gran cruz de la ermita,
encendida como si fuera fuego,
como si fuera una cruz de llamas,
una cruz ardiendo inextinguiblemente
en medio de la niebla.


No puedo apartarme de aquí.
Pasa el tiempo y sigo en la terraza,
asomada a ese vacío en el que flota
la ciudad encantada,
escuchando la música de la fiesta
que los seres nocturnos celebran en la fortaleza,
escuchando los murmullos de las oraciones
que alguien reza en los templos,
escuchando el crepitar del fuego
de la cruz que arde sin consumirse.


Debe de haber alguna droga en el aire,
algún conjuro que me está penetrando,
que agudiza mis sentidos,
que me permite oir lo inaudible, ver lo invisible,
ver y oir a los seres nocturnos que habitan esta villa
y que me están comunicando esta alegría,
esta borrachera,
la plenitud de este momento único, teúrgico,
que ha sido posible
porque he llegado a Cazorla por la noche
y he sorprendido a los seres fabulosos
que durante el día desaparecen.

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