viernes, 15 de febrero de 2013

DOS HERMANAS (NAVAHERMOSA)



A dos kilómetros de Navahermosa
hay dos peñascos de cuarcita.



Entre ellos discurre un arroyo
de nombre extraño: Merlín.



Por fuerza tiene que ser
un curso de aguas mágicas.
Aguas que en verano desaparecen.



Sobre una de esas rocas, en el siglo XII
levantaron los templarios un castillo.



Bajo sus muros creció la aldea de Dos Hermanas,
llamada así por los dos promontorios rocosos vecinos.



Una aldea de repoblación,
habitada por leñadores, colmeneros, cazadores y pastores.



En el peñasco enfrentado al del castillo
hay una gruta.



Una profunda y estrecha caverna
a la que desde antiguo se ha conferido carácter iniciático.



En el horizonte, a un lado, los Montes de Toledo;
al otro, la llanura, con un mar de olivos.




***




Según una leyenda,
un día en que los aldeanos y los caballeros estaban en misa
en la capilla de la fortaleza,
una cierva, aparentemente extraviada,
entró por una puerta del recinto
y salió por otra,
y todos los asistentes a la liturgia, incluso el oficiante,
salieron corriendo tras ella.



La cierva resultó ser una bruja transfigurada
y sobre el pueblo cayó una maldición:



Las aguas del lugar se volvieron insalubres
y los vecinos empezaron a morir.



Murió también el sacerdote impío
que había interrumpido la celebración.



Los supervivientes abandonaron el poblado
y comenzaron una errancia que duró varias generaciones.



En esa búsqueda de nuevo asentamiento
fundaron varias aldeas:
Castillejo, Cedenilla...



Tras pasar dos siglos en diferentes enclaves de los alrededores,
terminaron instalándose en el siglo XV en Navahermosa.



Desde entonces, Navahermosa siempre ha tenido fama
de ser un pueblo “de brujas”,
en el que abundan curanderos y videntes.



La leyenda afirma que el alma del mal sacerdote templario
continúa vagando por los riscos de Dos Hermanas
esperando que algún otro termine la misa que él dejó inacabada.




***




En cualquier caso, es cierto
que, una vez alejada la amenaza musulmana,
los habitantes de la aldea buscaron tierras más fértiles.



Y también los templarios abandonaron el castillo,
que en el siglo XV ya estaba casi en ruinas.



Nunca fue reutilizado ni restaurado
y ha sufrido siglos de desgaste y expolio.



Sin embargo, ahí siguen sus restos,
rodeados de campos desiertos
y de tanto sol que parece que la luz
puede abrir alguna puerta invisible.

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