lunes, 21 de abril de 2014

SEGOVIA. Palacio Real de San Martín




La provincia de Segovia fue durante largas temporadas
residencia de la monarquía castellana
y posteriormente de la monarquía española
y contó con un importante número de alojamientos reales.
Fue residencia de las sucesivas dinastías:
los Borgoña, los Trastámara, los Austria, los Borbones.

El más antiguo palacio real segoviano fue el Alcázar.

Le siguen, cronológicamente,
el palacio de Pedro I, de Cuéllar,
y la torre de Guijasalbas, quinta de caza utilizada por los Trastámara,
de los que se guardan escasas referencias.

Luego, el palacio de Rascafría,
en el monasterio de Santa María de El Paular,
cuya construcción se inició por Enrique III.
Fue durante casi cinco siglos monasterio cartujo;
desde 1954, es una abadía benedictina.
El palacio se ha convertido en hotel.

A continuación, el Palacio Real de San Martín,
construido por Juan II para su hijo el príncipe Enrique.


Después Enrique IV erigió, en las afueras de la ciudad,
la quinta de caza de El Campillo,
que será luego convento de franciscanos y más tarde de clarisas,
con el nombre de San Antonio el Real.

El mismo monarca ordenó disponer aposentos reales
en el monasterio de El Parral,
aposentos de los que sólo se conserva el recurdo de su ubicación,
a Poniente del cenobio.
En ellos habitó también su hermanastra Isabel en agosto de 1503,
pero pronto dejaron de utilizarse por la realeza.
Fueron destruidos por un incendio en 1565,
cuando los ocupaba el Nuncio Juan Baptista Cattaneo,
futuro Papa Urbano VII.

Los Reyes Católicos construyeron el palacio de Santa Cruz,
dentro del convento de dominicos,
fundación de Santo Domingo de Guzmán en 1218,
remodelado por Juan Guas por orden de Fernando e Isabel,
para conmemorar la Concordia de Segovia.
Aquí vivió la Reina Católica en el otoño de 1503.
De estas estancias reales sólo se conserva la puerta de entrada.

Los reyes castellanos llegaron, pues, a tener
cinco residencias en la ciudad de Segovia
(también tuvieron tres en Medina del Campo, y dos en Ávila):
el Alcázar, el Palacio de San Martín
y los aposentos de San Antonio el Real, El Parral y Santa Cruz.

Los Austrias encargaron la construcción
de la Casa del Bosque de Valsaín, hoy muy deteriorada.

Los primeros Borbones hicieron edificar
los suntuosos palacios de Riofrío y La Granja,
del primero de los cuales sólo quedan ruinas.

Iglesia de San Martín

De todas estas construcciones,
la estrictamente urbana fue el Palacio de San Martín,
llamado así por su proximidad a la parroquia de este nombre.


***


En 1429 el rey Juan II puso casa al príncipe Enrique en Segovia,
“de la cual le hizo donación y gracia con toda su jurisdicción”.

Levantó la residencia en el centro de la ciudad,
en el barrio de San Martín,
donde algunos nobles también construyeron sus palacios.


Sobre unas casas que adquirió a Ruy Díaz de Mendoza,
en las que introdujo grandes reformas
que encargó a la cuadrilla morisca de Xadel Alcalde,
que por entonces trabajaba en el Alcázar.


El Palacio ocupó la totalidad de la manzana
delimitada por la Plaza de San Martín, calle de Arias Dávila,
plaza de los Huertos, plaza del Doctor Laguna,
plaza de la Reina Doña Juana y plaza de los Espejos.


Por las referencias de los cronistas y por los dibujos del siglo XIX
conocemos algo de esa edificación.

Era una construcción típicamente mudéjar,
con un exterior sobrio y lujosos interiores,
un conjunto de dependencias organizadas en torno a varios patios,
sin una estructuración clara
pero a modo de dos palacios, el del Rey y el de la Reina,
independientes según la etiqueta de los Trastámara.
Debió de estar resguardado por un recinto almenado.
Frente a la plaza de Doña Juana se encontraba el Palacio de la Reina
y el Palacio del Rey frente a la plaza de San Martín;
en la parte que hoy ocupa la plaza de los Espejos,
entre ambos palacios, estaba la leonera de Enrique IV
(quien, además, tenía osos en el Alcázar).

