sábado, 31 de agosto de 2013

TOLEDO. Judería




La creencia de que los judíos toledanos
conservaron las llaves de sus casas tras el exilio
entronca con la convicción del prestigio que significaba
ser judío de origen español.

En el Libro de la profecía de Abdías se menciona a Sefarad
como un lugar remoto
desde donde el Pueblo de Dios será convocado:
«Los habitantes de Jerusalén que fueron llevados a Sefarad
recibirán las ciudades del sur».
Yonatan Ben-Uziel, discípulo del rabino Hilel,
de la época del Segundo Templo,
identificó a España con la Sefarad bíblica.

Isaac Abravanel,
que durante unos años estuvo al servicio de los Reyes Católicos,
en su Comentario al Libro de los Reyes
afirmaba que, tras la destrucción del primer Templo,
el más antiguo asentamiento judío en España fue Toledo,
siendo sus fundadores procedentes de las tribus de Judá y Benjamín.
De ahí el nombre de “Tulaytula” (Toledo),
que derivaría del hebreo “taltelah” o “tiltul” (“errantes”, “errancia”).
La misma familia Abravanel se vanagloriaba
de descender del rey David.

Arias Montano, en el Comentario a Abdías,
afirma que la etimología de Toledo
se halla en la voz hebrea “Toledoth”, que significa “generaciones”.

Los judíos hispanos fundamentaron su propia esencia
en la identificación de España con la Sefarad bíblica.
La comunidad sefardí se sentía heredera
de una diáspora de noble raigambre.

En el siglo XVI, Selomoh Ibn Verga, en La vara de Yehudah,
plasma un figurado diálogo
entre el sabio Tomás y el rey Alfonso de “Sefarad”:
«Sepa nuestro señor que al venir Nabucodonosor contra Jerusalén,
otros reyes poderosos acudieron en ayuda de aquél...
A la cabeza vino el rey Hispano...
Con Hispano marchó su yerno, llamado Pirro...
Nabucodonosor... les dio parte en el botín y en los cautivos...
Aún ha de saber nuestro señor que en Jerusalén había,
de norte a sur, tres recintos amurallados...
Del el segundo al tercero recinto vivían los de estirpe real,
de la familia de David
y los sacerdotes encargados del servicio de altar...
Nabucodonosor dejó aquel recinto a Pirro e Hispano...
El referido Pirro... se trajo a Sefarad.... a todos los cautivos...
Aquellos judíos deportados eran de prosapia real».
«Al suceder la destrucción del segundo templo...
40.000 familias del linaje de Judá
y 10.000 del de Benjamín y de los sacerdotes...
pasaron a España».

Incluso, para reforzar esta genealogía,
se subrayaba el origen hebreo del nombre
de algunas poblaciones toledanas:
Escalona, Novés, Maqueda y Yepes,
en alusión a los perdidos enclaves palestinos:
Ascalon, Manove, Magedon y Yope.

Esa convicción hacía que los judíos oriundos de la Península
se mostraran reluctantes a mezclarse con otros hebreos.
Muchos conversos siguieron sintiéndose
orgullosos de su linaje levítico,
como los Santa María.

Así pues, tanto algunos cronistas como la tradición sefardita
atribuyeron la fundación de Toledo a los judíos.
La ciudad habría sido fundada
por descendientes directos del patriarca Noé.

Los primeros hebreos habrían llegado a la Península
en el siglo X antes de Cristo,
al amparo del estímulo mercantil
de las expediciones de sirios y fenicios,
en las naves de Salomón que,
junto con las fenicias de Hiram, rey de Tiro,
comerciaban con Tarsis;
esas naves de Tarsis en las que se embarcó el profeta Jonás
(Tarsis sería el nombre que los fenicios daban a Tartessos,
que sería el término griego).

Los primeros asentamientos en la Península tendrían lugar
a raíz de los destierros asirio y babilónico,
en los siglos VIII-VI antes de Cristo.

