viernes, 28 de marzo de 2014

DURATÓN. Monasterio de la Hoz




El río Duratón (“Duero pequeño”)
nace en Madrid, en el término de Somosierra,
a partir del arroyo de las Pedrizas;
atraviesa Segovia,
donde da nombre a la aldea de Duratón, junto a Sepúlveda;
y desemboca en el Duero,
junto a Peñafiel, en la provincia de Valladolid.


Cerca de Sepúlveda se abre el cañón del Duratón,
cuyos meandros y hoces se van haciendo más pronunciados y hondos
hasta llegar al fin del cañón en Burgomillodo.


Desde la Prehistoria, hubo asentamientos humanos
en estas penínsulas que el Duratón fue creando en su cuenca,
en las cuevas que se formaron en las paredes del tajo,
en las que se conservan pinturas rupestres...


En el siglo III, en la época de las persecuciones romanas,
los cristianos se ocultaron en estas cavernas.
Un primer mártir de ese tiempo fue San Pantaleón,
que será venerado después en la zona.


En la época visigoda hubo en las hoces
pequeños centro de culto
y ermitas habitadas por solitarios anacoretas.


Quizás hubo, en el lugar donde se erigirá el monasterio de la Hoz,
un primitivo cenobio que fue destruido por los árabes.


En un lugar remoto.
Colgado de un risco sobre el agua.
Aquí, en milagroso equilibrio,
construyeron los frailes su retiro
para vivir el milagro permanente del sol reflejado en el río
y el vuelo circular de los buitres
recortado contra el horizonte en el crepúsculo.


***


En el año 1231, tras la clásica aparición de la Virgen a un pastor,
los benedictinos de San Frutos, que tenían derechos sobre la zona,
donaron una de las penínsulas, a unos 3 kilómetros de San Frutos,
en un lugar donde quizás ya hubo un templo visigodo,
a la Orden de los franciscanos,
que fundó en el lugar, casi al borde del agua,
cercado por grandes peñascos,
el monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz.
Una especie de barco varado en la estrecha lengua de roca.
Una de esas fundaciones que los franciscanos llamaron “desiertos”,
por hallarse en lugares despoblados.


En la mañana del 7 de septiembre de 1492 el edificio se derrumbó,
debido a un desprendimiento de rocas provocado por una tormenta.
No murió ningún monje,
porque todos estaban rezando maitines en la iglesia,
y ésta permaneció intacta.


Los franciscanos pidieron ayuda a Isabel la Católica.
La reina costeó la reconstrucción, reservando para sí una estancia.


Isabel, siendo todavía infanta,
ya había visitado el monasterio, durante su estancia en Sepúlveda.


También Felipe II, en 1565, se alojó en las dependencias del cenobio
y aportó fondos para su ampliación.


Reyes y nobles pasaron por aquí
y ayudaron al sostenimiento de la comunidad.


En 1680, este monasterio acogió
el primer Colegio de Misioneros de España,
aunque en 1683, debido a la falta de espacio,
el Colegio se trasladó al convento de Sahagún.


No era un lugar idílico, sino con algo de terrible y pavoroso.
En el siglo XVIII, el franciscano Felipe Vázquez,
en su Historia de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz,
lo describía así:
«Yace un convento en una profundidad horrenda.
Yace, digo; porque está como en una lóbrega sepultura,
que, a no hacerle soberanas influencias habitable,
no pudieran vivir en él ni las fieras.
Le cerca el meridiano río Duratón tan ruidoso,
que, estrellándose en las vivas peñas, se abre camino con tal fuerza,
que hasta que los oídos se habitúen al estruendo,
causa de día y de noche pavor y miedo;
de suerte que no se puede dormir
por lo bullicioso de sus clamorosas aguas,
que chocan con las breñas y peñascos disformes
que a cada paso están cayendo.
Es una hermosura, como la del toro,
a quien hace más guapo lo torbo de su repilado o erizado cuello,
y cuya frente amenaza una muerte en cada sortija.
[...]
El sitio es muy herido por lo natural;
pues está en una profundidad no ponderable, y concavidad indecible,
bien apartado de poblaciones,
porque el más inmediato pueblo dista quasi una legua del Convento.
Está casi aislado por las aguas que le cercan.
Son muchas las nieblas que le ofuscan,
y a cada paso las piedras se desgajan;
porque son una especie de piedras deleznables,
sin aquella liga o virtud que se advierte en otras fuera de este lugar;
porque las desunen las muchas lluvias,
los calores del verano y los yelos del invierno».
Era, en cualquier caso, un “lugar del espíritu”.


La comunidad franciscana de la Hoz
estaba integrada por unos treinta religiosos
que vivían de los recursos de la zona: huertas, ganado, caza y pesca.


Con la desamortización de Mendizábal,
que tanto patrimonio histórico y artístico llevó al desastre,
los religiosos tuvieron que abandonar el lugar.
Muchos de los objetos de valor del cenobio
terminaron en manos privadas.


El edificio entró en un proceso de ruina, y va desapareciendo.
Hasta hace poco quedaban restos de pintura,
inscripciones, escudos, piedras talladas...