*** 


La ciudad favorita de Enrique IV era Segovia,
localidad que, siendo príncipe,
su padre el rey le había concedido en señorío.
En ella, Enrique prefirió habitar el Palacio de San Martín,
más acogedor que el Alcázar.
El ala residencial del Alcázar estaba orientada al Norte
y en invierno sus grandes estancias resultaban muy frías.


***


Enrique nació en enero de 1425, en Valladolid, en la calle Teresa Gil,
en la Casa de las Aldabas, del contador Diego Sánchez.

Era hijo de Juan de Castilla y de su primera mujer, María de Aragón.

Álvaro de Luna, a la sazón favorito de Juan II,
puso como ayo de Enrique a Juan Pacheco, Marqués de Villena,
que se convertirá en hombre de confianza del príncipe.
Algunos historiadores han afirmado la homosexualidad del Marqués
(además de su carácter ambicioso y conspirativo),
que pudo inculcar y compartir con Enrique.
(También se dijo que hubo relaciones homosexuales
entre Juan II y Álvaro de Luna
desde la adolescencia de don Juan).

El príncipe fue un niño enfermizo y débil,
melancólico, retraído, desconfiado, indolente.
muy aficionado a la música.

Según el cronista Enríquez del Castillo, Enrique
«es alto, de piel blanca, pelirrojo, pecoso y de frente ancha.
Sus miembros son grandes y su apariencia leonina,
en su facies destaca una mandíbula prominente,
con dientes mal enfrentados».

En 1436 los reyes Juan II de Castilla y Juan II de Navarra
firmaron un tratado de paz
para sellar el cual acordaron el casamiento
de la hija del navarro, Blanca, con el príncipe Enrique.
Los dos jóvenes tenían la misma edad.

En 1440 ambos cumplieron 15 años,
momento fijado para la consumación del matrimonio.

En Valladolid se celebró una misa, un torneo y una cena.
Los novios se retiraron a su aposento.

Tras la puerta aguardaban los notarios
para dar fe de la consumación.
El cronista Diego de Valera recoge:
«durmieron en una cama
y la princesa quedó tan entera como venía».

Desde entonces se empezará a conocer a Enrique
por el apodo de el Impotente,
aunque también se le ha llamado el Liberal y el Franco.

Durante algún tiempo cohabitó Enrique con Blanca de Navarra.
Después comenzó a distanciarse de ella.

Para confirmar la impotencia del muchacho,
algunos sacerdotes preguntaron a las meretrices segovianas,
pero las prostitutas declararon en contra de tal rumor.

Pese a ello, se recurrió a físicos
para curar el mal que aquejaba al príncipe
y los cirujanos confirmaron la impotencia de éste.

Enrique afirmó que en su relación con Blanca
podía estar siendo víctima de un hechizo.

Según un diagnóstico del doctor Marañón,
«una falta de secreción sexual provoca en no pocas ocasiones
una actividad de la hipófisis que se traduce
en la acromegalia que podía apreciarse en Enrique
y que reunía manifestaciones como la estatura elevada,
la longitud extraordinaria de las piernas,
la dimensión exageradamente grande de las manos y de los pies
y el encorvamiento con el que caminaba».
«El órgano copulatorio es débil y escuálido en su base,
con frágiles tejidos ahí, pero luego se ensancha
hacia una longitud considerable y una desproporcionada cabeza.
Esto último impide que la erección se complete,
pues el resto del órgano no puede sostener tamaño peso».

Enrique terminó por aborrecer a Blanca.
En 1443 se oficializó el divorcio.

En 1445 murió su madre, María de Aragón, en Villacastín (Segovia),
quizás envenenada por orden de don Álvaro de Luna,
debido a que la reina confabulaba contra Castilla
con sus hermanos los infantes de Aragón.

Don Álvaro, gran amigo del regente Pedro de Portugal,
pidió ayuda militar a éste ante el ataque de los infantes de Aragón,
aliados con la oligarquía castellana para acabar contra el valido.

A cambio, el Condestable gestionó el matrimonio
entre Juan II e Isabel de Portugal.

Así pues, en 1447 el rey Juan II volvía a casar,
con la joven Isabel de Avis, prima de Alfonso V de Portugal.
La boda tuvo lugar el 22 de julio en Madrigal de las Altas Torres.

Isabel de Avis y Braganza
descendía de la que el poeta Camões llamó “ínclita generación”,
su padre era uno de los seis hijos
de Juan I de Portugal y Filipa de Lancaster,
unos infantes curiosos e inteligentes,
cultos y religiosos, valerosos y aventureros.