Otros cronistas, basándose en comentarios rabínicos del siglo XV,
fijaron la entrada de los judíos en la Península
en tiempos de Nabucodonosor,
aunque desde mucho antes habrían existido contactos comerciales.
Su llegada masiva, en calidad de refugiados, se produciría
tras la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor
en el año 587 antes de Cristo.

Incluso hay una leyenda que asegura
que los judíos de Toledo
escribieron una carta al Sanedrín de Jerusalén
pidiéndole que no condenase al reo Jesucristo.


Quizás todo eso no es cierto.
Pero sí que lo es que los hebreos vieron en Toledo
un reflejo místico de Jerusalén.
Toledo era la capital de Sefarad y la Jerusalén de Occidente.

Con arreglo a los datos arqueológicos,
los primeros asentamientos judíos en la Península
tuvieron lugar tras la destrucción de Jerusalén por Tito en el año 70.
La guerra contra Roma y la desaparición del segundo Templo
provocaron la dispersión definitiva de los israelitas,
la gran Diáspora hebrea por el Mediterráneo,
que pudo alcanzar Hispania en el mismo siglo I.
Hay constancia de presencia judía
en epitafios y monedas desde el siglo II.

Otro dato importante es la carta que San Pablo escribe a los romanos
sobre su visita a España,
lo que puede indicar la existencia de comunidades judías en Iberia.

Los documentos escritos más antiguos
datan la primera presencia israelita en Toledo
en tiempos romanos, en el siglo IV.

En época visigoda,
los hebreos constituían una colonia numerosa en la ciudad.

Los árabes confinaron a la población judía
en una zona al suroeste de la urbe.
Hacia el año 1000 la comunidad judía toledana se había reducido
y estaba integrada por comerciantes y agricultores.

Sin embargo, en el siglo XII,
escribía Yehudah ben Shlomo al-Jarizi en su Tahkemoni:
«Vine a la extensa ciudad de Toledo, capital del reino,
que está revestida del encanto de la dominación
y ornada con las ciencias,
mostrando a los pueblos y príncipes su belleza.
Porque allí emigraron las tribus del Señor.
¡Cuántos palacios hay en su interior
que hacen avergonzarse a las luminarias
por la magnificencia de su belleza y esplendor!
¡Cuántas sinagogas hay en ella de belleza incomparable!
Allí toda el alma alaba al Señor.
En su medio habita una congregación, de semilla santa,
que tiene como ornamento la justicia,
numerosa como las plantas del campo».


***


Los primeros documentos que nos informan
acerca de la judería - el arrabal de los judíos -
son del siglo XII.

Los judíos sentían preferencia por la vida urbana.
Las juderías llegaron a gozar de un alto grado de independencia,
como verdaderas ciudades dentro de otra ciudad.

Toda la zona meridional de Toledo,
desde la pendiente que baja hacia el Tajo,
era aljama, ciudad de los judíos.

La judería se localizaba inicialmente en la colación de San Martín,
desde donde se fue ampliando
hacia las de Santo Tomé y San Román.

La judería se extendía, intra-muros,
desde la Puerta del Cambrón
y lo que hoy es San Juan de los Reyes
hasta los Altos de Montichel (la actual alameda de San Cristóbal)
y Carreras de San Sebastián,
teniendo como eje la actual calle del Ángel,
que era una especie de calle mayor de la judería,
y como límites
las del Colegio de Doncellas, de San Pedro Mártir y del Salvador.

El núcleo central de la judería estaba en lo que ahora se llama
plaza de Barrio Nuevo
(nombre que se dio a todo el conjunto
cuando dejó de ser barrio judío)
 y sus alrededores.
Es posible que en la plaza hubiera un mercado.

Los hebreos más ricos se concentraban
en torno a la parroquia de Santo Tomé,
por las calles inmediatas a la del Ángel.

Más allá estaban las calles mercantiles del Alcaná,
cerca de la catedral.

