miércoles, 5 de octubre de 2011

MONZÓN


Fue Monzón fortaleza musulmana.
La ocupó El Cid al frente
del ejército árabe de Zaragoza.
La conquistó después el rey Sancho de Navarra
y fue luego señora del castillo una hija del Cid
casada con el infante Ramiro Sánchez,
místico caballero navarro que fundaría una orden de caballería
y terminaría su vida en el monasterio de San Pedro de Cardeña.


El Batallador dejó el Reino de Monzón al Temple
y los caballeros trasformaron el castillo en austero convento,
en comandancia militar
y en principal encomienda de la Orden.


En el interior del recinto
levantaron un templo sencillo
para que nada en él
distrajera al espíritu,
para que nada en él hiciera referencia al mundo físico.


Tan sólo en las ménsulas, que servían de quicialeras,
a cada lado de la puerta,
incorporaron dos figuras, dos cabezas de animal:
Una cabra, de largos cuernos y luenga barba, a un lado,
y un lobo, al otro,
como guardianes de la capilla.
Dos extraños guardianes para un templo.


En Monzón custodiaron los templarios
una gran biblioteca
y la espada del Cid.


En Monzón acogieron al rey niño.


Era don Jaime hijo de Pedro de Aragón y de María de Montpellier.
Había sido engendrado de extraña forma.
Puesto que el rey tenía múltiples amantes
y no quería yacer con la reina,
ésta urdió un plan con algunos de sus nobles,
quienes hicieron creer al monarca que esa noche
tendría relaciones con una misteriosa dama
que no deseaba ser reconocida.
Así la reina, en la oscuridad de la alcoba,
pasó la noche con su marido
sin que éste lo supiera.
Con la luz del día, don Pedro descubrió el engaño
y abandonó a María para siempre.
De esa única noche,
de esa noche triste,
nació don Jaime, heredero del rey de Aragón,
hijo de un padre que no quiso concebirlo.


La reina ordenó encender doce cirios
con los nombres de los apóstoles,
y puso a su hijo el nombre de la vela que tardó más en apagarse.


Nació el niño en el palacio de Montpellier
donde María vivía confinada y solitaria.


Cuando Jaime tiene tres años
su padre pacta su futuro matrimonio
con la hija de Simon de Montfort, su enemigo,
a cambio de que éste no invada sus feudos franceses.
El niño es recluido en Carcasona
como rehén del francés.


María y Pedro murieron el mismo año,
distantes y enfrentados.
Quedaba como heredero del reino
un niño de seis años
prisionero del señor de Montfort.


Consiguen los nobles aragoneses
que el Papa obligue a Simon a devolver al niño,
que es jurado como rey en Lérida
y entregado a la Orden del Temple
para que lo protejan y tutelen.



En Monzón se encarga de la educación del niño rey
Guillem de Mont-Rodón, Gran Maestre del Temple.



Vive don Jaime en una torre del castillo,
rodeado de monjes-guerreros.
Vive don Jaime en la austera fortaleza,
en lo alto de abrupta colina,
aislado del mundo,
un niño solitario
en medio de hombres sombríos.



El niño rey paseaba por los alrededores del castillo.
Su tutor le enseñaba a cabalgar, a conocer el horizonte,
a mirar el cielo, a entender las señales.



En los claros del monte,
a la orilla del río,
a la sombra de los árboles que crecen junto a las fuentes,
Guillem enseñaba al niño rey
a blandir la Tizona.



El niño rey empuñaba con esfuerzo la espada del Cid
y aprendía a luchar.



El niño rey se había acercado al manantial para refrescarse
cuando se le acercó el ermitaño
que vivía en el cenobio de Santa Quiteria,
en lo alto de un cerro próximo al castillo.
Era un hombre de larga barba blanca
con fama de mago.



Saludó al niño rey y lo miró largamente
contemplando el pasado y el futuro
y a continuación, con voz inapelable,
le dijo que sumergiera la espada en el agua.



Se ponía el sol y el agua parecía de oro.
El niño levantó con esfuerzo la espada
y la hundió en el agua.
El sol poniente sobre las gotas de agua
transmutó por un instante el hierro en oro.
La fórmula mágica del agua y el reflejo del último sol
transformó la espada en instrumento invencible.
El niño se convirtió en hombre aquella tarde.
Cuando, cabalgando ya a oscuras, regresó al castillo,
era un hombre que empuñaba una espada invencible.



Con nueve años fue proclamado rey
y como Jaime I abandonó el castillo
con rumbo a Zaragoza.



Un siglo después el Papa disolverá la Orden del Temple.
Los caballeros de Monzón rechazan la bula de extinción,
se niegan a entregar la fortaleza,
se resisten al arresto
y el castillo es asediado por Jaime II.
Bajo el mando del Comendador Berenguer de Bellvís
resistieron los caballeros un asedio de meses
hasta que los rindió el hambre.
El último comendador de Monzón
y treinta y seis de sus caballeros
fueron confinados en otras fortalezas.
El castillo, el último reducto templario de Aragón,
pasó a la Orden de San Juan.


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