sábado, 28 de septiembre de 2013

TOLEDO. Convento de San Clemente




Su fundación se suele atribuir al rey Alfonso VII.
Sin embargo, en algún documento se cita este cenobio en 1109.
Ello significa que sería fundado por Alfonso VI.


Pero no en su ubicación actual,
sino en lo que posteriormente sería convento de San Esteban,
en el paraje de Solanilla, cerca del puente de San Martín.



Alfonso VII lo refundó en el interior de la ciudad
 y enterró en él a su hijo el infante don Fernando,
que murió siendo niño.



Al principio la comunidad fue benedictina.
En 1175, a instancias del rey Alfonso VIII y de las monjas,
el Papa autorizó su adscripción al Císter.


Se atribuye a las monjas de San Clemente
el origen del mazapán:


A comienzos del siglo XIII los árabes asediaban la ciudad
y el pueblo carecía de alimentos.


Las monjas recurrieron a los únicos alimentos
que tenían en su despensa: almendra y azúcar.


Con esto elaboraron una masa que cocieron
y a la que se dio el nombre de “pan de maza”,
con la que dieron de comer a los toledanos.


El convento de San Clemente es el más grande de Toledo.
Los reyes castellanos
fueron acrecentando su patrimonio por medio de donaciones.
Siempre ha estado bajo patronazgo real,
siempre ha tenido privilegios reales,
llegando a ser el convento más rico e influyente de la ciudad.



Como en la mayoría de los conventos toledanos,
se produce, a partir de una casona incial,
una sucesiva incorporación de nuevas edificaciones y estilos,
que los convierten en estructuras complejas y asimétricas,
que se van transformando a lo largo del tiempo.


San Clemente llegó a ocupar la totalidad de la manzana.


Sus dependencias se estructuran en torno a dos patios.


La iglesia es obra de Alonso de Covarrubias.


En el presbiterio está enterrado el hijo de Alfonso VII,
el infante don Fernando.


Se encuentra en una hornacina en el lado del evangelio,
con estatua yacente infantil.


Fue puesto allí por orden de Felipe II en 1570;
hasta entonces se hallaba dentro de la clausura.


He leído que en 1785, haciendo unas reformas,
fueron decubiertos los cuerpos incorruptos de 13 monjas,
a las que llamaron las Trece Venerables.


Las hermanas amortajaron de nuevo a las difuntas,
las introdujeron en cajones y las colocaron en nichos.


A principios del siglo XX fueron trasladadas a la sala capitular.


No he podido contrastar esta información.


Sí está confirmada la autenticidad de un grafito
que hay, casi indistinguible, bajo una pequeña repisa,
en lo alto de la portada del convento.


Es la firma de Gustavo Adolfo Bécquer,
estampada por éste en la piedra conventual hacia 1857.

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