De algún modo, puede considerarse
que Toledo contó con dos juderías:
La residencial, más cerrada en sí misma
(la Aljama propiamente dicha),
y la Alcaná, mucho más pequeña que la judería principal
y de carácter comercial,
que albergaba la mayor parte de los negocios de los judíos
y en la que convivían judíos y cristianos.

En 1290 el padrón de Huete recoge que la judería de Toledo
contaba con alrededor de 5.000 habitantes,
siendo por tanto la más poblada de Castilla.

El siglo XIV fue el tiempo de mayor extensión de la judería toledana.

Se ha calculado que los judíos llegaron a ocupar
una décima parte de la ciudad amurallada, hacia el Suroeste.

Conforme fue creciendo,
su límite interior fue siendo establecido
por sucesivos adarves.

Éstos no cerraban completamente la judería,
sino que marcaban la delimitación con los barrios cristianos.

Los primeros adarves fueron más defensivos que coercitivos.
Sólo en 1480 se impuso legalmente
la separación del barrio judío.

La judería comprendía diferentes barrios
poco deslindados entre sí.
Correspondían a los sucesivos períodos de crecimiento
desde el núcleo inicial,
y también a la diversidad social de la comunidad judía,
y a su idiosincrasia organizativa.

Por adarves se entendía
tanto las murallas exteriores
como los muros interiores
y también los callejones sin salida que se abrían en éstos
delimitando recintos de viviendas.
En los adarves se abrían portillos.

El término “adarve” constituyó
el elemento característico del urbanismo árabe
y con él se designaba
tanto un sistema de fortificación perimetral
como un sistema viario radial;
así, la ciudad árabe quedaba
fortificada en el exterior por adarves - muralla
y organizada en el interior por adarves – callejas.

Las juderías se estructuraron igualmente
mediante un entramado laberíntico
de muros y callejas cerradas por puertas,
travesías estrechas e irregulares
y pasajes radiales que comunicaban los diferentes recintos.


***


En el subsuelo de la zona hay vestigios
de pavimentos y cimentaciones de casas judías.

Quedan hoy en Toledo más restos judíos
que en ninguna otra parte de España,
acompañados de recuerdos y leyendas.
Hay aún mucho por descubrir del Toledo judío.

Fue en Toledo donde se vivió
el mayor esplendor judío de la Edad Media
y fue en Toledo donde se generó la tradición sefardí
que ha pervivido hasta hoy.
Los apellidos Toledo y Toledano
son frecuentes entre los judíos sefardíes.
La larga presencia de los judíos en Toledo
es percibible todavía, no se ha desvanecido.
Los judíos participaron en la actividad
económica y cultural de su época,
y algunos llegaron a ser personajes muy poderosos.

Se dice que uno de esos judíos,
antes de abandonar Toledo cuando la expulsión,
copió en un cuaderno, que tituló “Piedras de recuerdo”,
todas las laudas de los sepulcros del cementerio hebreo.
El manuscrito de este judío anónimo
fue a parar a la Biblioteca de Florencia,
y de él hizo una edición impresa un hebraísta.
Más tarde, un incendio destruyó esa Biblioteca,
perdiéndose el cuaderno original.
Se cuenta que, conforme se han ido recuperando en Toledo
losas sepulcrales judías, que habían sido reutilizadas
(como dintel de una casa de la calle Tornerías,
como pila de lavadero del convento de Santo Domingo el Real),
se ha podido comprobar la autenticidad del cuaderno,
algunas de cuyas laudas coinciden con las inscripciones
esculpidas en las piedras descubiertas.


***


Fueron numerosos los sabios judíos
que nacieron o vivieron en Toledo entre los siglos XII y XIV.
Yehudah ben Samuel ha-Levi, poeta del siglo XII,
de quien diría Menéndez Pelayo
que fue el primer poeta en lengua castellana,
y que escribió también un tratado, conocido como Cuzary,
diálogo al estilo de Platón entre un rey y un judío
sobre cuestiones filosóficas.
Samuel ibn Shoshan, príncipe de los judíos toledanos,
y Joseph, hijo de Samuel ibn Shoshan,
constructor de la sinagoga de Santa María la Blanca.
Samuel ha- Levi, constructor de la sinagoga del Tránsito.
Yakob Albeneh, gracias a cuyos escritos
disponemos de información sobre la Toledo del siglo XIV...


