lunes, 3 de diciembre de 2012

GUADALAJARA, III. Palacio del Infantado



La familia Mendoza es una de las más importantes
de la Historia de España.
Algunos miembros del clan fueron, en cierto modo,
ideólogos y ejecutores
de la parte más brillante de la historia del país.

Era una rama de la Casa de los Haro,
Señores de Vizcaya.
Era originaria de la localidad vasca de Mendoza, cerca de Vitoria.
Originaria de Álava, como otras grandes familias señoriales:
los Ayala, los Velasco...
Familias que habían pasado muchos años luchando entre ellas.
Cuando, en tiempos de Alfonso XI,
estos señores fueron entrando al servicio de los reyes de Castilla,
sus contiendas banderizas terminaron,
se incorporaron a las milicias castellanas
y con el servicio al rey iniciaron
el acopio de recompensas.

Los Mendoza son de las pocas familias castellanas
que ya eran nobles antes del siglo XIV
y que sobrevivieron a ese siglo de pestes y guerras.
Pretendían descender de los reyes de Navarra
y del Cid Campeador.


El origen del linaje está en Íñigo López,
Señor de Vizcaya en la segunda mitad del siglo XI.
Su nieto casó con Sancha Díaz de Frías,
que llevó en dote el solar de Mendoza.
El nieto de éstos, Lope Íñiguez,
fue el primero en utilizar el apellido Mendoza.
Su hijo, Íñigo López de Mendoza,
construyó a principios del siglo XIII la Torre de Mendoza,
que aún se conserva.

El primer Mendoza que aparece al servicio del Reino de Castilla
es Gonzalo Yáñez de Mendoza.
Luchó contra los moros en las mesnadas de Alfonso XI
y se asentó en la ciudad de Guadalajara,
de la que fue Regidor.
Contrajo matrimonio con mujer de la familia Orozco,
alavesa también, acaudalada e influyente,
que aportó al matrimonio algunas tierras alcarreñas.


***


El hijo de Gonzalo, Pedro González de Mendoza,
y su tío Íñigo López de Orozco
se mantuvieron leales a Pedro I
durante los primeros años de su reinado
y en el inicio de la guerra civil por el trono
entre Pedro y su hermanastro Enrique.
En 1366 las torpezas de Pedro I,
en contra de los consejos de sus capitanes,
dieron por resultado la pérdida de Burgos
y resultó evidente que no podría ganar la guerra.
Los Mendoza y los Orozco
reconocieron como rey a Enrique de Trastámara.
Eligieron el bando vencedor en el momento preciso.
Se iniciaba una larga y provechosa relación
con la nueva dinastía.
La fortuna de la familia se labró en este cambio de bando.
Se irá incrementando
a base de luchas, mercedes reales y casamientos;
una acertada política matrimonial y sucesivas herencias,
acrecentaron considerablemente su patrimonio.

En 1367, tras la batalla de Nájera,
Pedro I asesinó a Íñigo López de Orozco,
al que había hecho prisionero.
Ello fortaleció la adhesión de los Mendoza a la causa de Enrique.
Los demás miembros de la familia,
que también habían sido hechos cautivos,
fueron liberados a costa de un cuantioso rescate
e iniciaron una serie de alianzas matrimoniales
que consolidasen su situación.
(Don Pedro contrajo matrimonio primero
con María Fernández Rodríguez,
hermana de Pedro Fernández Pecha,
fundador del Monasterio de San Bartolomé de Lupiana;
muerta María sin sucesión,
don Pedro casó con Aldonza de Ayala,
hermana del Cronista y Canciller Pero López de Ayala).
Con ella tuvo, entre otros hijos,
a Juana de Mendoza, bisabuela del rey Fernando el Católico.

Comenzaba la transformación del clan
en un auténtico partido político.
Quedaban asentadas las bases para su ascenso.
A partir de los acontecimientos de Nájera,
la familia creció y se convirtió en un poderoso grupo militar y político,
el bando más influyente de Castilla,
un bloque bien delimitado en el seno de la aristocracia castellana.
Sus miembros ostentaron
los cargos más altos, políticos y militares, del Reino.
Muchos de ellos llevarán el nombre del antepasado
que había puesto los cimientos de su poder:
Íñigo López.

