domingo, 23 de marzo de 2014

DURATÓN. Cueva de los Siete Altares




Cerca de Sebúlcor, en las hoces del río Duratón, se encuentra
la cueva que es considerada el primer templo cristiano
que se erigió en la provincia de Segovia.


Las paredes de la gruta fueron talladas por eremitas visigodos
tras la conversión de Recaredo al catolicismo.


Excavaron unas hornacinas como altares para la oración.
En la actualidad sólo se distinguen cuatro,
ignorándose por qué se hace referencia a siete.


Como era habitual en estas primeras comunidades,
cada anacoreta viviría solo
y se reunirían en el templo para efectuar ritos en común.


***


Enrique Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo,
publicó en 1918 El arte rupestre en la región del Duratón,
un estudio de la cueva.


Sus hipótesis sobre el origen de este templo rupestre
estaban equivocadas.


Pese a ello, su análisis tiene el mérito de ser el primero
y en la actualidad resulta curioso de leer:


«Hemos dejado para lo último el estudio de la Cueva de los Siete Altares, porque estamos firmemente convencidos de que es una localidad arqueológica única en su clase, y el monumento, por lo tanto, de mayor interés de esta región.


Por lo mismo que reconozco y proclamo la extraordinaria novedad y rareza de este hallazgo y monumento, a lo que se añade la época de su antigüedad eneolítica, es natural me halle perplejo en sus explicaciones, y más aún en su interpretación:


Época de gran misterio, al que tantos y tan doctos arqueólogos levantaron un monumento grandioso, pero que se asienta en tantas partes sobre las gallardas columnas de la hipótesis, a las que sólo será posible dar firme cimiento por la mano de la excavación.


La Cueva de los Siete Altares es una gran cavidad natural, sobre la que trabajaron los hombres neolíticos, tal vez los primeros iberos, con sus hachas de piedra para mejorar esas sus primitivas habitaciones, y sobre todo para dedicarla a templo de su espíritu en la más alta concepción para ellos, en su superior culto a los muertos; el hombre neolítico, que comenzó viviendo en los abrigos y cuevas naturales en aquella época de temperatura templada y húmeda, que sucedía al frío seco de la Magdaleniense, sale de aquéllos, como de los antros de las cavernas, llevándose de la naturaleza la idea de la bóveda, de los muros, de los pilares, y discurriendo por las radiadas galerías la noción del hipogeo, y, así, reformando las cuevas naturales, tantas dedicó a panteones, los que pretenden surgieron de los dólmenes con galería.


Y hallándome ante la Cueva de los Siete Altares, con la atención fijada por tales recuerdos, he de considerarla como un monumento fúnebre, una sepultura dedicada a un gran guerrero o a un gran pontífice, si es que no reunió el muerto ambos absorbentes y soberanos cargos, como ocurrió luego entre los celtíberos.


Sólo á un poderoso dominador o a un amadísimo venerando pudo dedicarse tal neolítica grandeza y aspirada a novedad artística del monumento. De él hay algunas representaciones aparentadas en España y en el extranjero, pero ninguno alcanza los caracteres asignados a esta cueva del Duratón, prosiguiendo así la supremacía artística de la Iberia en el arte rupestre durante el inmenso período paleolítico, como en el neolítico y aun en la primera edad de los metales.


Subiendo desde el río por escarpada roca se llega á penosa altura, en que se abre la cueva.


Ya en el vestíbulo, pero aún al aire libre, se anuncia sorprendente el monumento por el rectángulo excavado en la roca, para establecer en el centro el rarísimo simulacro de una figura antropomorfa.


(...)

Me inclinaría á entender que el ídolo, pues que se halla a su ingreso, pero al aire libre, y se contempla desde fuera, pretendiere ser emblema del personaje allí sepultado o del dios protector de la cámara fúnebre para que pudiere ser visto y venerado por las multitudes y peregrinos, sin tener que profanar la cueva sepulcral, pues en varias, como la de Grotte des Fées, en Fontvielle, se hallan tan desgastados los escalones y galenas que acusan antigua enorme concurrencia.


(...)

Entrando en la cueva, á la mano derecha, se halla el desarrollo del monumento, que le componen tres otras representaciones antropomorfas que en su circular superior representación obtienen parecido radio, pues en algo disminuye desde el número 2 al 4; pero la mayor diferencia se halla en la ornamentación, muy rica y singular para su época en la número 2 y del mismo orden, pero simplificada en detalles, en los números 3 y 4.


(...)

Yo me inclinaría a interpretar el número 2 como representación del soberano que allí sepultaran, y así se engrandece la figura con la diadema soberana de grabados y pinturas, que parecen coronar la cabeza, terminando la corona con irradiaciones que se tuvieran como de divino y supremo poder en imitación de la insuperable grandeza del Sol. Volveré después a ocuparme en la novedad de la ornamentación romboidal inscripta.


