sábado, 23 de junio de 2012

UCLÉS




El castillo de Uclés fue plasmado en una miniatura
del Tumbo Menor de Castilla,
donde aparece el esquema de la fortaleza junto a los reyes de Castilla
Alfonso VIII y su esposa Leonor de Inglaterra,
imagen que recoge el momento de la donación del castillo
a la Orden de Santiago.


La fortaleza se encontraba en el camino
entre dos importantes reinos o taifas musulmanas, Toledo y Valencia,
por lo que fue plaza muy disputada.


A finales del siglo XI Alfonso VI la consiguió
mediante permuta por otros castillos de la zona.


En el paraje conocido como La Defensa
tuvo lugar en 1108 la batalla de Uclés o de los Siete Condes
(conocida por los musulmanes como la de los Siete Puercos),
contra los almorávides:


A principios de mayo de 1108 partió de Granada
la tropa almorávide mandada por Tamim ibn Yusuf.
Pasó por Jaén y por Chinchilla,
donde se le fueron incorporando fuerzas de Murcia y Valencia.
El gran ejército avanzó, desordenado e indisciplinado,
según era su costumbre,
y desprovisto de máquinas de guerra,
abiertamente a través de la Meseta,
saqueando y quemando los pequeños asentamientos cristianos
que encontraba a su paso.


Llegó a Uclés el miércoles 27 de mayo.
La última jornada fue galopante para sorprender, por la mañana,
a los moradores de la población.


Los almorávides cruzaron el río Bedija
(nombre que significa “río de la guerra santa”, “wadi yihad”)
y tomaron la ciudad, aún mal protegida.
Unos pocos habitantes lograron escapar
y refugiarse en la alcazaba,
que aguantó el ataque y no fue ocupada.
Los demás fueron asesinados o hechos prisioneros.
El poblado fue destruido.


Durante el día siguiente los musulmanes
centraron sus esfuerzos en la alcazaba
pero no consiguieron asaltarla.


Tropas cristianas que habían sido avisadas del avance almorávide
y se habían ido concentrando en Toledo
llegaron a Uclés el jueves por la noche.
La alcazaba seguía resistiendo el asedio.


Alfonso VI no pudo acudir a la batalla,
pues se hallaba en León, en Sahagún,
convaleciente de la herida recibida en Salatrices.


Al mando de las tropas cristianas iba el infante Sancho Alfónsez,
acompañado por Álvar Fáñez
y siete condes que residían con él en Toledo.


Sancho era el único hijo varón de Alfonso VI,
fruto de sus relaciones amorosas con la princesa Zaida;
desde su nacimiento fue reconocido como heredero,
pese a haber nacido fuera de matrimonio y de madre mora;
su padre así lo quiso,
haciéndole figurar en los diplomas reales a partir de 1103 como
“infans, regnum electus patrifactum y Toletani imperatoris filius”;
el “quirógrafo de la moneda”,
que es el último diploma donde suscribe el infante,
aporta el dato de que su padre le había encomendado
el gobierno de Toledo.


Los cronistas dicen refiriéndose a sus últimos momentos
que podía montar a caballo pero era incapaz de defenderse,
por lo que estaría en torno a los trece años.


En Castilla y León había entonces 27 nobles y 17 obispos.
A Uclés acudieron 8 aristócratas,
lo cual suponía un quinto de los recursos militares del reino,
con unos efectivos de unos 3.000 combatientes,
entre caballeros, escuderos,
mozos de caballos, encargados de provisiones
y los colonos del lugar reclutados.


Tamim pensó en retirarse sin presentar batalla,
pero en la noche del jueves un desertor del ejército cristiano
informó a los muslimes,
dándoles todo tipo de pormenores sobre las fuerzas enemigas.


Tamim, en su campamento,
celebró consejo de guerra con los gobernadores de Murcia y Valencia
y acordaron aceptar el combate.


Al rayar el alba, a punto de dar las 6 del viernes 29 de mayo,
salieron los musulmanes al paso de los castellanos,
a poca distancia de Uclés.