Don Pedro recibió del nuevo rey tierras en Madrid y Guadalajara,
incluyendo las villas-fortaleza de Buitrago e Hita,
que habían sido señorío de Íñigo López de Orozco.
Además, fue nombrado ayo del hijo de Enrique,
el futuro rey Juan I.
Hita había pertenecido a los Orozco desde que en el siglo XI
un Orozco casara con Juana Ruiz, Señora de Hita.
Los Mendoza se instalaron en este territorio
como sucesores de los Orozco.
En las fortalezas de Hita y Buitrago
se fraguó el poder futuro de los Mendoza,
pues a ellas se retiraban en caso de peligro o pérdida del favor real.

Al subir al trono Juan I de Castilla,
nombró a don Pedro Mayordomo Mayor
y Capitán General de sus ejércitos.
Al fallecer el rey de Portugal, Juan I optó a su Corona,
y Pedro quedó como uno de los regentes de Castilla en 1384.

Don Pedro, además, fue uno de los primeros
poetas palaciegos de la corte castellana,
y se conservan cuatro obras suyas en el Cancionero de Baena.

En su testamento, don Pedro ordenó su entierro
en el monasterio de San Francisco de Guadalajara
y fundó varias capellanías en sus territorios
para que fueran cantadas misas diarias
para siempre jamás, por las almas de sus antepasados.
Nombró por testamentarios
a Fernán Pérez de Ayala, su suegro
y a Pero López de Ayala, su cuñado.

En 1385 Pedro luchó junto a Juan I en la batalla de Aljubarrota.
Las tropas castellanas fueron derrotadas.
El caballo del rey fue alcanzado y muerto.
Pedro le cedió su montura para que escapara.
El gesto le costó la vida, y lo convirtió en un héroe.
El romancero recogió el episodio:
“El caballo vos han muerto, subid, rey, en mi caballo…”

En Aljubarrota murieron muchos miembros
de la vieja nobleza,
lo que facilitará el ascenso de la nueva clase noble
representada por los Mendoza.

El hijo de don Pedro, Diego Hurtado de Mendoza,
Almirante de Castilla,
heredó la gran fortuna de su padre
y la amplió, gracias a las numerosas mercedes
de los reyes Juan I y Enrique III
y a un provechoso matrimonio con Leonor Lasso de la Vega,
cuya dote incluía Carrión de los Condes
y los estados de las Asturias de Santillana,
donde era conocida como la ricahembra.
Aunque la pareja tuvo muchos hijos,
mantuvo casas separadas,
Leonor en Carrión de los Condes con su madre,
Diego en la residencia familiar de Guadalajara,
con su prima y amante Mencía de Ayala.

En las luchas de poder
durante la minoría de edad de Enrique III,
apoyó al bando vencedor al aliarse con su tío Pero López de Ayala,
lo que le valió ser nombrado consejero del rey
(en un momento en que también lo era su tío Ayala,
que además era canciller mayor)
y la confirmación en 1391 de su señorío sobre el Real de Manzanares.

El Almirante recibió el patronazgo
de los cargos públicos de Guadalajara.
Dado que anteriormente los Mendoza habían obtenido
el derecho a designar los procuradores en Cortes de la ciudad,
a partir de entonces se convirtieron de hecho
en señores de la ciudad.
Cuando murió en 1404,
don Diego era considerado el hombre más rico de Castilla.


***


Íñigo López de Mendoza nació en 1398
en Carrión de los Condes, Palencia.
Su abuelo, Pedro González de Mendoza,
y su padre, el Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza,
fueron, como él, poetas,
y estuvo emparentado con grandes figuras literarias de su tiempo,
como el Canciller Pero López de Ayala,
Fernán Pérez de Guzmán y Gómez Manrique.