Se mantiene un lienzo con ventanas,
que quizás se desmorone pronto.
Sus desgastadas piedras se confundirán con las rocas.
Los muros cada día se desploman un poco,
creando a su alrededor una especie de bruma,
la neblina de cuyo seno pueden surgir seres imposibles.
Ahora esto son piedras fantasmales.
¿Existe de verdad esta ruina colgada sobre el río
o es un espejismo,
un reflejo del agua en la roca,
una concentración de evocaciones en este meandro solitario?


***


Hasta el siglo XX el acceso al monasterio era sencillo.

Fuente: Ayuntamiento de Sebúlcor

Los frailes y sus ocasionales visitantes
podían ir y venir del monasterio por la ribera del río
y también por la otra margen de éste, cruzando un pequeño puente.

Fuente: Instituto del Patrimonio Cultural de España

En la primera mitad de este siglo se construyó una presa
en la pedanía de Burgomillodo.

Fuente: Instituto del Patrimonio Cultural de España

El embalse hizo subir el nivel de las aguas del Duratón.
Los accesos al cenobio desaparecieron bajo éstas.

Fuente: Catálogo Monumental de la Provincia de Segovia

Queda sólo un empinado sendero que baja por la peña
y que en el estiaje, cuando el caudal del Duratón disminuye,
vuelve a hacer posible llegar al monasterio por la orilla del río.


***


La proximidad del santuario de San Frutos
hace que las ruinas de la Hoz también atraigan turistas.
Turistas que, desde Sebúlcor,
se aproximan en coche hasta donde es viable,
dejan el vehículo cuando ya no queda más remedio
y se acercan ruidosos a arruinar lo único que le quedaba
a la antigua fundación: la soledad.


Los turistas se quejan de que la pista es polvorienta y con baches,
de que no hay sombras en el aparcamiento,
de que aún hay que caminar unos 10 minutos.


Algunos contemplan las ruinas desde lo alto
(situadas en lo hondo de la hoz,
sólo se pueden ver desde el borde del cañón).
Otros se aventuran por el último trecho cuesta abajo,
una senda pedregosa entre las zarzas.

Varias empresas de turismo organizan recorridos en piragua
para ver las ruinas desde el agua.

En septiembre de 2012 el viejo convento
fue declarado Bien de Interés Cultural.
En Sebúlcor una Asociación de Amigos del Convento de la Hoz
organiza actividades en torno al mismo,
como la carrera popular “Senda de los Frailes”.


Aquel “desierto” solitario y terrible de los monjes,
aquel enclave del espíritu y el misterio, ya no existe.


***


Pero antes de que se ponga el sol todos se van.

¿Qué ocurrirá aquí cuando se haga la oscuridad,
cómo será el milagro nocturno, el milagro lunar,
cómo será cuando el líquido de la luna
chorree por estas piedras
y se filtre en esta tierra que ya nadie pisa?

Cualquier aparición es posible entre estas rocas espectaculares,
pero nadie la presenciará.
Habrá milagro cuando nadie pueda verlo.

martes, 25 de marzo de 2014

DURATÓN. Santuario de San Frutos




En las cercanías de Burgomillodo,
el río traza grandes meandros verdes entre los farallones.


Aquí, en una especie de pequeña península,
vivieron los anacoretas.


En esta soledad que resuena en el agua, en el viento,
en el vuelo de las grandes rapaces
que anidan en las paredes rocosas.


En el cielo estremecedoramente azul,
los grandes buitres danzan como derviches.
Los buitres dibujan curvas contra el cielo
y el sol se enreda en las hermosas alas desplegadas,
cubriéndolas de oro.


No son aves. Son ángeles.
Ángeles que protegen el enclave sagrado.
Ángeles que hacen guardia sobre las ruinas
de lo que fuera ermita y monasterio.


Ángeles oficiantes que giran en el cielo,
celebrando una antigua ceremonia sagrada.


Sus sombras se reflejan en la lámina verde del río,
duplicando su vuelo deslumbrante.


***


En la época mozárabe, fueron muchos los ermitaños
que se instalaron en cuevas del tajo del Duratón,
que se convirtió así en una especie de primitivo conjunto monástico.


A finales del siglo VII, tres hermanos,
Frutos, Valentín y Engracia,
eligieron este lugar para retirarse del mundo.


Habían nacido en Segovia,
en el seno de una acomodada familia cristiana.

Renunciaron a sus riquezas y echaron a andar.
Aquí, en este solitario peñón,
los hermanos sintieron una energía especial,
y aquí se quedaron.


Se instalaron, siguiendo la costumbre eremítica de la época,
en ermitas separadas:


Frutos en lo más alto,
en la plataforma sobre el acantilado;


Valentín en la pared rocosa,
en una cueva a la que se accede por un pasillo natural sobre la piedra
de menos de un metro de ancho entre roca y precipicio;


Engracia cerca de la orilla del río, en el meandro,
junto al batán de su mismo nombre.


Aquí los eremitas dieron cobijo
a cristianos que huían de la invasión musulmana.
Frutos hacía milagros cuya fama se extendió por la zona.