Para la nueva reina compuso el Marqués de Santillana unos versos:
«Dios os hizo sin enmienda
de gentil persona y cara,
y sumando sin contienda,
cual Giotto no os pintara».
Isabel poseía los rasgos de su abuela paterna Filipa de Lancaster,
rostro fino, ojos azules, cabello rubio y piel muy blanca,
rasgos que heredarán sus hijos.

Isabel de Portugal tuvo dos hijos:
Isabel, nacida en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1451
y Alfonso, nacido en Tordesillas (Valladolid) en 1453.

En el sepulcro del padre de Isabel de Portugal, el infante Juan,
figurará la divisa francesa "J'ai biê raison" (“Yo tengo razón”),
declaración de seguridad, tenacidad y valentía
que heredarían su hija y su nieta.

Pero a Isabel se le achaca también
ser la transmisora de una patología
entonces conocida como melancolía.
Su tío Duarte I sufrió grandes depresiones.
Ella habría transmitido el desequilibrio que pudo afectar a su nieta,
Juana I de Castilla, conocida como la Loca.

En 1453 el príncipe Enrique consiguió del papa
la declaración de nulidad de su matrimonio con Blanca,
debido a la falta de consumación.

Entonces, de modo similar a como había actuado Álvaro de Luna,
Juan Pacheco urdió, ante el asombro de la reina,
un segundo matrimonio para Enrique,
con Juana de Avis, hermana de Alfonso V de Portugal
y prima hermana de Isabel.

En 1454 murió Juan II de Castilla en Valladolid.
Tenía 49 años.
Su primogénito Enrique fue proclamado rey
en el castillo de la Adrada (Ávila).

Se entraba en un periodo turbulento,
de facciones enfrentadas por el poder
entre distintos herederos, hermanastros, validos y nobles.

La primera orden de Enrique
fue enviar a la viuda de su padre, la reina Isabel,
al castillo de Arévalo (Ávila),
junto con sus dos hermanastros Alfonso e Isabel.
(Allí pasará la portuguesa el resto de su vida como reina viuda.
Según las crónicas, sufrió un progresivo deterioro mental,
y morirá demente en 1496.
Será enterrada en Arévalo.
En 1504, poco antes de morir, Isabel la Católica
trasladará los restos de sus padres don Juan y doña Isabel
a la cartuja de Miraflores, en Burgos,
a un sepulcro labrado por Gil de Siloé).

En 1455 se firmaron las capitulaciones para la boda de Enrique,
en las que queda de manifiesto
la débil situación en que se encontraba el rey:
La novia no aportaba dote alguna
sino que recibía 100.000 florines de oro, como depósito;
Si “por cualquier causa o razón” la ceremonia no se llegaba a realizar,
la novia no estaba obligada a devolver el depósito.

El rey derogó la ley de los notarios
para poder tener una noche de bodas en la intimidad.

El enlace se celebró en Córdoba.

Los problemas que Enrique había tenido con Blanca
se reprodujeron con Juana de Avis.
El rey pidió a sus embajadores que le buscaran remedios
y llegó a mandar emisarios a África
en busca del cuerno del unicornio,
conocido por sus propiedades afrodisíacas.

En 1456 el rey estuvo en Úbeda.
Allí se hospedó en casa del Regidor Diego Fernández de la Cueva.
Como agradecimiento,
el rey se ofreció a llevar a la corte al hijo mayor de don Diego.
Éste prefirió que el rey se llevase a su segundo hijo, Beltrán.
Don Enrique aceptó e hizo a Beltrán su Paje de Lanza.

A lo largo de 1457 Juan Pacheco, Marqués de Villena,
se hizo cargo de los asuntos del Reino
y paralelamente creció el descontento entre los nobles,
encabezados por el Arzobispo de Toledo Alonso Carrillo.

Pacheco se rodeó de su propio equipo,
en el que figuraba su hermano, Pedro Girón, Maestre de Calatrava.

Intentó también una alianza con Juan II de Navarra,
hermano del monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo.
Pero en 1458 murió éste,
Juan II fue proclamado rey de Aragón
y rompió el pacto de amistad firmado con el monarca castellano.

En la corte castellana proliferaban los escándalos.
El Dr. Marañón describe, refiriéndose a Enrique IV:
«Está, sin duda, relacionada con su inclinación homosexual,
su famosa afición a los árabes, de los que, como es sabido,
tenía a su lado una abundante guardia,
con escándalo de su reino y aun de la cristiandad.
Es sabido que, en esta fase de la decadencia de los árabes españoles,
la homosexualidad alcanzó tanta difusión
que llegó a convertirse en una relación casi habitual
y compatible con las relaciones normales entre sexos distintos».