En 1420, Íñigo se alió con sus primos
Fernán Pérez de Guzmán,
Fernán Álvarez de Toledo, futuro conde de Alba,
y Pedro Fernández de Velasco, futuro Condestable de Castilla,
en apoyo del infante Enrique de Aragón
contra el joven rey Juan II.
Esta acción fracasó pero fue, sin embargo,
el origen de una larga alianza entre los citados linajes.
Los Mendoza pronto cambiaron de bando
y durante años defendieron el Reino
de los ataques de los infantes de Aragón.
Iñigo fue un personaje clave
en la sociedad y en la literatura castellanas
durante el reinado de Juan II.

En 1443, don Íñigo estableció una alianza
con su primo Luis de la Cerda, conde de Medinaceli;
los dos eran sobrinos nietos de Ayala y a la vez consuegros:
«Por quanto en este regno han sido e son grandes bolliçios,
guerras, escándalos e muertes,
e se esperan más adelante...,
e esto aya logar por ser sembrada tanta sizaña e hodio
entre los grandes del regno unos con otros...,
e para esto remediar prinçipal e primeramente
sería muy complidero e aún neçesario
procurar unidad e amistança entre los dichos grandes del reino;
e en caso que de todos en uno no sea ligera nin presta la concordia,
nin por eso se deva dexar de fazer entre algunos dellos...
E como aquellos devan buscar e procurar más
la amistança e juntamento
que mayores deudos e más çercanos en uno tengan,
por ser la discordia de aquellos más peligrosa,
por ende, nos don Luis de la Çerda,
conde de Medina, señor del Puerto de Santa María,
e Iñigo López de Mendoça, señor de la Vega,
queremos que sea conosçido a todos los que la presente verán que,
por serviçio de Dios e del rey, nuestro señor,
por dar algún buen comienço a la concordia sobredicha,
que nuestra final e apurada voluntad es
que entre nos e nuestras Casas,
que en tan grandes deudos de consanguinidad
e matrimonios de nuestros fijos e nietos somos,
non aya nin pueda razonablemente venir
discordia nin división alguna,
más que así e más, si puede ser,
seamos juntos en una voluntad e opinión
por amor, confederaçion e liança e buena concordia,
como los sobredichos deudos lo quieren e mandan en esta guisa:
que nos guardemos e trataremos bien e verdaderamente
el uno al otro, o el otro al otro,
e procuraremos el uno por el otro, el otro por el otro,
que dicho señor rey nos faga merçedes a nos e a cada uno de nos».

Como reconocimiento a su actuación en la batalla de Olmedo,
Juan II de Castilla nombró a Íñigo en 1445
Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares,
primeros títulos que ostentó la familia Mendoza.
El suyo fue el primer Marquesado que se concedió en Castilla.
Las encarnizadas luchas intestinas de la familia real
determinaron la necesidad de contar con hombres nuevos
en los puestos de mando.

La última gran intervención pública del Marqués
se produjo en la campaña contra el reino nazarí de Granada de 1455,
ya en el reinado de Enrique IV de Castilla.
Ese mismo año murió su mujer doña Catalina,
y el Marqués se recluyó en su palacio de Guadalajara.
Don Íñigo murió en 1458 en Guadalajara,
donde la familia se instaló definitivamente.

Hermana del Marqués era doña Aldonza de Mendoza,
hija del primer matrimonio de Diego Hurtado de Mendoza
con doña María de Castilla (hija natural del rey Enrique II).
Las relaciones de Aldonza y su hermanastro fueron malas,
debido a que Aldonza consideraba injusto
que toda las riquezas de su padre,
y en particular el palacio del Real de Manzanres,
fueran heredadas por su hermano.

Íñigo casó con Catalina Suárez de Figueroa,
hija del Maestre de Santiago Lorenzo Suárez de Figueroa,
con lo cual su patrimonio se incrementó mucho,
transformándolo en uno de los nobles más poderosos de su tiempo.

El Marqués es el autor del lema de los Mendoza:
“Dar es señorío, recibir es servidumbre”.

Por lo general, los Mendoza se casaban jóvenes,
en ocasiones más de una vez,
tenían muchos hijos,
alcanzaban una edad avanzada
y mantenían un nivel de influencia personal
que los protegía de cualquier eventualidad política.

