martes, 1 de noviembre de 2011

SAN JUAN DE LA PEÑA, I



Grial...
Así llamaban el Arcipreste y todavía Cervantes
a cualquier modesto vaso, a una copa corriente.
En todas las lenguas romances de la Península
existió esa palabra.
El término “greal” designaba un objeto de uso cotidiano,
un recipiente.


La leyenda del Grial
surgió en un lugar cercano a la frontera francesa.
Las narraciones situarán su Templo en los montes ibéricos,
en los confines de la España cristiana y la España árabe.


***


“La entrada a un mundo de roca espiritual
rodeado de bosques de leyenda”.
Así definió Unamuno el monasterio de San Juan de la Peña.
Un “paisaje del alma”.


Es un enclave en la montaña, en pleno Pirineo,
desde lo alto del cual se contempla
todo el territorio del primitivo Condado de Aragón.


Un paraje situado entre peñascos escarpados,
profundas grutas, intrincados bosques
y cascadas procedentes del deshielo
que caen desde los riscos a los abismos rocosos.
Un lugar solitario, recóndito y seguro,
grandioso, enigmático y atemorizador,
envuelto en el misterio.
Un lugar maravilloso.


Es un enclave alejado de núcleos habitados.
Aislado, por lo penoso de su acceso
y por no ser paso a ninguna otra parte.
Pero cerca del Camino de Santiago,
de la vía que desde Jaca se dirige a Navarra.


Allí, en lo alto, tras un difícil ascenso
por estrecha y empinada senda,
hay una cueva bajo una gran roca,
oculta por la densa vegetación,
junto a una fuente de la que el agua mana en abundancia.


Una cavidad orientada hacia el Norte,
lóbrega, fría y húmeda.
San Juan de la Peña, en el Monte Salvador.


***


De ese lugar misterioso
que en época visigoda fue refugio de anacoretas
se hablará aún siglos después;
sobre ese lugar se escribirán óperas;
de ese lugar se dirá:


«En tierras lejanas,
inaccesibles para vosotros,
se encuentra una fortaleza
llamada Montsalvat.


En su centro se yergue
un majestuoso templo,
tan espléndido
que en la tierra nada hay
tan precioso como él.


En su interior
se guarda un cáliz
bendito y milagroso,
como bien más preciado.
Una corte de ángeles celestiales
lo trajo a la tierra
para que fuese custodiado
por los hombres más virtuosos.
Cada año una paloma
desciende del cielo
para infundir nueva fuerza
a su poder milagroso.


Es conocido como el Grial,
y de él reciben los caballeros
la fe más pura y gloriosa.
Quien es escogido
para servir al Grial
recibe de éste un poder sobrenatural.
Contra él nada puede
la mentira del hombre malvado
y en su presencia
la noche de la muerte se desvanece... »

(Lohengrin, Wagner)


En ese mismo escenario sitúa Wagner
el desarrollo de otra de sus óperas, Parsifal:


En el Castillo del Grial, llamado “Montsalvat”,
en las montañas del norte de la España gótica.
Un camino asciende hacia él a través del bosque.


Entre grandes rocas se abre una amplia cueva,
galerías pétreas
y la gran nave del templo del Grial:
Una vasta sala a ambos lados de la cual hay sendas puertas.


Un templo “en una umbría selva”, canta Lohengrin.

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