El cronista Alonso de Palencia,
que al principio del reinado había considerado a Enrique un buen rey,
pasa a criticarlo acremente.
Cuenta que los moros de la guardia real
«corrompían torpísimamente a mancebos y doncellas».
Menciona amoríos homosexuales del monarca
con algunos de sus favoritos, Juan Pacheco o Beltrán de la Cueva.
Gómez de Cáceres, «joven de arrogante figura,
belleza física y afable trato»,
ascenderá en la corte, pese a su total carencia de méritos.
Francisco Valdés, que rechazó las proposiciones del monarca,
tuvo que huir de la corte y acabó siendo encarcelado;
el rey le visitaba en prisión, para reprocharle
«su dureza de corazón y su ingrata esquivez».
También Miguel Lucas de Iranzo huyó del monarca.
En cambio (todo ello según Palencia),
Alonso de Herrera debió mostrarse complaciente con el rey,
pues una noche lo encontraron yaciendo en la cama de éste.

Enrique mantenía también una relación
con doña Guiomar de Castro, dama de compañía de la reina Juana,
venida de Portugal en el séquito de ésta.

Asimismo tuvo relaciones con una doncella de la reina
no perteneciente a la nobleza.

En 1461 el rey nombró a Beltrán de la Cueva Conde de Ledesma
y lo incluyó en el Consejo Real.

Ese mismo año la reina Juana «conoce sentirse en estado».
«Los Grandes de Castilla tuvieron por sospechosa
la preñez de la Reyna,
no porque della presumiessen cosa fea,
sino temiendo no fuesse ficción suya, fingiendo que estava preñada».
En consecuencia, exigieron ciertas garantías,
como la de que 18 de ellos estuvieran presentes
en el momento del alumbramiento.
El rey consintió.

En 1462 nació en el Alcázar de Madrid la princesa Juana.
(Habrá un segundo embarazo de la reina,
que, en fecha indeterminada, perderá a un hijo varón,
estando preñada de seis meses).

En mayo la niña fue investida Princesa de Asturias
y por tanto declarada heredera del trono.
El monarca hizo acudir a Madrid desde Arévalo
a sus hermanastros Isabel y Alfonso
para asistir al evento.
La infanta era la madrina de Juana.

En agosto Enrique se desplazó a Guadalajara
para asistir a la boda de su favorito Beltrán de la Cueva
con doña Mencía de Mendoza.
Fue tan bien agasajado que otorgó a la villa el rango de ciudad.

Para el soberano había sido un gran año.
Pero en 1463 los nobles comenzaron a poner en duda
la filiación de la princesa Juana.

En palabras del cronista Diego Enríquez:
«El rey, que solía mandar, es venido a ser mandado.
Él, que señoreava, quedó puesto en servidumbre.
Al que todos se sojuzgavan ya ninguno lo obedese
y él obedese a todos y en tanto grado es ajeno de quien hera,
que ni se acuerda si fue rrey o si nasció para ello».

Por entonces tuvo lugar la reconquista de Gibraltar,
que el rey cedió a Beltrán de la Cueva.

Poco después el rey fue sitiado en el Alcázar de Madrid
por los nobles descontentos, liderados ya por Juan Pacheco.

Resuelto el episodio a base de concesiones,
el rey, como solía hacer en los momentos de desasosiego,
se retiró a Segovia, a cazar, a convivir con las fieras.
Tanto en la finca de El Pardo como en la de Valsaín
abundaban los animales.

Palencia escribe:
«Recorría escondidos bosques e intrincadas selvas
persiguiendo fieras,
y huía del trato de las gentes...», por «el salvaje placer
que en la contemplación de las fieras encontraba»
pero también porque, cuando salía de caza,
«gustaba de hacer fornicio con otros hombres de mal vivir».

La Liga de Nobles, constituida en Alcalá de Henares
en torno a la oposición a Beltrán de la Cueva y a su supuesta hija,
emprendió una campaña de desprestigio del rey.
Sus miembros se reunieron en la ciudad de Burgos,
donde redactaron el Manifiesto de Burgos,
en el que negaban el derecho al trono de la princesa Juana,
a la que consideraban hija de Beltrán de la Cueva,
el nuevo favorito del rey.

Enrique IV trató de arreglar el asunto
proponiendo el matrimonio de su hija con su hermanastro,
pero la Liga no aceptó.