A la muerte de don Íñigo,
la jefatura de la familia pasó a su hijo mayor,
el segundo Marqués de Santillana,
pero la dirección efectiva la ejerció uno de los hijos menores,
Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra.


***


Don Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa
nació en Guadalajara a comienzos del siglo XV.
Era el primogénito de Íñigo López de Mendoza,
y fue llamado como su abuelo.
Fue segundo Marqués de Santillana
y segundo Conde del Real de Manzanares.
De mozo su padre le envió
a pacificar sus dominios de Asturias de Santillana.
En 1436 casó con Brianda de Luna,
prima del antiguo enemigo de su padre,
el Condestable don Álvaro de Luna,
con lo que se unieron las casas de Mendoza y Luna.

Las relaciones de don Diego con Enrique IV no eran buenas
y el rey llegó a expulsarlo de Guadalajara en 1459,
pero don Diego apoyaba la legitimidad del monarca
y éste le devolvió su ciudad en 1462.
Los Mendoza eran, en la práctica, los dueños de Guadalajara,
aunque no sus Señores, pues Guadalajara era ciudad de realengo.

El segundo hijo del Marqués, Íñigo López de Mendoza,
fue nombrado por Enrique IV Conde de Tendilla,
y su descendencia obtendrá
la alcaidía vitalicia de la Alhambra de Granada.

En 1464 se inicia en Castilla un nuevo capítulo
de la tradicional lucha entre el monarca y sus parientes.
En el enfrentamiento entre Enrique IV y sus hermanastros,
Alfonso e Isabel,
los Mendoza, dirigidos por el obispo de Calahorra,
tomaron partido por el rey.

Enrique recompensó generosamente a los hermanos Mendoza
y les entregó a su hija Juana,
como fianza de cuanto les había prometido.
Los Mendoza se convirtieron en custodios de la princesa.
Don Pedro consiguió el obispado de Sigüenza,
más rico que el de Calahorra,
y se instaló en la Corte.

Pero en 1473 don Pedro fue nombrado Cardenal
gracias al respaldo de la monarquía aragonesa,
y ello hizo que el nuevo prelado
se decantara hacia el bando de Isabel y Fernando.
A continuación, don Diego se entrevistó en secreto
con Fernando, camino de Dueñas
(“anduvieron dos largas leguas a solas”),
y con Isabel, cerca de Segovia.
En mayo de 1474 don Diego, con toda su familia y aliados,
pasó a apoyar a los futuros Reyes Católicos.

Este paso, de defensores de los derechos de la princesa Juana
a dirigentes del partido de Isabel,
fue el momento culminante de la historia de los Mendoza.

En diciembre moría Enrique IV,
Isabel, hermana de Enrique, se proclamaba reina de Castilla
y en 1475 comenzaba una guerra civil por la sucesión
entre Isabel y Juana.

La reina, agradecida a don Diego por su respaldo,
le confirió el título de Duque del Infantado
el 22 de julio de 1475.

En el documento en que se otorga este título,
se designan por su nombre a varios personajes de la familia Mendoza
y se indica la relación que los une con el Infantado:

«E acatando otrosí a los grandes hombres
e caballeros, hermanos, yernos e hijos, e sobrinos,
e parientes vuestros,
que conmigo y con vos a la dicha batalla se hallaron;
los cuales por sus grandes dignidades, estados,
e por los grandes deudos que con vos tienen
es razón de ser aquí nombrados;
especialmente el Reverendísimo don Pedro González de Mendoza,
cardenal de España, arzobispo de Sevilla y obispo de Sigüenza,
nuestro tío, vuestro hermano,
y don Pedro de Velasco, conde de Haro, condestable de Castilla,
vuestro cuñado,
e don Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque,
vuestro yerno,
e don Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de Coruña,
vuestro hermano,
e don Gabriel Manrique, conde de Osorno, vuestro primo,
e don Pedro de Mendoza, conde de Monteagudo, vuestro sobrino,
e don Diego Hurtado de Mendoza, obispo de Palencia,
vuestro sobrino,
e don Benardino de Velasco,
vuestro sobrino, hijo del dicho condestable,
e don Bernardino de Mendoza,
vuestro sobrino, hijo del dicho conde de Coruña,
e don García Manrique, comendador mayor de Castilla,
vuestro sobrino, hijo del dicho conde de Osorno,
e Alonso de Arellano, vuestro yerno,
e don Juan e don Hurtado de Mendoza, vuestros hermanos,
e don Pedro de Mendoza, e don Juan de Mendoza, vuestros hijos,
y otros muchos caballeros de vuestro linaje y estado».