Perseguidos por los sarracenos,
un grupo de habitantes de Sepúlveda llegó hasta el enclave.
Frutos hizo frente a los perseguidores
y con su bastón trazó una línea en el suelo.


«Y su santo bastón allí mismo
una raya en el suelo marcó,
y, rasgando la piedra, un abismo
entre Frutos y el moro se abrió».
(Copla popular)


Allí se abrió una grieta que impidió el paso a los moros,
salvándose de este modo los que huían.


«Bramaba el viento, llovía sangre,
Duratón corría turbado,
temblaba el monte,
y todo aquel horizonte
lleno de asombros se vía.
[…]
Inquietole al Santo el alma,
si no su temeridad,
la improvisa novedad
de ver Moros en la calma
de su alegre soledad.
[…]
Llegaba el escuadrón fiero
del Santo a la estancia dura;
pero como el cual procura
darles a entender primero
nuestra ley a su locura,
aquel ímpetu repara
con la fe de quien ampara;
y, atento el Moro confuso,
la Cruz hizo, y luego puso
sobre un peñasco la vara.
Diciendo que les mandaba
por Dios que se sosegasen
y la raya no pisasen
que en su nombre señalaba
primero que le escuchasen.
Con esto la dura peña
obedeciendo su seña
se dividió en dos pedazos
que desde cuyos ribazos
el monte su centro enseña».
(Fragmento del “Poema castellano que contiene la vida
del bienaventurado San Frutos
y de sus gloriosos hermanos San Valentín y Santa Engracia”,
de Frutos de León Tapia, siglo XVII).


***


Frutos murió anciano, y sus hermanos lo enterraron
en el mismo oratorio en que había vivido.

A continuación, Valentín y Engracia se marcharon a Caballar
(cerca de Turégano),
donde fueron capturados por los moros,
que los decapitaron y tiraron sus cabezas a una fuente.

Se conservan las cabezas en un relicario de la iglesia del pueblo.
En tiempos de sequía, para pedir que llueva,
el cura de Caballar sumerge las cabezas en el agua de la fuente,
en el ritual llamado “de las mojadas”.


***


En el extremo de la hoz del Duratón, en un humilde templete,
se encuentran las tumbas de los tres hermanos,
aunque están vacías.


Junto a ellas hay un pequeño cementerio
en el que sólo pueden ser sepultados
los vecinos de las aldeas próximas.


Mucho tiempo después de su muerte,
los restos de los santos fueron trasladados a la catedral de Segovia,
donde se encuentran en la actualidad.

San Frutos es el patrón de Segovia
(personaje similar al santo patrón de Soria: San Saturio).
El 25 de octubre se celebra una romería en su ermita.
El 26 de octubre es la fiesta de sus hermanos.


A San Frutos se le representa con un libro abierto en sus manos.
San Frutos pasa una página del libro
cada año, la noche del 24 al 25 de octubre, a las 12 en punto.


Según la leyenda, cuando los dedos del santo pasen la última página,
se acabará el mundo.


***


En el siglo XII, en la hoz del Duratón,
en el mismo lugar en que habían vivido los santos,
se instaló el llamado priorato de San Frutos.


Fue un monasterio benedictino
fundado por monjes procedentes de Santo Domingo de Silos.


En el siglo XVI se convirtió en el monasterio de “castigo”
al que se enviaba a los monjes rebeldes
de los demás cenobios de la Congregación.


Se accede al centro religioso cruzando un pequeño puente de piedra
que salva la grieta de la Cuchillada,
la resquebrajadura que abrió Frutos con su bastón.


En el lado izquierdo de la hendidura
quedan los restos de una tosca escalera tallada en la roca
para bajar al fondo del cañón.


En el exterior del templo, junto al ábside,
hay varias tumbas antropomorfas excavadas en la roca,
donde serían enterrados los monjes.


La presencia de los benedictinos se mantuvo
hasta que en 1835 se vieron obligados a abandonar las instalaciones
debido a la desamortización de Mendizábal.


El abandono conllevó la rápida ruina del edificio.
Las alcobas, la cocina, el refectorio, el horno,
la despensa, la bodega, el pajar, el gallinero, las caballerizas,...
Todo fue desplomándose.


De la fundación benedictina se conservan unos pocos restos informes
y el templo, que en la actualidad sirve de ermita.


En ella, en algunos de sus catorce capiteles,
aparecen representados los santos Frutos, Valentín y Engracia.


***


Ya sólo quedan desoladas ruinas,
pero aquí están las claves.


Los ermitaños que habitaron estas soledades hace siglos
encontraron aquí las claves,
no quisieron seguir caminando, hallaron aquí suficiente respuesta.


En estas aguas verdes,
en el mensaje de ese vuelo duplicado,
en este lugar protegido por los ángeles.


Aquí los eremitas, en lo más alto de la roca, descifraron
el sentido del vuelo duplicado de los ángeles
que trazan círculos en el cielo,
que escriben claves en el agua verde.


Ha desaparecido el cenobio,
pero la gran hoz es un hermoso templo
guardado por los ángeles.