Avanzaban los cordobeses en vanguardia,
las alas las formaban las tropas de Murcia y Valencia,
y en el centro iba Tamim con los soldados granadinos.


En el ejército castellano-leonés, en el centro estaba Álvar Fáñez,
en uno de los flancos (que fue el que cedió)
se hallaba el infante Sancho acompañado por algunos condes,
y en el otro flanco el resto de los condes.


Las tropas cristianas atacaron, con su caballería pesada,
a las cordobesas, que iban en vanguardia,
y provocaron en ellas un gran número de bajas.
Los soldados cordobeses retrocedieron
buscando el apoyo de la retaguardia de Tamim.


Mientras, las alas almorávides,
formadas por los gobernadores de Murcia y Valencia,
con su caballería ligera,
realizaron un movimiento envolvente sobre las tropas castellanas,
que, de pronto, se encontraron con su campamento tomado
y atacadas por los cuatro costados.
Era la táctica del tornafuye bien conocida por el Cid Campeador.


El desorden cundió entre las filas cristianas,
sin tiempo para defenderse por todos los frentes,
incapaces de improvisar un plan de emergencia,
a lo que se añadió la huida de una tropa auxiliar de judíos.


La situación se volvió dramática
y los esfuerzos se centraron en salvar al hijo del rey.


Como un enemigo hiriese gravemente
el caballo que montaba el infante Sancho,
dijo éste a uno de los condes:
“Padre, padre, el caballo que monto ha sido herido”.
Al caer el caballo, y con él el hijo del rey,
descabalgó el conde y colocó al infante entre su cuerpo y el escudo,
mientras los ataques les llegaban por todos lados.
El conde, buen caballero, defendió al infante
por una parte cubriéndolo con el escudo
y por la otra luchando con la espada;
pero al fin le cortaron un pie y, al no poder tenerse,
se dejó caer sobre el niño porque muriese él antes que el infante.


El Bedija se tiñó de rojo y el campo se fue cubriendo de cadáveres.
Los almorávides no hicieron prisioneros.
Los que no pudieron huir y quedaron heridos fueron rematados.
Les cortaron la cabeza, sumando cerca de 3.000,
y con ellas hicieron un montículo
desde el que los almuédanos llamaron a la oración,
engrandeciendo a Alá por la victoria habida.


Los de Uclés, sintiéndose a salvo, se mantuvieron en la fortaleza
sin apoyar a sus correligionarios en el combate.


Las tropas de Alfonso VI hubieron de emplearse a fondo
para sacar a don Sancho de la batalla,
lo que retrasó la huida
y aumentó el número de los que tuvieron que morir
para proteger la retirada del infante.


Otro factor que influyó en que los cristianos fueran alcanzados
estribó en que éstos utilizaban caballería pesada
(muy fuerte en la acometida inicial,
pero torpe en las maniobras y en la huida),
mientras que los almorávides emplearon caballería ligera,
experta en asaltos y ágil en los movimientos.


Los musulmanes persiguieron a los que escapaban
y los alcanzaron a causa del lento cabalgar del muchacho,
que debía estar herido.


Al llegar al lugar denominado Sicuendes, se produjo una escaramuza,
pues los siete condes y los que les seguían,
al ser alcanzados, se enfrentaron de nuevo a los almorávides
para proteger la huida del infante.


Sancho Alfónsez buscó refugio
en el castillo de Belinchón, situado a 22 kilómetros de Uclés.
Pero los musulmanes de Belinchón
se sublevaron contra la escasa guarnición cristiana
y mataron al infante Sancho y a los que le acompañaban.


Cuando los que lograron huir se presentaron ante Alfonso VI,
no supieron responder a la pregunta del rey:
“¿Dónde está mi hijo?”,
pues desconocían que hubiera muerto en Belinchón.
El cuerpo del infante Sancho se recuperó después
y se enterró en el monasterio de Sahagún junto a su madre.


