lunes, 26 de mayo de 2014

SEGOVIA. Judería. Cementerio



Los cementerios, igual que las sinagogas,
formaban parte de los bienes comunales de las aljamas.
Las aljamas judías contaban con sus propios cementerios,
que tenían gran importancia para los hebreos.
Las pequeñas comunidades que no disponían de cementerio propio
llevaban sus difuntos al de la aljama de la que dependían.

Por razones de salubridad y de tradición
los cementerios se situaban a las afueras de las poblaciones
(el Talmud prescribe que se ubiquen
a un mínimo de 50 pasos de la última casa)
y, siempre que fuera posible, en lugar elevado e inclinado
y orientado hacia Oriente
y preferiblemente separados de la población por arroyos.
El Talmud exige que los sepelios se realicen en tierra virgen.
La judería debía tener un acceso directo al cementerio
para evitar que los entierros discurrieran por el interior de la ciudad
y con ello las posibles alteraciones que la comunidad cristiana
pudiera ocasionar al cortejo fúnebre.
La orientación de todos los enterramientos hebreos
era con la cabeza al Oeste y los pies al Este,
mirando hacia Jerusalén.

En la Edad Media se creó la Jevrá Kadishá, o Sociedad de Entierros,
una de las asociaciones de mayor prestigio de la vida hebrea,
formada por un grupo de judíos locales
que se encargaba de preparar al difunto para su entierro;
grupos diferentes atendían a hombres y mujeres.
En las poblaciones en que no existía esta sociedad,
se ocupaban de ello los vecinos mayores.
La Sociedad de Entierros se ocupaba del difunto,
manteniendo siempre el cuerpo cubierto por un gran lienzo
que cuatro personas mantenían sujeto
por cada una de las cuatro esquinas.
Así se realizaba el tahará o lavado ritual del cadáver,
al que se afeitaba y cortaban el pelo y las uñas,
pues el Talmud los considera elementos impuros.
A continuación lo amortajaban.

Luego se llevaba a cabo una breve ceremonia
en la que se pronunciaba el Tziduk Hadin
(la aceptación de la Justicia del Decreto Divino).

Después se recitaba el Kadish
(la afirmación de la creencia en el Todopoderoso).

Luego el cuerpo era introducido en el ataúd,
si se optaba por utilizar éste,
que debía ser de madera blanca y sin pulir.
En algunos casos se perforaba con algunos agujeros,
para facilitar la integración del cuerpo en la tierra.

Según la costumbre de los judíos españoles,
que se ha mantenido en las comunidades sefardíes de Oriente,
cuando una persona fallecía, debían vaciarse
todos los depósitos de agua que había en la casa,
por la creencia de que el “ángel de la muerte”,
tras llevar a cabo su acción,
limpiaba su espada mortífera en el agua que hallaba a su alcance;
por eso, las ollas eran colocadas boca abajo en la puerta de la casa
donde se había producido un fallecimiento;
los miembros de la familia sacerdotal, los Kohen,
debían mantenerse a una distancia mínima de seis pies
para preservar la pureza ritual de los sacerdotes.

El cuerpo era llevado al cementerio,
deteniéndose la procesión fúnebre siete veces.
Si el muerto era un personaje notable,
a su paso se abrían las puertas de la sinagoga
y se hacía sonar el shofar.
Si no se podía evitar el cruce por calles cristianas,
el cortejo interrumpía los cánticos y lamentos
al pasar por delante de las iglesias.

Una vez llegados al cementerio,
el Acafoth era la ceremonia consistente
en dar siete vueltas alrededor del féretro,
pronunciando una oración llamada rodeamento,
por la creencia de que los demonios seguían al difunto a la tumba,
pero podían ser desviados formando un círculo alrededor del fallecido.

En algunos casos se colocaba una almohada al difunto,
hecha con la misma tela de la mortaja
y llena de tierra de la sepultura.

Tras depositar el cadáver,
cada persona echaba un puñado de tierra o una palada,
con cuidado de no pasarse la pala de mano en mano,
sino dejándola en el suelo para que el siguiente la tomara de allí,
para evitar transmitir el pesar de unos a otros.

Terminado el entierro, a la salida,
los dolientes se sentaban en un banco
y los asistentes pasaban delante de ellos
y pronunciaban palabras de consuelo.
A continuación debía procederse al lavado de manos ritual.
Si no existía una fuente en las cercanías, llevaban jarras con agua,
que se vertía primero sobre la mano derecha
y después sobre la mano izquierda,
tres veces sucesivamente.
Así se alejaba la impureza creada por el contacto con la muerte.
En algunas comunidades se lavaban además los ojos y la cara,
para retirar “el espíritu de impureza que existe en el cementerio”,
y a veces también se hacían baños purificadores en el miqwé.

Los sacerdotes judíos (kohanim)
no deben contaminarse con los muertos,
por lo que los judíos de apellido Cohen, descendientes de este linaje,
tienen prohibido entrar en los cementerios
excepto por la muerte de sus padres.

La tumba se marcaba, generalmente con una estela,
un año después de producirse el fallecimiento,
cuando finalizaba el luto.