Juan Pacheco intentó nuevamente el secuestro del monarca,
esta vez en Segovia.
Abortaron el intento las milicias de la ciudad y la guardia del rey.

Sin embargo, en 1464, en Alcalá de Henares,
el rey se sometió a las exigencias de los conjurados:
Solicitó a Beltrán de la Cueva su renuncia
al cargo de Maestre de Santiago (que pasó al infante Alfonso)
y lo alejó de la Corte,
entregándole como compensación unas cuantas plazas.
El infante quedó bajo la custodia del Marqués de Villena,
quien recuperaba todo su poder.

En 1465 Enrique IV buscó el apoyo de otros nobles.
El Condestable don Miguel Lucas de Iranzo,
el Contador Mayor del Reino don Diego Arias,
Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza
entraron a formar parte del Consejo Real.

En el castillo de la Mota don Enrique se reunió con algunos nobles,
entre ellos Beltrán de la Cueva,
y reafirmó la legitimidad de su hija y su carácter de heredera.
Nombró a Andrés Cabrera, mayordomo y hombre de su confianza,
Alcaide del Alcázar de Segovia, lugar donde se hallaba el tesoro real.

Los nobles rebeldes levantaban pendones por doquier
declarando rey al infante Alfonso.
El 5 de junio, en la Puerta del Alcázar abulense,
tuvieron lugar los hechos conocidos como Farsa de Ávila,
la deposición en efigie de Enrique IV,
que narra Diego de Valera:
Ante la muchedumbre, los nobles colocaron en una tribuna
un muñeco con los atributos regios.
El primero en subir fue el Arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo,
quien le quitó la corona de la cabeza.
El Marqués de Villena, don Juan Pacheco, le quitó el cetro de la mano.
El Conde de Plasencia, don Alvaro de Estúñiga,
como Justicia Mayor de Castilla, le quitó la espada.
El Maestre de Alcántara, don Gome Solís,
y el IV Conde de Benavente, don Rodrigo Alonso Pimentel,
le quitaron los otros ornamentos reales
y con los pies derribaron al monigote del cadalso
diciéndole: “¡Al suelo, puto!”

El Conde de Paredes, don Rodrigo Manrique,
también se hallaba presente, junto con su hijo Jorge Manrique.

A continuación, Alfonso, de 12 años, subió al estrado,
donde todos los grandes señores le besaron la mano
como Rey y Señor natural.
Poco después Juan Pacheco recibía de Alfonso
el título de Maestre de Santiago.

Castilla tenía dos reyes.
La corte de Alfonso XII, el conocido como “Rey de Ávila”,
se estableció en Arévalo.
Se iniciaba la guerra civil.

Enrique puso a su mujer y su hija
bajo la protección del Conde de Tendilla, en Buitrago de Lozoya.

En Tordesillas se creó la Santa Hermandad de Ciudades,
para proteger éstas de los ataques de los nobles rebeldes.

En 1467 La Liga de Nobles se apoderó de Segovia,
que permanecía fiel a Enrique.

Cuenta Alonso de Palencia que, nada más conquistar Segovia,
entraron los rebeldes, con don Alfonso a la cabeza,
en la finca que había sido propiedad de Enrique,
y, conocedores de su gusto por los animales,
se dedicaron a darles muerte.
El historiador escribe:
«Mayor pesar había recibido Enrique cuando supo
el estrago que en los ciervos del monte había hecho Don Alfonso
matando muchos con su venablo
y permitiendo a su comitiva que hiciese lo mismo.
Más de cuarenta se cazaron aquel día,
y hubieran pasado de este número, a no intervenir con sus súplicas
los maestres de Santiago y de Alcántara
para que no siguiera adelante la matanza.
En aquel recinto había seguramente
cerca de tres mil ciervos de diferentes edades;
muchos gamos y cabras montesas,
y un toro muy bravo que no fue posible encontrar.
A éste y a un jabalí deseaba Don Alfonso dar muerte...»

Enrique IV se refugió en el Alcázar de Madrid, moralmente hundido.
El Conde de Alba y Pedro Arias Dávila el Valiente (hijo de Diego Arias)
también le habían abandonado.
El rey entabló negociaciones con los rebeldes
y éstos consiguieron el confinamiento de la reina Juana en Alaejos,
en calidad de rehén de Alonso de Fonseca.