La figuración antropomorfa número 3 pareciérame la de la diosa fúnebre, por ya varias veces descubierta en algunas otras cuevas reformadas por el hombre y que se clasificaron de época chalcolítica ó de transición de la piedra á los metales, que al indicar yo la de este monumento las tengo por coetáneas; y consecuente con la acción divinal, que sospecho como todos los arqueólogos concedían los neolíticos a la dicha diosa fúnebre, designo a esta mía por la diosa regeneradora de la muerte, según luego explicaré. El que el número 3 se considerase en su tiempo representación divina lo patentiza la especie de ara o como mesa de altar que ante ella labraron, y tan evidente de forma y destino parece, que así la tradición y la voz del país llamóla de por siempre la Cueva de los Siete Altares, por las cuatro figuraciones que se conservan y otros tres que pudieron considerarlas por su imaginación las gentes, ayudándose en ciertos trazos y oquedades, éstas naturales, y los otros obra humana.


La figura antropomorfa número 4 debe representar á la diosa femenina de otras cuevas, pues en el grabado y en el perfil se detallan los rituales pechos. La figura número 3 pudiera ser un dios masculino con que se adelantase al desdoblamiento de la diosa femenina, según Déchelete, á constituir la pareja divina neolítica, más frecuente en los monumentos occidentales; y como en varias cuevas y estelas se han hallado representaciones antropomorfas masculinas; las masculinas se caracterizan por no tener pechos y cruzar el suyo con una banda, bien pudiera y debería admitirse que en una cueva de la grandeza artística de la en que me ocupo se representasen las dos divinidades, afectando la preferente inclinación neolítica al antropomorfismo.


Los cuatro símbolos tienen una cavidad bajo de ellos como para depositar homenajes u ofrendas, creencias o culto, pero en la figura número 3 sirvió para que algún visitante moderno del tipo frecuentísimo de los destructores metiese en el agujero ya pico o azada, y apalancando saltase un trozo del ara.


Al pie de las figuras corre un pasadizo artificial tal vez para permitir el acceso a la adoración, y en ese mismo camino, bajo de cada figura, labraron una oquedad sobre plano horizontal.


Como para apoyarse y besar los pechos de la figura número 4, labraron un escalón en su altar correspondiente, o ya para depositar ofrendas.


(...)

Y llegando ahora á la explicación antropomorfa de las figuraciones en la Cueva de los Siete Altares, he dé consignar que no otra cosa puede entenderse después de muchas que así fueron traducidas y por divinidades interpretadas en tantas cuevas, ya de Francia, ya de Italia y aun de nuestro país, que las describen y reproducen en grabado muchos autores, entre ellos mi inolvidable maestro, y querido amigo el heroico y extraordinario sabio M. DécheFette, y ya también otro célebre autor y arqueólogo y buen amigo M. Siret, y con tantos más que por no extender estos apuntes me veo obligado á consignar somerísimamente.


También en la gruta de Courjeonnet, valle del Petit-Morin (Marne), como en otras siete más, se halla algo parecido, pues en el mismo lienzo de roca, donde se abre la entrada á la cueva en forma algo semejante á la figura 1 de la de Siete Altares, y al lado de aquel ingreso hay esculpida en bajo relieve una simplísima y grosera representación antropomorfa, que desde los ya citados M. Déchelette y M. Siret, con un general intermedio de sabios arqueólogos, la tienen por representación de una divinidad femenina, con misión fúnebre.


Muchas son las figuras tosquísimas que se han hallado en Francia, Italia y España, correspondiendo á tal emblema y por semejante técnica: casi todas son de piedra bruta, afectando varias la forma de las de los Siete Altares: unas grabadas, otras esculpidas, y algunas con indicios de pintura infinitamente menos determinadas que la del Duratón, excediéndose á todas las rudimentarias, por más serio, las de las inmediaciones de París.


Las caras de aquéllas se reducen á una indicación de ojos por dos puntos, ó dos agujeritos ó dos resaltos circulares, y entre ambos la nariz, que sólo por el sitio de colocación se adivina: jamás tienen boca, pues casi única excepción es la que aparece ligeramente indicada en la de la Cueva de Croizard, á la que, én cambio, faltan los ojos y los pechos.


Las piedras antropomorfas á que antes me referí dirán que algunas, como son estelas, tienen una especie de cabeza, pero también hay muchísimas sin aquella determinación. Entre las representaciones británicas, una, la más perfecta de las conocidas, y la otra rudimentaria.


Sospecho, pues, que en las cuevas y sepulturas neolíticas y de la primera edad del metal la figura antropomorfa que se halla en ellas o en sus inmediaciones sea representación de una divinidad protectora del muerto para tornarle á la vida: por eso a la que designo para tan incomparable reacción en la Cueva de los Siete Altares la titularía La Diosa regeneradora de la Muerte.


(...)

Quise dar una noticia de mi descubrimiento de la Cueva de los Siete Altares en el Duratón, noticia para la Real Academia de la Historia, pero de noticia pasé a informe, y extendiéndolo demasiado di en abuso de vuestra atención, de vuestra paciencia y de vuestro tiempo; pero si seguro estoy me disculpe la gran bondad con que me favorecéis, añado en mi descargo vuestro extraordinario saber, que se adelanta al reconocimiento de la grandísima importancia, la extraordinaria novedad, la gran significación científica de la Cueva de los Siete Altares, que por sí misma y por su situación es hoy caso único en Arqueología».

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