***


El cementerio judío de Segovia se extendía
por la ladera izquierda de la cuenca del arroyo Clamores,
al Sur de la ciudad y fuera del recinto amurallado,
frente al lienzo de la muralla comprendido
entre la Casa del Sol y el Postigo de la Luna,
tramo de muralla que quedó integrado en 1481 en el barrio judío.
La mayor concentración de enterramientos
se encuentra frente a la Puerta de San Andrés.


Dicho otero es conocido actualmente con el nombre del Pinarillo.
Presenta una pendiente casi uniforme,
rota por numerosas depresiones u hoyos,
y por ello también se conoce como la Cuesta de los Hoyos.


En la actualidad está cubierto de pinos.
Más allá se extiende el páramo, tierras áridas y desérticas.


Entre la ciudad y el cementerio se extendía
el valle del río Clamores, con cuevas, huertos y tenerías.
(En la actualidad el Clamores va entubado;
sólo un pequeño estanque y un canal evocan su existencia).


La aljama y la necrópolis se comunicaban
por una vereda que desde la puerta de San Andrés
bajaba por la Hontanilla y cruzaba el Clamores
por el puente de la Estrella (hoy reconstruido).


Por la puerta de San Andrés salía de la muralla el cortejo fúnebre,
descendía hasta el valle,
salvaba el Clamores por el puente de la Estrella
y subía hasta el cementerio por la ladera opuesta.


(Hoy el cruce de la carretera se realiza por un pequeño túnel.
Una vez atravesado, unas escaleras llevan al cementerio).


Desde el Pinarillo se divisa el perfil de Segovia,
y asimismo desde la muralla es visible el cementerio.


***


Ningún estudio arqueológico ha localizado lápidas,
por lo que no hay restos epigráficos que proporcionen información.

Tampoco se han encontrado vestigios
del muro que cerraría el espacio.


Hay varios tipos de enterramientos: las cuevas y las fosas.
Seguramente las primeras son más antiguas.


Las cuevas, semisubterráneas, están abiertas en la roca,
tienen la altura aproximada de una persona,
planta más o menos circular, entrada rectangular
y acceso a través de un pequeño pasillo a cielo abierto.
Probablemente se aprovecharon cuevas naturales,
que fueron ampliadas y acondicionadas.
Algunas se comunican entre sí
y en algunos casos conservan hornacinas en las paredes.
La entrada se cerraba con una losa.
Se han encontrado un total de 26.
Son una singularidad de este cementerio,
ya que la cámara hipogea no es utilizada
en el mundo funerario medieval hispano.
(Es posible que las cuevas de Murviedro, en Sagunto,
ubicadas en un lugar donde la tradición sitúa un cementerio judío,
respondieran a una práctica similar a la de Segovia).
Hay quien considera que no eran enterramientos directos
sino lugares de depósito secundario, osarios.


Las fosas también están excavadas en la roca.
Hay localizados 50 sepulcros, de dos tipos:
unas atropomorfas y otras trapezoidales.
Se cubrían con lajas de piedra.

Hay asimismo fosas cavadas en tierra.
Corresponden a los enterramientos más recientes.


La distribución de los enterramientos no responde a trazado previo,
sino a las irregularidades del terreno.


***


El cementerio de Segovia es la única necrópolis hebrea medieval
conservada en Castilla y León.

Y es también una de las pocas necrópolis judías europeas medievales
que, habiendo sido ubicada
en las afueras de la aljama y extra-muros de la ciudad,
se ha conservado.


Debido a la ausencia de losas sepulcrales,
se desconoce la datación cronológica de esta necrópolis.
La mención más antigua data de 1460
(un documento relativo a unos lindes de propiedades
que se refiere al cementerio como fonsario de los judíos),
pero es ya muy tardía si se considera
que existió población judía documentada en la ciudad desde 1215
(su presencia probablemente es anterior a esta fecha).
Posiblemente, desde los siglos XII o XIII hasta su expulsión,
los judíos segovianos enterraron aquí a sus muertos.


El Pinarillo es una muestra más
de la pujanza que llegó a tener la aljama segoviana.

Y también de que su relación con la comunidad cristiana
fue pacífica durante siglos:
la sola existencia de una necrópolis
en territorio aislado y desprotegido de la judería
es prueba de ello, ya que, de lo contrario,
el cementerio habría sido objeto de saqueos y ultrajes.


En 1492, tras la expulsión, los Reyes Católicos
entregaron el terreno del cementerio al Concejo de la ciudad,
con la condición de que lo mantuviese como ejido,
es decir, sin uso agrícola ni ganadero.

El año siguiente, las piedras del fonsario
fueron donadas al monasterio de Santa María del Parral.
En la actualidad no se conoce la ubicación de ninguna de esas lápidas
ni se sabe si se utilizaron en la construcción del templo.


Nunca se perdió la memoria de la condición funeraria de ese terreno,
como sí ocurrió en otras poblaciones.
La zona fue llamada durante un tiempo
Peñas del Fonsario de los Judíos.
Según cuenta el historiador Diego de Colmenares en 1633,
el valle del Clamores y la zona de las Tenerías
eran llamados Prado Santo.
En el siglo XVIII el nombre fue cambiando
por el de Cuesta de los Hoyos.