Durante su encierro la reina fue pretendida por el libertino arzobispo;
se ignora si Alonso de Fonseca consiguió sus objetivos.
Más éxito tuvo su sobrino Pedro de Castilla el Mozo
y cuando, terminadas las negociaciones,
la reina fue llamada a la corte, estaba embarazada de siete meses.

El 5 de julio de 1468, don Alfonso,
que se encontraba en la provincia de Ávila (leal a su causa),
murió envenenado en Cardeñosa, a los 15 años de edad.
Se pensó que pudiera ser peste,
pero el físico que estudió el cadáver dictaminó:
«ninguna señal de pestilencia en él apareció».

Quizás el causante de la muerte fuera el Marqués de Villena,
quien a continuación impulsó la idea de casar a la infanta Isabel
(siguiente candidata en la línea de sucesión)
con su hermano Pedro Girón, Maestre de Calatrava.

Sin embargo, cuando Girón marchaba en busca de Isabel,
con un séquito de 3.000 hombres,
se detuvo a hacer noche en Villarrubia de los Ojos
y allí murió repentinamente,
quizás de un ataque de apendicitis, quizás envenenado.

La reina Juana regresó a Buitrago, bajo la protección de los Mendoza,
y allí dio a luz a mellizos.

Tras la muerte de Alfonso, los nobles rebeldes
quisieron sustituirlo por Isabel,
pero ésta se negó a arrebatar el trono a su hermano
y rechazó convertirse en reina mientras Enrique IV viviera.

El 18 de septiembre se reunieron el rey y la infanta
en los Toros de Guisando, donde firmaron un tratado de paz.
El rey nombraba a Isabel sucesora al trono
y se reservaba el derecho de designar a su marido.

Poco después Enrique empezó las negociaciones
para celebrar un doble matrimonio:
entre Isabel y Alfonso V, rey de Portugal,
y entre Juana y el hijo de Alfonso.

Sin embargo, el 19 de octubre de 1469, en Valladolid,
Isabel casó en secreto con Fernando, heredero aragonés
(ella tenía 18 años y él 17).
No contaba con la aprobación de Enrique IV,
renaciendo así el conflicto sucesorio:
El monarca, al enterarse, anuló el Pacto de los Toros de Guisando,
volvió a proclamar a su hija Juana como heredera del trono
y excluyó del mismo a la infanta Isabel.

En 1470 el rey hizo trasladar a su hija
al castillo de Escalona, bajo la protección de Juan Pacheco.

En Medina del Campo se firmaron capitulaciones matrimoniales
entre la princesa Juana
y el Conde de Boulogne, representante del Duque de Guyena,
hermano del Rey de Francia.

En 1473 Enrique intentaba granjearse apoyos
a base de repartir nombramientos:
Juan Pacheco es nombrado Duque de Escalona,
García Alvárez de Toledo y Carrillo es nombrado Duque de Alba,
Rodrigo Alonso Pimentel es nombrado Duque de Benavente,
Pedro Fernández de Velasco es nombrado Condestable de Castilla.

El reino se sumió en una fase de anarquía e intrigas cortesanas,
una sucesión de falsas alianzas
entre el rey y los nobles y entre los mismos nobles
y entre los partidarios de Juana y de Isabel.

A principios de 1474 el rey se entrevistó con Isabel y Fernando.
El encuentro fue amistoso, pero no se llegó a ningún acuerdo.
Fue la última vez que se vieron los hermanos.

Ese mismo año la reina Juana ingresó
en el convento madrileño de San Francisco.

Enrique cayó enfermo
y pasó meses en Madrid custodiado por Juan Pacheco.

El 1 de octubre murió Pacheco.

En diciembre, hallándose el rey en el Alcázar de Madrid,
«le sobrevino un accidente de cámaras y vómitos con ocasión
de las grandes frialdades que avía cobrado andando
por el campo los meses de Otubre y Noviembre;
apretóle tanto, que se juzgó ser mortal».

Iglesia de San Martín

Enrique IV murió esa misma noche.
Fue enterrado en el monasterio de Guadalupe.

Su muerte nunca ha sido del todo aclarada.
Según Marañón, los trastornos descritos se asemejan,
más que a úlcera gástrica, a síntomas de envenenamiento,
tal vez con arsénico, el veneno más usado en aquellos días.

En 1475 moría en su celda conventual la reina doña Juana.
Había redactado un largo testamento
que firmó como La Triste Reyna.


***

Iglesia de San Martín

El Palacio de San Martín
fue la morada habitual de Enrique IV en Segovia,
mientras que en ese tiempo Isabel solía alojarse en el Alcázar
durante sus estancias en la ciudad.