Los Mendoza, capitaneados por el Duque y el Cardenal,
ayudaron a Isabel en 1476 a ganar la decisiva batalla de Toro.
Los Mendoza aportaron los mandos y la mayor parte de las fuerzas
que dieron a Isabel y Fernando la victoria en la guerra civil.
El apoyo de los Mendoza a Isabel la convirtió en reina.
El Pedro González de Mendoza que en 1366
tomó partido por Enrique de Trastámara
era uno más de los capitanes de Castilla;
el Pedro González de Mendoza que en 1473
da su apoyo a Isabel de Trastámara
representaba a la fuerza política más rica y poderosa de Castilla,
capaz de hacer reyes.
Don Pedro será conocido, por su poder,
como el “tercer rey de España”.
El Cardenal ejercerá gran influencia sobre los nuevos monarcas,
lo que aprovechó para aumentar la fortuna familiar
y asegurar la posición de sus parientes
con títulos nobiliarios y puestos influyentes.

Don Diego, el nuevo Duque,
también luchó en la frontera de Granada.
Murió en Manzanares el Real en 1479.

Hernando del Pulgar describe al Duque:
«Hombre delgado y alto de cuerpo,
de ojos prietos y las facciones del rostro hermosas
y bien proporcionado en la compostura de sus miembros ...
Instruido en las letras latinas ...
Tenía por dicho que en el infortunio relucía la constancia ...
Tenía el ánimo noble y las entrañas abiertas ...
Tenía la codicia de haber bienes temporales,
como todos los mortales tienen,
pero en esto tuvo una singular templanza ...
Fundó en su villa de Manzanares
la fortaleza que está en ella edificada ...
Fue vencido de mujeres y del apetito de los manjares ...».

Se cree que el retrato orante en las tablas de Sopetrán
(ahora en El Prado)
le corresponde a él y no a su padre, como se afirmó.
Y quizá pudiera ser también don Diego
quien reza arrodillado tras el Marqués de Santillana
en el retablo de Buitrago de Jorge el Inglés.


***


El segundo Duque del Infantado, don Íñigo López de Mendoza y Luna,
nació y murió en Guadalajara.
Nació en 1438.
Se casó en 1460 con María de Luna,
hija única de don Álvaro de Luna,
el enemigo del Marqués de Santillana.
Se unieron así las fortunas de ambas casas,
sumando sus dominios 800 lugares.
La Casa del Infantado fue una de los más poderosas
de la Baja Edad Media castellana.
Los demás Mendoza reconocieron al Infantado
como cabeza efectiva y simbólica de todos los Mendoza.

El segundo Duque del Infantado participó en la guerra de Granada
y en la escolta de la reina Isabel.
Le gustaban el lujo y la ostentación
y la tropa guerrera que mandaba parecía vestida para un torneo,
aunque ello no iba en detrimento de su eficacia militar.

Terminó la fortaleza-palacio de Manzanares el Real
y edificó el Palacio del Infantado en Guadalajara.
En sus construcciones aparecen repetidamente
los escudos unidos de Mendozas y Lunas.

El Palacio de los Duques en Guadalajara
se convertirá rápidamente en el centro familiar
al que acudían y donde se alojaban
los miembros de las otras ramas del clan,
educándose allí tanto sus hijos y los de los familiares
como los de los nobles de inferior rango
que servían en la Casa del Duque,
como fue el caso de Martín Vázquez de Arce,
el llamado doncel de Sigüenza.