***


La judería funcionaba como una pequeña ciudad dentro de la ciudad,
gobernada por sus propias autoridades,
a cuyo frente se encontraba el rabbi o judío mayor,
designado por el rey,
y rigiéndose por la normas jurídico-religiosas de la Ley hebraica.

Los judíos tenían libertad religiosa
y contaban con un gran rabino,
que disponía de gaones, dayanes (jueces) y personeros
para administrar a su congregación,
cuidando de los distintos aspectos de la administración y del culto.

Funcionaba un tribunal rabínico (betdin)
que veía las causas concernientes a la comunidad
y las tareas administrativas eran llevadas por diez administradores,
los mugaddinim.

La aljama disponía de sinagoga,
cementerio, hospital, escuela, baños, carnicería, horno, bodega, etc.

La vida cotidiana del judío se regía por un intrincado código
acorde a las normas de la Ley Sagrada:
la alimentación, la educación, el matrimonio, los entierros…
Cada hecho disponía de su propio ritual:
El rito de las Hadas, para desear lo mejor a los recién nacidos;
la circuncisión, en torno a la cual se hacían grandes fiestas;
las bodas, que eran negocios entre familias;
los duelos, en los que los familiares se rasgaban las vestiduras...

Los judíos celebraban sus propias fiestas:
El Sabbat, el sábado,
día en que se comía la “adafina”, plato preparado el día anterior,
que dará origen al cocido.
El Yom Kipur (día del Perdón), entre Septiembre y Octubre,
cuando se hacía el ayuno mayor,
recordando los cuarenta días de Moisés en el Monte Sinaí.
La Pascua de Sukkot o de las Cabañuelas,
en la que se convidaba a manjares y confites a los vecinos.
La Pascua de Pessah, hacia marzo,
en la que se comía pan ácimo, sin levadura...

La ocupación más frecuente entre los hebreos del medievo
era la de prestamista,
debido, probablemente a la vida errática de las comunidades judías,
que implicaba el alejamiento de los trabajos de las tierras.

Los judíos eran un pueblo errante,
y en cada país donde se asentaban adoptaban su estilo constructivo.
En Toledo, tomarán como modelo
el edificio más representativo de la arquitectura islámica, la mezquita.


***


El 25 de mayo de 1085 Toledo vuelve a dominio cristiano.
Alfonso VI acogió bien a los hebreos que vivían en la ciudad
y les concedió privilegios que provocaron
que muchos judíos que habitaban en territorio árabe
se trasladaran a Toledo,
incrementándose así la población hebraica.

La llegada a Al-Ándalus de los almorávides
ocasionó un continuo éxodo de judíos
desde la España musulmana a la cristiana.
Muchos de ellos, sobre todo los cultos, se instalaron en Toledo.

Con Alfonso VI la judería toledana inició
una época de prosperidad y crecimiento,
se acrecentó su representatividad social y política
y se convirtió en la comunidad judaica más importante de Castilla.

Los judíos gozarán de la protección real
y ocuparán cargos de importancia en la corte de Castilla.

Durante el reinado de Alfonso VII,
la invasión a Al-Ándalus por los almohades,
más intransigentes que los almorávides,
produjo la huída precipitada de la población judía
hacia Castilla y Aragón,
lo que dejó a la España musulmana prácticamente sin judíos.
En Toledo se afincaron
poetas, gramáticos, filósofos, científicos, médicos...
Ello conllevó una gran concentración cultural.

Durante el reinado de Alfonso VIII
llegó a España, y en concreto a Toledo,
una nueva oleada de judíos:
los que huían de las persecuciones europeas.

El favoritismo real hacia los judíos
empezó a ser causa de revueltas.