En la noche del 11 al 12 de diciembre de 1474
Enrique IV falleció en los Alcázares de Madrid.
Se comunicó la noticia a su hermanastra,
que se encontraba en el Alcázar de Segovia.

De allí salió Isabel el día 13 para ser proclamada reina de Castilla.

La proclamación tuvo lugar a las puertas de la iglesia de San Miguel,
“con alzamiento de pendones”.

Después la reina se trasladó al Palacio de San Martín
para que le fuera rendido el homenaje de nobles y prelados,
besamanos que se repitió en los días siguientes,
según iban llegando los procedentes de las ciudades del Reino.

El 2 de enero de 1475 entró Fernando en Segovia
y recibió en la puerta de San Martín
el homenaje debido a los reyes de Castilla.

Pasó luego a Palacio a reunirse con su esposa
y recibir en el salón principal el juramento de sus súbditos.

El día 15, en el palacio mayor de las Casas Reales de San Martín,
se firmó el “Acuerdo para la Gobernación del Reino”,
conocido como “Concordia de Segovia”,
documento que ponía las bases de la gobernación de las Españas,
repartiendo las atribuciones de gobierno de Fernando e Isabel
en sus respectivos territorios.
Aquí y entonces se acuñó el lema del “Tanto Monta”,
mote heráldico usado en adelante por los Monarcas Católicos.
Permanecieron los reyes en este palacio hasta el 22 de febrero.

En 1476 en el Alcázar se alojaba
la primogénita de los Reyes Católicos, la princesa Isabel,
al cuidado de la amiga de la reina, Beatriz de Bobadilla,
y del esposo de ésta, el converso Andrés Cabrera,
alcaide de la fortaleza.

Alguien acusó a Cabrera de estar malversando fondos
aprovechándose de la confianza de los reyes.
La acusación provocó un tumulto popular
y éste se convirtió en motín cuando unos provocadores,
disfrazados de campesinos,
arengaron a la población para destituir al alcaide.
La masa enfurecida se encaminó al Alcázar,
armada con aperos de labranza, palos y piedras.

La reina se encontraba fuera de la ciudad, con el cardenal Mendoza.
Cuando se le comunicó lo que estaba ocurriendo,
Isabel cabalgó 60 kilómetros hasta Segovia,
llegó al Alcázar y dejó abiertas sus puertas
para que entraran los amotinados y expusieran sus quejas.
La reina las estudió y mantuvo en el puesto a Cabrera.
Su actuación le granjeó la fidelidad del pueblo de Segovia.

La soberana se instaló en el “Palacio
que es cerca de la Iglesia de San Martín”,
y allí pasó del 4 de agosto al 23 de septiembre.

A partir de entonces los monarcas prefirieron alojarse en el Alcázar,
pero en 1496 volvieron a habitar el Palacio de San Martín,
de julio a septiembre.

El 10 de agosto de 1503 la reina regresó a Segovia
en busca de descanso,
pero esta vez residió en los aposentos de El Parral y Santa Cruz.
Permaneció en la ciudad hasta el 26 de noviembre
y ya no regresaría.


***

Iglesia de San Martín

Del 8 de mayo al 17 de octubre de 1505
estuvo don Fernando en Segovia
para ocuparse de la testamentaría de su difunta esposa.

Se instaló en el palacio de Santa Cruz y luego en el Alcázar
(donde recibió a Cristóbal Colón).
No quiso utilizar el Palacio de San Martín
por los recuerdos que le traía
de las épocas pasadas allí con su esposa.

Tras la muerte de la reina,
don Fernando no quiso volver a habitar aquel Palacio.
La decisión fue tan radical que cedió el edificio a Diego de Barros.


***


Diego de Barros dividió el Palacio en tres partes,
para sus descendientes.

La estructura del Palacio era de fácil división.
Se repartió entre tres familias nobles,
lo que dio lugar a su fraccionamiento en tres edificios.

*** 


La parte que correspondía a los antiguos Cuartos del Rey
se convirtió en el palacio de los Porras.

En un dibujo de Avrial de hacia 1840
se puede ver la fachada que daba a la plaza de los Espejos,
con las reformas que se habían realizado en ella.
En los vanos del piso superior se habían colocado
siete esferas de cerámica vidriada, conocidas como espejos,
que dieron nombre a la plaza.