Don Íñigo murió en 1500.


***


Le sucedió su hijo Diego Hurtado de Mendoza y Luna
que en 1520 fue uno de los primeros nobles
que recibió de Carlos I la dignidad de Grande de España,
con derecho a permanecer cubierto en presencia del rey.
Tuvo una de las principales fortunas del reino.

En el linaje de los Mendoza llegará a haber
más de veinte casas con títulos nobiliarios,
integrantes de la aristocracia del Siglo de Oro español.
Los primogénitos de los Duques del Infantado,
llamados a sucederles,
ostentaban el título de Marqués de Santillana,
en una suerte de principado interno.

Los Mendoza seguirán teniendo gran influencia en la Corte,
y serán, muchas veces, miembros del Consejo de Estado.

Hubo muchos Mendozas con el mismo nombre,
incluso en la misma época:
en 1515 había siete personas en la familia
llamadas Íñigo López de Mendoza.

Rasgos comunes a los Mendoza, tanto hombres como mujeres,
fueron la nariz prominente, el genio vivo,
agitadas vidas privadas,
el amor por las artes y los libros,
el gusto por los gestos deslumbrantes,
una cierta preocupación patriarcal por sus vasallos,
poco frecuente en los nobles de la época,
un fuerte sentimiento de lealtad familiar
construido en torno al jefe del clan
y un profundo orgullo de clase.


***


Las cotas de poder que el Cardenal consiguió
para la siguiente generación de la familia,
permitieron que sus miembros se fueran independizando.

En particular creó unas bases propias para sus hijos
en Granada y Valencia.

Su hijo mayor, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza,
Marqués del Cenete y Conde del Cid,
poseyó vastos dominios en Granada.
En 1535, su hija, heredera de títulos y fortuna,
se casó con el heredero del Duque del Infantado,
regresando los títulos a la casa central de los Mendoza.

El hermano de Rodrigo, Diego Hurtado de Mendoza y Lemos,
Conde de Mélito,
desempeñó un papel importante como Virrey de Valencia
durante los primeros años del reinado Carlos I,
haciendo frente a la sublevación de las Germanías.
Nieta de éste será doña Ana de Mendoza,
Duquesa de Pastrana y Princesa de Éboli.

Uno de los sobrinos del Cardenal,
Íñigo López de Mendoza y Quiñones,
segundo Conde de Tendilla,
gracias a la influencia de su tío,
fue nombrado capitán general de Granada
y alcaide de la Alhambra.

Durante las disputas por la sucesión surgidas en 1504,
a la muerte de Isabel la Católica,
Tendilla fue uno de los pocos nobles castellanos
que permaneció fiel a Fernando
y se opuso a las maniobras de Felipe de Borgoña
para hacerse con el reino.
Después, se fue centrando en los problemas de Granada
y aislándose del resto de la familia,
convencido de que su casa era la única que se mantenía fiel
a la tradiciones familiares de los Mendoza.

En esa atmósfera de crisis y rebelión que se generó en Castilla
tras la muerte de la Reina Católica,
los Mendoza tuvieron que elegir
entre su política tradicional, de apoyo a los Trastámara,
cuyo último representante era Fernando el Católico,
que había colaborado en el éxito de los Mendoza en el pasado,
y la nueva política de apoyo a la entrante dinastía de Borgoña,
que les podría facilitar el sostenimiento de su posición en el futuro.

El tercer Duque del Infantado, jefe nominal de los Mendoza,
así como el Condestable,
que de hecho dirigía los asuntos de la familia,
optaron por la nueva línea política.
Tendilla prefirió mantener la tradición.

Durante los siglos XV, XVI y XVII
siempre hubo algún Mendoza en la Corte,
tanto con los Trastámaras como con los Habsburgos,
en puestos de importancia,
aunque nunca fueron tratados como favoritos reales.

Sin embargo la idea de “familia” del Marqués de Santillana
no sobrevivió al siglo XVI.


