domingo, 7 de abril de 2013

DOSBARRIOS / HUERTA DE VALDECARÁBANOS




La Mesa de Ocaña, a modo de peldaño,
se eleva con abruptos escarpes desde la ribera del Tajo, al Norte,
y desciende bruscamente, al Sur, en el escalón de La Guardia;
sus laterales están delimitados por los barrancos
de los ríos Algodor (al Oeste) y Cedrón (al Este),
que han erosionado las margas yesíferas.

Es una altiplanicie diferenciada de la llanura manchega;
se levanta más de 100 metros sobre el valle del Tajo
y enlaza con la llanura por el Sur y por el Este.


Es un paisaje duro y abierto, de páramos y yesares,
combinado en algún paraje
con humedales, fuentes, regueros y lagunas,
cárcavas y carrizales,
lomas horadadas por galerías y cuevas...


Kilómetros y kilómetros de estepas.
Amplias y despobladas estepas salinas.
Cerros de tierra blanca.
Caminos no transitados.
Una intensa sensación de soledad.
El reino de los insectos y las culebras.
Una tierra áspera en la que es fácil pensar en la muerte,
tierra de espectros y alucinaciones,
tierra a un tiempo radiante y sombría,
de grandes silencios, de grandes tristezas.
Un paisaje desolado, inhóspito, de extraño aspecto lunar.


***


Los bordes de los barrancos y las cimas de los oteros
fueron ya fortalezas geológicas para los iberos.


Después, en esos mismos enclaves
se erigió la arquitectura defensiva:
los castillos de Oreja, Huerta de Valdecarábanos,
Monreal, La Guardia...


Durante siglos la Mesa de Ocaña fue tierra
de órdenes militares y de señoríos eclesiásticos.
Sobre el paisaje destacaban
los campanarios de las iglesias y las torres de los castillos.


La línea defensiva del extremo sur estaba formada por las fortalezas
de La Guardia, Monreal y Huerta de Valdecarábanos.



*********



A 6 kilómetros al Sur de Dosbarrios, en lo alto de un cerro,
en el límite de La Mesa,
se encuentra el castillo de Monreal,
también llamado de Carabanchel o de La Vega,
en el lugar donde hasta el siglo XVI existió una población.


Ya en el siglo XII se documenta su existencia,
con el nombre de Caravanchiel,
cuando Alfonso VIII lo cedió a la Orden de Santiago
para completar la defensa del Sur del Tajo.



Al amparo de la fortaleza nació un pueblo
llamado Monte-Reyal.



Durante un tiempo
el castillo fue residencia de personajes notables.



Perdida su función defensiva, en el siglo XIV
el comendador santiaguista cedió el castillo, con la vega aneja a él,
al cercano pueblo de Dosbarrios.



Lugar llamado así porque en su origen hubo dos núcleos urbanos
separados por el valle de Carábanos.



El caserío de Monte-Reyal se fue despoblando
y en el siglo XV la fortaleza quedó abandonada.



En 1809, durante la batalla de Ocaña contra los franceses,
el brigadier José Zayas se sostuvo en la plaza de Monreal.
Tras la toma de Ocaña por los soldados de Girard y de Desolles,
Zayas tuvo que retirarse con sus tropas,
retrocediendo ordenadamente hasta Dosbarrios,
donde los franceses los apresaron y quemaron la villa.



Tiempo después, la mayor parte de las piedras del castillo
fueron arrancadas para la construcción de una gran casa de labranza
en la vega inmediata.



Hoy de la fortaleza sólo queda parte de una torre
y unos pocos restos de bóvedas y arcos.


Se encuentra en una finca
cuyo guarda no permite el acceso.



***



En Dosbarrios, en el comienzo del barranco
por el que corre el arroyo de la Madre,
hay una fuente contruida por Juan de Herrera.


Es una fuente parecida a la de Ocaña,
pero empequeñecida y simplificada.


Herrera tuvo una intensa relación con esta comarca:
construyó las fuentes de Ocaña y de Dosbarrios,
el estanque hoy conocido como Mar de Ontígola
y al parecer también intervino
en la habilitación de la Cueva de Sopeña,
que debió estar por estos parajes...


Quizás ese hombre, arquitecto, geómetra y matemático
y estudioso de lo oculto,
encontró algo en esta tierra, algo que se nos escapa...


***


Tras visitar la fuente, echo a andar por la carretera.
Hay poco tráfico. Sólo de camiones.
Me cruzo con una grúa que está recogiendo una furgoneta.
Al poco veo a dos hombres que caminan delante de mí.
Los alcanzo. Me saludan y uno me dice:
- Haciendo la ruta, ¿eh?
No sé en qué ruta piensa, pero le digo que sí.
Me explica que han tenido una avería
y que están intentando que algún conductor los recoja.
Los dejo atrás.
El castillo aparece tras un badén de la carretera.
Va surgiendo conforme asciendo por el desnivel,
primero lo alto de la torre,
luego poco a poco el resto de la fortaleza, de lo que queda de ella,
ubicada en lo alto de un promontorio, controlando el congosto.
Es el camino que lleva a La Guardia y luego a La Mancha.

El enclave en el que se halla el castillo es un lugar muy solitario.
Un lugar sin sonidos humanos.
En el suelo abunda el espejuelo.

Rodeada como estoy de cereal y olivos en plena floración,
voy sintiendo cómo se me agudiza la reacción alérgica.
Retomo la carretera y camino con los ojos cerrados,
confiando en que si se acerca algún vehículo
lo oiré con la suficiente antelación.
Abro los ojos de vez en cuando
para cerciorarme de que me mantengo en el arcén,
y vuelvo a cerrarlos.


Lo lamento, porque el paisaje está precioso,
los campos verdes salpicados de amapolas, la luz dorada.


Camino por la carretera con los ojos cerrados,
confiando en los ángeles.
Creer para ver.


*********


El castillo de Monreal se encuentra a igual distancia
de Dosbarrios y de Huerta de Valdecarábanos.

La tierra arcillosa del surco del arroyo de la Madre o Reguera Madre
conecta ambas poblaciones.


Tras la reconquista, el territorio de Huerta de Valdecarábanos
fue entregado por Alfonso VIII a la Orden de Calatrava.
A finales del siglo XII la Orden levantó, sobre un cerro,
un castillo desde donde dirigir la nueva encomienda.


El castillo fue residencia de los comendadores de Calatrava
hasta que Carlos I vendió la fortaleza, junto con sus tierras y rentas,
a don Álvaro de Loaysa, noble talaverano.
Loaysa en 1539 se construyó un palacio en la plaza del pueblo,
y abandonó el castillo.

En el siglo XVIII se describe ya el edificio
como sin puertas ni techo ni rejas.

En el siglo XIX parte de sus piedras
fueron utilizadas para construir el cementerio municipal.


Del castillo no queda prácticamente nada,
y los escasos restos están rodeados por postes repetidores.
Arriba no hay nada que ver,
y hasta el cerro es feo, amarillento incluso en plena primavera.
Desde allí se divisa la iglesia de Yepes,
que se halla a tan sólo unos 5 kilómetros.


Compro un refresco en un bar
y me siento en un banco, a la sombra,
a tomarme la bebida, descansar y recuperarme de la crisis alérgica.
Pasan dos niños pequeños en bicicleta, un niño y una niña.
Se paran junto a mí y se quedan mirándome.
Posiblemente encuentran extraño mi aspecto:
el bastón, la mochila, el sombrero.
Me he convertido en un entretenimiento para los niños del pueblo
en la tarde que declina...

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