Este palacio sufrió en el siglo XX
numerosas transformaciones y reconstrucciones
para adaptarlo a diversos usos,
y su lugar lo ocupan actualmente viviendas y edificios oficiales.
En la actualidad sólo se pueden identificar
vestigios de un muro de la construcción primitiva.

*** 


El espacio correspondiente a la leonera de Enrique IV
y a una zona del Palacio del Rey
correspondió a Catalina de Barros
y su marido Pedro López de Medina.


Éstos fundaron sobre su parte un centro de beneficencia,
el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción,
conocido como Hospital de Viejos,
un asilo para acoger a “viejos ciudadanos que, impedidos,
no pueden ganarse el sustento”.


Junto al Hospital hicieron construir la Capilla de la Concepción,
con altar de bóveda gótica y nave con artesonado mudéjar,
ámbitos separados por un arco apuntado.
En el altar se encuentran
los sepulcros de Pedro López de Medina y de su esposa,
con sendas estatuas yacentes y nichos con sus escudos de armas.


Sobre el sepulcro de don Pedro se conserva
una ventana del original muro de fachada del Palacio del Rey,
parte de cuyo muro constituye la pared de la Capilla.


En 1836, en el Hospital de Viejos
se ubicó la Escuela de Nobles Artes, que dirigió José María Avrial.

En 1947, la Escuela (por entonces llamada de Artes y Oficios)
se trasladó a la Casa de los Picos,
y el viejo Hospital quedó abandonado y fue arruinándose.

En 1996 comenzó su restauración
y se recuperaron la Capilla del Hospital
y los escasos elementos subsistentes del antiguo palacio.


En 1997 se decidió su conversión en un museo
donde exponer la obra del pintor segoviano del siglo XX
Esteban Vicente Pérez.


Aunque el Museo se articula en torno a lo que fue el patio del palacio,
para adaptar el espacio al nuevo uso
se ha realizado una remodelación
que hace imposible apreciar la inicial estructura palacial:
nuevos muros ocultan los viejos,
el patio porticado queda transformado en una sala cubierta
con sus soportes tapados...


Permanece visible la Capilla del Hospital,
utilizada como Salón de Conferencias del Museo.


Las únicas fachadas del Palacio que se han conservado
son las que se encuentran en un patio adyacente.

Las actuales fachadas principal y posterior
en realidad son muros de segunda crujía,
que han asumido el papel de fachada
al haber desaparecido las iniciales.

Del Palacio original se pueden ver aún unos pocos elementos:
Una saetera del siglo XV situada en el muro del patio;
tres arcos de ladrillo situados en el muro de fachada principal...

*** 


El ala llamada Palacio de la Reina Doña Juana
pasó a manos de Isabel de Barros (hija de Diego de Barros)
y por sucesivas herencias llegó a los Galicia,
que lo habitaron hasta hace poco.

En la actualidad, del Palacio de San Martín
sólo se conserva una parte de esas Casas de la Reina:
un edificio organizado en torno a un patio porticado
en el cual hay dos arcos con los blasones del rey Enrique,
y dando al patio cámaras artesonadas con los blasones reales.
Su estado es de progresivo deterioro.
Al parecer, a finales del siglo XX sus dueños deseaban derribarlo
para construir nuevos bloques;
impedimentos legales frustraron su proyecto
y el edificio quedó abandonado.

Los vestigios del Palacio de San Martín están protegidos
por la declaración de la ciudad como Conjunto Monumental,
pero tal protección es demasiado vaga,
y los restos que aún no han desaparecido se van degradando.

En 2006 la Administración Regional adquirió las Casas de la reina
para evitar su ruina total, pero no se hizo nada.

En enero de 2014 se ha iniciado un proyecto de consolidación.


***


De los diferentes palacios reales que hubo en las ciudades castellanas
sólo se conserva (bien que arruinado) éste de San Martín,
que fue escenario de importantes acontecimientos.

En él se alojó Enrique IV y también Isabel I.

La Reina Católica estuvo muy vinculada a Segovia,
ciudad por la que sintió gran aprecio.
y en la que fue proclamada reina.

Sin embargo, curiosamente la ciudad en la actualidad
mantiene un nostálgico apego a Enrique y a la niña Juana
y cierta animadversión hacia Isabel.

En cambio, al parecer, en el libro de firmas del Mesón de Cándido,
se guarda una dedicatoria de Neil Amstrong,
el primer hombre que pisó la Luna,
que visitó la ciudad y escribió:
«Sin Segovia, no Isabel;
sin Isabel, no América;
sin América, no Luna».

No hay comentarios:

Publicar un comentario