Los musulmanes mantuvieron el cerco de la ciudadela de Uclés,
pero, al no disponer de máquinas de asedio
y ante la dificultad que presentaba el empinado risco con su muralla,
fingieron retirarse, pusieron celadas
y, cuando los sitiados evacuaron la fortaleza para ponerse a salvo,
los sorprendieron, matando a unos y capturando a otros.


La pérdida de la estratégica fortaleza de Uclés,
la derrota de su ejército,
tantos nobles desaparecidos y sobre todo la muerte de su hijo
le supusieron al rey un duro golpe del que no se repondría.
Falleció al año siguiente.


A la rebelión de Belinchón y la toma de Uclés
siguieron la pérdida de Ocaña, Huete y Cuenca.


Alfonso VI se quedó sin heredero varón
y le sucedió su hija Urraca.
Las desavenencias matrimoniales de Urraca con su marido,
el rey de Aragón Alfonso I el Batallador,
provocaron luchas intestinas y retrasaron la reconquista.
Además, se produjo la independencia de Portugal,
al reclamar el condado portugués
Teresa, hija natural de Alfonso VI.


Los musulmanes llamaron al lugar donde se libró la batalla de Uclés
campo de los Siete Puercos.


Más tarde, el comendador de Uclés Pedro Franco
cambió el nombre por Siete Condes, que ha derivado en Sicuendes.
Con este nombre se fundó un pequeño poblado, hoy desaparecido,
entre Tribaldos y Villarrubio, 6 kilómetros al suroeste del castillo.


En 1157 Alfonso VII recobró definitivamente el castillo de Uclés.


En 1163 Alfonso VIII lo entregó a la Orden de San Juan.


En 1170 se creó la Orden de Santiago.
Su sede inicial estuvo en Cáceres
pero, al perderse la ciudad frente a los almohades,
y debido a los conflictos con el rey de León,
la Orden se trasladó al reino de Castilla,
donde los santiaguistas fueron muy bien recibidos por Alfonso VIII.


En el 1174 Alfonso donó la fortaleza de Uclés a la Orden de Santiago.


Los santiaguistas construyeron allí un monasterio
y el lugar se convirtió en cabeza de la Orden.


En la iglesia del convento fueron enterrados
el Maestre de la Orden don Rodrigo Manrique
y su hijo Jorge Manrique.



Jorge Manrique fue herido en el transcurso de la guerra castellana,
en el asedio al castillo de GarciMuñoz, en las cercanías de Uclés,
y falleció poco después;
su cadáver fue llevado al convento.


Para la construcción de una nueva iglesia
las tumbas fueron removidas
y hoy se desconoce tanto el lugar del enterramiento
como el paradero de los restos mortales de ambos personajes.


A los priores del siglo XVI les pareció pobre el primitivo monasterio
y decidieron el levantamiento de uno nuevo.


Contrataron para ello a los mejores maestros canteros,
así como a importantes pintores, tallistas y orfebres.


En 1529 comenzó la construcción del edificio,
en estilo plateresco,
con Andrés de Vandelvira como maestro de obras.


La fachada Este, la que da al pueblo,
la primera que se construyó,
despliega una profusa decoración en sus ventanas:
cruces de Santiago, conchas de peregrino, armaduras, calaveras...


Posteriormente se hizo cargo de las tareas Francisco de Mora,
arquitecto que había trabajado en El Escorial
al lado de Juan de Herrera,
quien lo presentó a Felipe II como su discípulo más notable,
y que a la muerte de Herrera
continuó durante algún tiempo la obra escurialense.
Con él se introdujo en Uclés el estilo herreriano.


En el siglo XVIII Pedro de Ribera completó la portada principal,
en la fachada Sur,
en estilo churrigueresco.


En la parte superior de la portada
destaca una imagen de Santiago de medio cuerpo
que levanta en su mano diestra una espada de hierro
en la que figura la inscripción “Fidei defensio”, “Defensa de la fe”,
mientras en la mano izquierda sostiene la cruz maestral.