***


En el siglo XIX,
al morir sin descendientes el décimo quinto Duque del Infantado,
sus numerosos títulos acumulados
fueron repartidos entre varios de sus familiares,
algunos de ellos, lejanos,
ya que la Corona no veía con buenos ojos
que una sola persona poseyera tantos títulos y tantas propiedades.

Pero cuando en 1932 se censaron
los bienes agrícolas de los Grandes de España,
la Casa del Infantado era todavía la novena propietaria del país
con 17.171 hectáreas.

En el siglo XX, un miembro de la familia,
Sor Cristina de Arteaga, profesó en las jerónimas,
Orden de la que fue Superiora.
Escribió una Historia de la Casa del Infantado.
Murió en 1984 y en 2001 se inició su proceso de beatificación

Desde 1997, es décimo noveno Duque del Infantado
Íñigo de Arteaga y Martín, nacido en 1941.


***


En los siglos XIV a XVII,
el poder de los Mendoza en la actual provincia de Guadalajara
era casi completo.
Muestra de ello son sus magníficos castillos y palacios.
El más importante de estos últimos fue el del Duque del Infantado,
casa principal de los Mendoza,
construida en Guadalajara capital.

No es una construcción militar,
como lo había sido la mayoría hasta entonces,
sino una residencia palaciega.

En el siglo XIV el primer Mendoza alcarreño, don Pedro González,
puso en Guadalajara sus casas principales.
En ellas el primer Marqués de Santillana vivió largas temporadas
y mantuvo su principal biblioteca y estudio.

Hacia 1480 el segundo Duque del Infantado,
don Íñigo López de Mendoza y Luna,
decidió derribarlas
y construir un nuevo y esplendoroso edificio palaciego,
por acrecentar la gloria de sus progenitores y la suya.

Lo encargó al toledano Juan Guas, autor también
del castillo mendocino del Real de Manzanares
y del monasterio toledano de San Juan de los Reyes.

Al terminar el siglo el edificio estaba terminado.
Su estilo era absolutamente hispano.
Numerosos artistas mudéjares participaron en la decoración.


***


En 1560 se casaron en este palacio
Isabel de Valois y el rey de España Felipe II.

En 1569 el quinto Duque del Infantado impulsó unas reformas
para que el Palacio se asemejara
a la residencia que Felipe II estaba levantando
en las cercanías de Madrid.
Desmochó los pináculos de las torres,
tapó las ventanas góticas,
decoró los techos de los salones
con pinturas al fresco realizadas por artistas italianos
que estaban trabajando en El Escorial,
convirtió los jardines moriscos, junto al Palacio,
en un “jardín mitológico”.

En 1700, Mariana de Neoburgo,
última reina consorte de los Habsburgo españoles,
se retiró de la vida pública en este palacio,
donde murió cuarenta años después, en 1740.

En el siglo XVIII los Mendoza abandonaron Guadalajara
para marchar a la Corte.
El palacio quedó abandonado.

A finales del siglo XIX, el décimo quinto Duque del Infantado
vendió la mitad del palacio al Ayuntamiento.

Posteriormente la Casa Ducal y el Ayuntamiento
cedieron el edificio al Ministerio del Ejército,
que lo utilizó como colegio para huérfanas de militares.

En 1936, en un bombardeo,
el Palacio quedó casi destruido.
Durante décadas, permaneció en ruinas.
Pero, terminada la cesión al Ministerio del Ejército,
los propietarios del Palacio,
es decir, el Ayuntamiento de Guadalajara
y el décimo octavo Duque del Infantado
(reservando una zona para vivienda y archivo familiar)
transfirieron el Palacio a la Diputación en 1961
para instalar un museo.

Se inició una lenta reconstrucción y rehabilitación,
aunque su antiguo esplendor se perdió para siempre,
como se perdieron los artesonados mudéjares,
los mejores del mundo.
De la primitiva escalera nada queda.
Los elementos más representativos
(la fachada, el Patio de los Leones y la Galería del Jardín)
se restauraron entre 1961 y 1971.

En 1972 se trasladaron al edificio
el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara
y la Biblioteca Pública Provincial de Guadalajara.

