martes, 6 de septiembre de 2011

PIEDRA


Cuando se van los turistas
el lugar cambia.
Con la puesta de sol
avanza el silencio.
Un silencio profundo, largo, dorado
como el atardecer.
Los turistas se marchan y se llevan el ruido.
Queda un lugar silencioso
por el que pasean
los monjes blancos.
Monjes que resucitan cada noche
y salen a rezar
en el templo desmoronado.
Se arrodillan entre las piedras rotas
del templo del que fueron expulsados.


Hace tiempo que se derrumbó el techo
y ya no hubo nadie para reconstruirlo.
Cuando se hundió el techo
ya no quedaba nadie para reconstruirlo
porque los monjes habían sido expulsados.
Nadie recogió las piedras rotas,
nadie se cuidó de las estatuas.
Los monjes, silenciosos,
se arrodillan entre pedazos de ángeles
y rezan bajo el cielo.


Se han ido los turistas
y yo paseo entre las piedras rotas.
En el silencio
escucho las pisadas leves
de los monjes que salen de la cripta.
Callados, recogidos,
se van arrodillando en el espacio destrozado.


Hace un rato éste era un lugar ruidoso
pero los monjes saben
que cada tarde regresa el silencio
cuando se van los turistas.
Durante el día, aguardan en la cripta
escuchando el sonido interminable
del desmoronamiento.
Durante el día permanecen en la cripta;
los que vinieron a expulsarlos
los dieron por muertos.
Pero, cada tarde,
cuando el sol dora las piedras rotas
y los turistas marchan
llevándose consigo los gritos
y las conversaciones profanas,
el lugar destrozado recupera su carácter sacro,
el sol poniente penetra en las ruinas,
enciende luces entre el polvo,
se cuela en la cripta.


Y los monjes saben que ha llegado
el momento de recuperar su espacio.
Cada tarde, el sol poniente les devuelve el lugar
del que fueron expulsados.


Se han ido los turistas
y se han llevado el ruido.
En el intenso silencio que han dejado
me arrodillo entre las piedras rotas
del templo recuperado
y contemplo cómo la luz dorada
del sol poniente
resucita, como cada tarde,
a los monjes blancos.
En el gran silencio dorado
escucho sus pisadas blandas
y el leve rumor de los hábitos
y de los rosarios.


Nunca se fueron.
Ocultos en la cripta
aguardaron a que los expoliadores
los dieran por muertos
y así pudieron continuar para siempre
en su monasterio.


Ahora, cada día, siguen aguardando
a que termine el nuevo expolio,
cada día aguardan a que se vayan los turistas.


Y, cada tarde, los monjes escuchan la llamada
y salen de la cripta
para recuperar el espacio
que les arrebataron los hombres
y que el último sol del día les devuelve.

 

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