Fernando III tomó a los judíos toledanos bajo su protección,
impidiendo que llevaran la divisa judiega
que imponían las órdenes papales.


El reinado de Alfonso X fue el periodo
de mayor prosperidad y esplendor de la comunidad judía de Toledo.

De su boyante situación económica es índice
la cantidad pagada por la aljama en 1284 en razón de impuestos:
un millón de maravedíes.

La judería de Toledo destacaba
por su gran extensión y su riqueza
y la altura intelectual de sus rabinos y sabios.

En la primera parte del siglo XIV,
la aljama toledana siguió creciendo
y alcanzó grandes cotas de bienestar.

Durante los siglos XII al XV los judíos de Toledo
participaron activamente
en la vida financiera y comercial de la ciudad
y en las actividades culturales,
entre las que destacó la “Escuela de Traductores de Toledo”.


***


El tiempo de mayor esplendor de los judíos toledanos
estuvo entre los siglos XI Y XIV.
Toledo fue uno de los mayores centros intelectuales de Europa.

En el reinado de Alfonso VII, el arzobispo Raimundo de Toledo,
que fue también Canciller de Castilla,
impulsó la fundación en 1130 de la Escuela de Traductores de Toledo,
un grupo de trabajo que incluía a sabios de distintas procedencias,
árabes, judíos y cristianos.
Mandó reconstruir el palacio episcopal frente a la catedral
y dejó una parte del edificio para la Escuela.
Desde ésta se recuperaron textos perdidos de la Antigüedad clásica
y se avanzó en los conocimientos
de Medicina, Física y Botánica,
Aritmética y Álgebra, Geografía y Astronomía,
Filología y Teología.
Se fomentaron los estudios filosóficos y científicos,
en competencia con las nacientes universidades.
La Escuela se convirtió en lugar de encuentro
de las filosofías árabe, hebrea y griega,
lo que supuso una renovación profunda de la Escolástica europea.

La aportación de traductores y eruditos judíos fue decisiva.

En la década de los 30, Juan de Sevilla, Juan Hispalense,
tradujo en Toledo unos textos del árabe al latín.
Ello fue el inicio de la Escuela de Traductores,
que será foco de renovación intelectual
caracterizado por la originalidad de aunar
los textos clásicos y la cultura oriental.

Entre los traductores que trabajaron en esta primera época destacan
el italiano Gerardo de Cremona y el escocés Miguel Escoto,
el mozárabe Domingo Gundisalvo y el judeoconverso Juan Hispalense
(Juan Hispano vertía del árabe al castellano los textos de Aristóteles
y Domingo Gundisalvo traducía luego esos textos al latín).

La Escuela toledana, ya en tiempos de Raimundo,
alcanzó fama en toda la Cristiandad.

El arzobispo quiso aprovechar la coyuntura
de la coexistencia en la ciudad
de cristianos, musulmanes y judíos
para efectuar traducciones
que acabaron siendo demandadas por todas las cortes de Europa.

El prestigio de la Escuela de Traductores de Toledo será tal
que ni siquiera le afectarán
las disposiciones antijudías del Concilio de Letrán en 1215.

Toledo se convirtió en un gran centro cultural
y puso los cimientos del desarrollo científico e intelectual europeo.
Obras de la Antigüedad griega fueron recuperadas
y transmitidas a la Europa medieval a través de la Península.
Por ello, esta Escuela fue el origen
del Renacimiento científico y filosófico de la cultura Occidental.

Por extensión, la España de la Edad Media
se constituyó en núcleo de atracción intelectual
en el extremo Oeste del mundo mediterráneo.

En el reinado de Fernando III se compuso el Libro de los Doce Sabios,
resumen de sabiduría política y moral clásico-oriental.

La época de máximo prestigio y autoridad de la Academia
fue el reinado de Alfonso X.

