martes, 1 de enero de 2013

CIUDAD DE VASCOS, I




Aquí hubo una vez una ciudad árabe.
Aquí levantaron sus casas,
sus baños, su mezquita,
en torno a la alcazaba;
aquí vivieron.
Y de aquí, un día, se marcharon
sin que nadie sepa por qué.


Aquí no hubo batalla ni hostigamiento.
Aquí, un día, algo desconocido
indujo a todos los habitantes de una ciudad próspera
a abandonar sus casas y marcharse.


Y aquí ha seguido la ciudad, vacía,
en medio de una inmensa dehesa.


En un risco sobre el río Huso,
ignorada, fantasmal,
maldita.


A través de solitarios encinares
se llega al antiguo cementerio musulmán.


En un extraño ámbito de árboles secos
que extienden, amenazadores,
sus ramas retorcidas y negras.


Comprendo que son los guardianes
de la ciudad abandonada
y no les temo.


En cuanto sepan
que vengo a hablar con los fantasmas,
no me harán daño.


Avanzo entre ellos.
He cruzado la puerta de la muralla,
camino por los restos de una calzada.


Frente a mí se yergue,
contra el azul del cielo,
la silueta de la alcazaba impresionante,
habitada ahora por los espectros.


Recorro las calles
tratando de entender lo que ocurrió hace siglos.


Por qué una población entera abandonó sus casas
sin motivo aparente,
dejando los hogares vacíos para siempre.




Visito la mezquita, subo al castillo,
desde la torre me asomo a la enorme hendidura de la roca
sobre el río que corre en busca del Tajo.



En las aguas verdosas
veo moverse bancos de peces negros,
únicos moradores aparentes
de este raro lugar.



Paseo por las estancias desiertas
de la gran fortaleza musulmana.



Contemplo, a los pies de sus muros,
las casitas humildes.



La ciudad que a lo largo de las épocas
ha permanecido desierta e ignorada
entre campos de encinas.



Veo a los fantasmas
deambular entre las casas arruinadas
que ahora son su morada.



Y comprendo que fueron ellos, los fantasmas,
los que hicieron huir a la población
para quedarse ellos solos aquí.


Comprendo que los habitantes de esta hermosa ciudad
pasaron noches de angustia, de terror.


Y que, finalmente, un día decidieron
recoger sus enseres y partir.



Ceder sus hogares intactos
para que los fantasmas se instalaran en ellos.


Ésta es la ciudad de los fantasmas.


Aquí los fantasmas encontraron su habitáculo,
ahuyentaron a campesinos, mercaderes, soldados,
a la princesa y a la esclava.



Y, mientras los vivos emprendían el éxodo,
los fantasmas tomaron posesión para siempre de la ciudad.


La ciudad que ellos mismos habían elegido
por morada.

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