sábado, 26 de abril de 2014

SEGOVIA. Monasterio de San Vicente el Real




El río Eresma nace en los pinares de Valsaín,
de la confluencia de varios arroyos
que bajan de las laderas de la sierra.
Pasa por la ciudad de Segovia, la cual rodea en un meandro
(a los pies del Alcázar se junta con el Clamores),
y desemboca en el Adaja, el río de Ávila.

El Eresma se acerca a Segovia a través del barrio de San Lorenzo,
que hasta hace poco constituía una especie de caserío separado.
Más arriba, cerca del punto en el que el Eresma
recibe las aguas del Cigüeñuela,
se encuentra el monasterio de San Vicente el Real.


En el tramo del valle del Eresma que se extiende junto a la ciudad,
proliferaron las fundaciones religiosas.
En la actualidad se conservan ocho construcciones,
con culto siete de ellas,
y las ruinas de una novena,
y existió otra en las proximidades de la Casa de la Moneda,
una iglesia de la que no quedan vestigios,
que fue dedicada a San Blas y San Gil
y que se dice fue mandada construir por San Geroteo,
primer obispo de la ciudad.


Siguiendo el curso del Eresma, se hallan, en apenas un kilómetro:
el monasterio de San Vicente,
la iglesia de San Lorenzo,
el monasterio de Santa Cruz (hoy sin culto),
el monasterio de Santa María de los Huertos (en ruinas),
el monasterio de Santa María del Parral,
la iglesia de la Vera Cruz,
la iglesia de San Marcos,
el monasterio de Santa María de Rocamador (hoy carmelitas)
y el santuario de la Fuencisla.


El monasterio de San Vicente el Real
está emplazado a la derecha de la corriente,
antes de llegar a la ciudad.
Se levanta en un paraje de pronunciada pendiente,
lo que condiciona en su construcción acusadas diferencias de nivel
entre las distintas dependencias monásticas.


Se dice que tiene sus orígenes en un templo romano,
parece que dedicado a Júpiter.

En cualquier caso, se trata del convento más antiguo de Segovia.


Sus orígenes son inciertos.
Se cree que ya en el siglo XII estaba ocupado por monjas bernardas,
sobre la base de una inscripción a modo de friso
que recorre los muros de la iglesia,
en la que se atribuye la construcción del templo
a la Orden del Císter en 1156.
Es una inscripción probablemente del siglo XV, renovada en 1676.


Desde antiguo el monasterio se vio favorecido por los reyes.
Ya Alfonso VIII acogió a las monjas de San Vicente
bajo su encomienda y protección en 1211,
privilegio que les fue confirmado por todos los monarcas posteriores.

En el siglo XIII, Alfonso X otorgaba nuevas mercedes al monasterio
y el concejo segoviano, en cumplimiento del mandato regio,
ordenaba a sus aldeas que no escatimasen sus derechos al cenobio.
Pocos años después el rey recordaba a las autoridades segovianas
que tenían que hacer respetar su anterior carta abierta.
Las monjas siguieron teniendo dificultades
para hacer cumplir las disposiciones reales,
y se quejaron al rey,
que ordenaba otra vez que se respetase el privilegio,
expresaba su malestar tanto respecto a los labradores desobedientes
como respecto al cabildo municipal que lo consentía
e imponía elevadas penas económicas a nuevos incumplimientos.

Siglos más tarde, las monjas seguían pleiteando
para obtener el pago de esas tasas por parte de los labradores,
pleitos que finalmente perderán.

Por lo demás, el devenir de este monasterio es bastante desconocido.
Aislado a orillas del Cigüeñuela,
parece haberse mantenido al margen de la historia.


De la primera fábrica románica sólo se conserva
el ábside de la iglesia.

A lo largo del siglo XV fue reconstruido en estilo gótico.

En el siglo XVII el cenobio sufrió un grave incendio,
lo que motivó una segunda reconstrucción.
Desde entonces ha sido objeto de nuevas intervenciones,
y el conjunto actual es el resultado
de la superposición de actuaciones a lo largo de siglos.
Las últimas reformas se han realizado en 1990 y en 2006.


En la actualidad el cenobio sigue habitado por religiosas de clausura,
que viven de su huerta y de la venta de flores.

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