Alfonso X el Sabio incrementó el apoyo real a la actividad traductora.
Trasladó la Escuela a los sótanos del observatorio astronómico,
localizado en la ubicación actual del Seminario,
junto a la parroquia de San Andrés.

Alfonso X designó como colaborador de la Escuela
a Isaac ibn Sid (Zag ben Cid),
“chazan” o cantor de la sinagoga en la que será rabino,
a quien el rey llamaba “nuestro sabio”
por sus trabajos en astronomía,
y que fue compilador de las Tablas Alfonsíes.

Estas Tablas contienen
las observaciones efectuadas en el firmamento de Toledo
desde 1263 hasta 1272.

Participó también en la elaboración de las Tablas
el rabino Yehuda ibn Moshé ha-Cohen, médico real y astrónomo
que tradujo obras de astrología del árabe al castellano
y se dice que también el libro de magia conocido como Picatrix,
un tratado de magia talismánica escrito doscientos años antes.

Fue compilador asimismo del Lapidario,
tratado médico-mágico
sobre las propiedades de las piedras en relación con los astros.
Es una “summa” de tratados helenísticos y árabes
y está considerado como el primer manuscrito científico
redactado en una lengua romance (el castellano).

Destacó también Yosef ha-Levi Abulafia,
autor de obras talmúdicas cabalísticas
y tan estimado por el rey Sabio, que éste le nombró
rab mayor de las comunidades de Castilla
y parte de su séquito en su viaje a Beaucaire
para entevistarse con el papa Gregorio X.
La autoridad moral de este nasí era tan grande
que los intelectuales contemporáneos le consideraron
príncipe de la diáspora en Castilla
y a través de su obra se introdujo en España
la mística teosófica judía de la “Cábala”.

Como éstos, muchos sabios de las academias andaluzas
fueron invitados a establecerse en Toledo.


***


Durante casi dos siglos,
Toledo vivió un ambiente intelectual único en Europa.
Y ello propició el desarrollo no sólo de la ciencia
sino también de las artes mágicas y heterodoxas.
Toledo fue sede del estudio científico
pero también de la nigromancia y el ocultismo.

Se dice que el pueblo judío
ha sido uno de los más aficionados a la magia.

La palabra hebrea “Qabalah”,
que se traduce como “tradición” o “recepción”,
surge en el Egipto alejandrino
al mismo tiempo que la Gnosis, el Hermetismo y la Alquimia
y supone la experiencia mística de la divinidad.
Su objetivo es preparar el alma
para percibir y recibir, a través de las entidades supraterrenales,
el conocimiento de los secretos sublimes, la Sabiduría.

Se dice que en la época de la Escuela de Traductores
la intensa actividad cultural de Toledo
coexistió con las prácticas esotéricas.
Funcionaba, al mismo tiempo que la Escuela,
una escuela de ocultistas hebreos
que, a partir de la Cábala,
desarrollaron una corriente de ciencia hermética y heterodoxa,
estudiosa de la alquimia y los misterios,
que fue el origen de la leyenda de la magia toledana,
todavía presente en sus calles.

El periodo de mayor actividad traductora
coincide con la propagación del mito de un “Toledo Nigromante”.
En Francia la epopeya y la canción de gesta divulgaban
la leyenda del Toledo de la magia y de la nigromancia.
Toledo adquirió fama de ser sede de las ciencias ocultas,
y se creía eran los “daemones” quienes instruían en estas artes.
Se hablaba de la existencia en la ciudad
de un antro subterráneo en donde se practicaba la nigromancia.
Este lugar sería universalmente conocido como “nefando gimnasio”.

En la Edad Media, el nombre de Toledo
fue sinónimo del término antiguo de Magia,
y ésta llegó a ser conocida
como “Ars Toletana” o “Scienctia toletana”.


***


Conforme avanzaba el siglo XIV
la situación de los judíos toledanos se fue deteriorando.

En las guerras entre Pedro I y Enrique II
los judíos se decantaron por la causa de Pedro,
con lo que se granjearon la enemistad de Enrique
y sus represalias cuando resultó vencedor.