En la base de la imagen se lee “Caput ordinis”,
lo que indica que se trata de la casa madre de la Orden.


Debajo de la figura de Santiago,
dos leones rampantes sujetan la Corona Real,
encima hay un sol
y a ambos lados dos bustos de moros sujetos con cadenas.


A su alrededor, numerosos elementos decorativos.


Entre ellos dos figuras de medio cuerpo
que representan a dos caballeros,
una cara monstruosa,
un niño pequeño tocando la guitarra...


En la iglesia, en el centro del retablo mayor,
un gran cuadro de 1670 de Francisco Ricci,
pintor de cámara de Felipe IV y Carlos II,
representa al apóstol Santiago sobre su caballo blanco
derrotando a los moros.


En los intercolumnios hay dos esculturas:
San Agustín escribiendo la regla de la Orden
y San Francisco de Borja,
que tomó el hábito santiaguista en este convento.


El retablo, junto con la casi totalidad de las obras de arte del lugar,
fue destruido durante la Guerra Civil.


Se salvó, aunque en muy mal estado, el cuadro de Ricci.
El resto del retablo actual es una reproducción realizada en 1950.


En las pechinas de la cúpula,
pinturas que representan a los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel
y al Ángel de la Guarda.


En las paredes de la iglesia, sobre los arcos de las capillas,
dos grandes cuadros que representan
la batalla de las Navas de Tolosa
y la batalla de Santa María de Tentudía.


Existían otros dos cuadros, desaparecidos en la guerra,
que representaban las batallas de Covadonga y de Clavijo.


Del vestíbulo de la sacristía
arranca una escalera que sube al piso alto del claustro,
escalera presidida por un gran lienzo
que representa la aparición de Santiago en la batalla de Clavijo,
obra de Antonio Gonzalez Ruiz,
pintor de cámara de Fernando VI.


En el refectorio destaca el artesonado de madera.


La primera fila de casetones está compuesta por 36 bustos
que representan a caballeros de la Orden
con la cruz de Santiago al pecho.


El busto que preside el artesonado es el de Carlos V
con los atributos imperiales (corona, orbe y cetro).


Uno de los bustos es un esqueleto de medio cuerpo
con corona de conde y manto sobre los huesos,
rodeado por una inscripción:
«Vosotros, los que os tenéis en algo,
deteneos ahora un poco, os ruego, y considerad mis palabras:
No perdono a nadie»,
alegoría de la muerte que a todos vence.
Se atribuye la frase y la representación a don Álvaro de Luna,
natural de Cuenca, Maestre de Santiago y Condestable de Castilla.


Por lo demás, el refectorio, muy modificado y en uso,
es muy sencillo y carece de decoración.


El castillo llegó a estar protegido por tres lienzos de muralla
de diferentes épocas: árabe, bajomedieval y moderna.


La primera línea de muralla
protegía la antigua huerta regada por el río Bedija.


La segunda línea, hoy muy deteriorada,
tenía una función estrictamente defensiva,
con trazado en forma de diente de sierra.


La tercera línea, situada en lo más alto,
cerraba la fortaleza.


En el siglo XIX el edifico pasó a ser propiedad
del obispado de Cuenca.


En 1890 acogió por un tiempo
a los jesuitas franceses desterrados de su país.
Fue también noviciado y colegio de agustinos.


En 1936 fue saqueado y sufrió importantes daños.
Durante la Guerra Civil se transformó en hospital de sangre.
Tras la contienda, se utilizó como cárcel para presos políticos.


En 1949 se convirtió en el seminario menor del obispado de Cuenca,
con el nombre de “Santiago Apóstol”.


En el monasterio se han rodado varias películas,
entre ellas los “Tres Mosqueteros”
y en 2005 la cinta española “Alatriste”.

Un proyecto que se está estudiando
es la habilitación de parte de las dependencias como hospedería,
pero ello requeriría una fuerte inversión económica.

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