Actualmente es la sede del Museo de Bellas Artes de Guadalajara.
En él se conserva el sepulcro en alabastro
de doña Aldonza de Mendoza, fallecida en 1435
y enterrada en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana.

En 2004 la Biblioteca se trasladó al Palacio de Dávalos.

El Archivo Histórico próximamente será trasladado a otro edificio
(todavía en construcción)
y se darán nuevos usos al Palacio.


***


Sobre la puerta de entrada al Palacio se encuentran
los escudos coronados de Mendoza y Luna.
A sus extremos, sendas tolvas de molino,
emblema adoptado por los Duques.
En las enjutas del arco,
dos grifos rampantes muestran otro par de tolvas.
Encima, el escudo de los Duques, inclinado.
Sobre éste figura la corona ducal
y encima de ella una celada de frente,
como símbolo de ducado soberano.
Sobre ella, la corona cívica,
desde la que asoma alada bicha de alas desplegadas.
A los lados, dos tolvas de molino.
Dos tenantes sostienen el complejo emblema.
Encerrados en volutas aparecen veinte distintos escudos
(cruces, castillos, leones, encinas...)
que representan los estados, títulos y señoríos
que tenían los Mendoza.

En el patio central, llamado de los leones,
como relleno de los paramentos alzados sobre los arcos,
se presenta un mundo prolijo de temas entre los que destacan
las parejas de leones
sosteniendo tolvas de molino, todas ellas diferentes,
 al igual que los leones.
Sobre cada columna se alza un escudo,
alternando el del apellido Mendoza con el de Luna,
todos rematados con coronas ducales
con ornamentaciones diferentes,
y una celada terciada, unas veces a derecha y otras a izquierda,
que tiene por lambrequines unas hojas de cardo,
y como apoyo de los leones y bichas aladas, que llevan por cimera,
se interponen coronas cívicas.
A lo largo de la rosca de los arcos hay tallada una cartela,
hoy mutilada,
en la que se inscribe una frase
que anotó Quadrado en el siglo pasado:

«El yllustre señor don yñigo lopes de mendoça,
duque segundo del ynfantazgo,
marqués de santillana,
conde del real e de saldaña,
señor de mendoça y de la vega,
manda faser esta portada,
año del nascimiento del nro salvador ihu xpo
de MCCCCL XXXIII años...
Seyendo esta casa edificada por sus antecesores
con grandes gastos e de sumptuoso edeficio,
se puso toda por el suelo
y por acrescentar la gloria de sus proxenitores y la suya propia
la mandó edeficar otra vez
para mas onrrar la grandeza de su linaje,
año myll e quatrocientos e ochenta y tres años».
«Illustris dominus S. Enecus Lopesius Mendoza
dux secandus del Infentado,
marchio Sanatiliane, comes Regalis et Saldanie,
dominus de Mendoza et de la Vega
hoc palatiam a...
propenitoribas quandam magna erecum impensa sed...
al solum usque ferme...
ad ilustrandam mejoram suaram...
am et suam magnitubinam post...
dandam pulcherrima et sumptuosa mole, arte miro...scultoris...
Esta casa fizieron Iuan Guas e Maestre Egescoman
e otros muchos maestros... Vanitas vanitatam et omnia vanitas».


Se conservan algunas de las estancias bajas
que pintores italianos decoraron a fines del siglo XVI
por encargo del quinto Duque del Infantado.
Entre ellas destacan:
La sala de Cronos, con la imagen de este dios
y los signos del Zodiaco.
La gran sala de las batallas,
con frescos recogiendo escenas
de la historia militar de los Mendoza,
representaciones de virtudes cívicas
y figurillas jugueteando con arneses de guerra.
Dos ovaladas salitas con escenas mitológicas.
Y otra sala con representaciones de relatos de Ovidio,
en la que hay una gran chimenea de mármol de Carrara
construida en el siglo XVI.

De los artesonados mudéjares
sólo quedan fotografias fragmentarias
y escasísimos restos que se pretende sirvan
para una futura reconstrucción de algunos de ellos...

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