Además, la prolongada contienda produjo
un creciente malestar social
que se canalizó en hostilidad hacia los judíos.

En la segunda mitad del siglo, en 1355 y 1391,
hubo asedios, saqueos y matanzas
por parte, primero, de las mesnadas de Enrique
y, después, de la descontenta población.


Tras las revueltas de 1391, Enrique III ordenó averiguaciones
sobre quiénes habían cometido los robos en la judería de Toledo
e impuso a los culpables una multa de treinta mil doblas de oro.
Pero los sucesos de 1391 supusieron
el comienzo de la decadencia de la aljama toledana.

En 1450, Juan II dio orden de que se revocasen
todas las ordenanzas antijudías que se hubieran dictado.

En 1465 los cristianos viejos contrarios a Enrique IV
emprendieron una campaña antijudía por tierras de Castilla.

El día de los fuegos de la Magdalena, el 22 de julio de 1467,
los conversos de Toledo, sintiéndose amenazados, se sublevaron.
Pusieron cerco a la catedral y mataron a algunos canónigos.
De Ajofrín acudieron refuerzos en socorro de los asediados.
Los combates se iniciaron en los alrededores de la catedral
y prosiguieron en el barrio de la Magdalena,
al que los conversos prendieron fuego.
Todas las casas vecinas al Corral de Don Diego ardieron.

El incendio se extendió por la Trinidad,
las calles Nueva, de la Sal y de los Tintes,
el mercado de las especias y la iglesia de Santa Justa.
Mil seiscientas casas fueron destruidas.

Los cristianos viejos, tras largos días de lucha,
pudieron controlar el fuego y reducir a los conversos.
El cabecilla, Fernando de la Torre, fue ajusticiado,
así como muchos otros conversos;
otros huyeron.
Los que optaron por quedarse,
fueron privados del derecho a llevar armas
o a ocupar puestos en la Administración.

El 31 de marzo de 1492 se dictó el Edicto de expulsión
La aljama de Toledo desapareció como tal.
Muchos de sus habitantes decidieron convertirse,
y continuaron viviendo en sus casas de la judería;
otros prefirieron el exilio.
Mantuvieron el judezmo en sus lugares de destino
y se dice que conservaron las llaves de sus moradas,
pensando en regresar.


***


A partir de 1085
la población y la prosperidad material de la judería toledana
no habían cesado de aumentar.
Fue la comunidad judaica más importante de Castilla.

Hasta mediados del siglo XIV los judíos toledanos
disfrutaron de su mayor periodo de paz,
fortuna económica y progreso cultural
de toda la Europa medieval.

La judería estaba conformada
por murallas, puertas, casas, calles, adarves,
carnicerías, mercados, hornos, tiendas,
escuelas, casas de estudio para la ley, baños,
diez o doce sinagogas,
dos fortalezas...

Casas señoriales como el palacio de Samuel Leví
contrastaban con las casas populares de pequeños patios.

La judería tenía su propia muralla interior
y los adarves y callejones facilitaban la defensa
con puertas y cierres en la calle.

En el siglo XIII, con la expansión demográfica,
el barrio judío rebasa el recinto murado
y se mezcla con el resto de la ciudad.

Los límites y cerramientos de la judería
estaban marcados por arquillos
que en el siglo XV estuvieron custodiados por porteros...


Hay restos de aquellos tiempos repartidos
por otros lugares de la ciudad.
Así, en la calle de la Plata, número 9,
el dintel de la puerta es una lápida judía,
con la inscripción casi borrada.
En esa calle, con casas de noble construcción,
se concentraban los joyeros,
principalmente judíos, muy buenos plateros,
junto con otros artesanos cristianos.

Hoy, Toledo, además de los vestigios hebraicos del Museo Sefardí,
y de las sinagogas del Tránsito y Santa María la Blanca,
conserva otros testimonios de la judería:
un arco de entrada a la aljama,
restos de termas, algunos patios,
numerosas leyendas...