Fue Diego de Colmenares el primero que, en el siglo XVII,
localizó el cementerio e hizo referencia a él.

Hasta el siglo XIX el paraje era un monte pelado y árido.
En un dibujo de la serie de Wyngaerde, fechado en 1562,
se ve la ladera del cerro como un erial con múltiples depresiones.


En el siglo XIX algunas de las cámaras sepulcrales
fueron utilizadas como cuevas-vivienda.
En 1859 el Ayuntamiento realizó una plantación de pinos.

En 1881 la construcción de la carretera paralela a la colina
dejó al descubierto algunas tumbas.

En 1886 Joaquín Mª Castellarnau inició excavaciones arqueológicas,
junto con Jesús Grinda y el padre Fidel Fita,
y publicó los primeros estudios sobre el cementerio.
[Castellarnau (1848 – 1943), Ingeniero de Montes,
presidió la Real Sociedad Española de Historia Natural
y diseñó un programa de ordenación del monte segoviano.
Hoy una placa en la fachada recuerda la que fue su casa de Segovia].


Los estudios de Castellarnau, Grinda y Fita
permitieron conocer la tipología de las cuevas
y confirmar el texto de Colmenares y otros documentos
que se referían a este lugar como fonsario de los judíos.

Castellarnau describía así el lugar:
«Al pié de cada depresión se observa una protuberancia redondeada,
pero todo está recubierto por la capa de tierra vegetal
que uniformemente se extiende por la superficie de la ladera,
excepto el escarpe inferior.
Hay, sin embargo, algunas de estas depresiones
que ofrecen al descubierto, en su parte más profunda,
las entradas de cuevas excavadas artificialmente en la roca.
Una de ellas ha sido utilizada por el guarda del terreno
para depósito de forrajes y otros usos;
pero en general están tapadas las aberturas,
y hasta el presente se desconocía por completo
que la Cuesta de los Hoyos estuviera literalmente cuajada
de estas grutas debidas á la mano del hombre.
En vista del aspecto general de la ladera
y del que ofrecen al exterior las cuevas
que conservan abierta su entrada,
se supuso que en cada una
de las pequeñas depresiones ú hoyadas del terreno
se encontraría una de aquellas.
Para confirmar esta hipótesis
se empezó á excavar en uno de los hoyos,
situado frente á la puerta de San Geroteo de la Catedral,
á la derecha de la vereda que conduce
desde el puente sobre el Clamores á la casilla del guarda.
A poco de empezados los trabajos, se dió con una abertura
que conducía á la cueva más pequeña de las dos que dibujamos.
Pero antes de penetrar en ella y á un metro de profundidad,
se descubrió un sepulcro labrado en la roca,
lo que hizo suponer la existencia de otros semejantes
en aquellas inmediaciones.
Desde ese momento, las excavaciones se dirigieron,
no solo á explorar las cuevas,
sino también á confirmar el texto de Colmenares
y de algunas antiguas escrituras,
que señalan el terreno
conocido actualmente con el nombre de Cuesta de los Hoyos,
como cementerio hebreo (Fonsario de los judíos).
Las excavaciones han puesto así al descubierto
dos clases de construcciones: las cuevas y los sepulcros
[...]
En todos se han encontrado los esqueletos intactos. [...]
Los cráneos, sometidos á la inspección
de nuestro compañero y amigo, don Félix Gila, doctor en Ciencias,
ofrecen el ángulo facial de Crammer muy desarrollado,
frente abovedada, tabique de la nariz muy estrecho,
pómulos regulares, dentición bella y bien conservada.
Son ortognatos.
Por término general la estatura de los esqueletos es alta
y la osamenta firme.
Indicios todos ellos de la raza de Israel, activa é inteligente
[...]
En vista de estos datos y teniendo en cuenta
la tradición y los textos de Colmenares,
y los antiguos títulos de propiedad de los terrenos colindantes,
parece comprobado que la Cuesta de los Hoyos
era el cementerio de los judíos».


En 1961 la ampliación de la misma carretera
dejó a la vista nuevos enterramientos.

En el siglo XX se sucedieron las campañas de excavación:
En 1962, Isabel Burdiel de las Heras.
En 1975, Alonso Zamora.
En 1994 y 1997, Sonia Fernández Esteban.

En 2010 se acondicionó la necrópolis.
En 2011 se dieron por terminadas las labores
de recuperación y adecuación del cementerio para su visita.
El acceso es libre y se encuentra señalizado.


En los últimos años se han recuperado
otros cementerios judíos medievales:
El de Barcelona, en Montjuïch, en 2000,
el de Sevilla en 2004,
el de Toledo en 2009
y el de Ávila en 2012.

lunes, 12 de mayo de 2014

SEGOVIA. Judería. Sinagoga Mayor (Iglesia Corpus Christi)



En la Baja Edad Media, la ciudad de Segovia albergó
una numerosa comunidad judía.
La aljama contó a lo largo de su historia
con al menos cinco sinagogas,
si bien no todas ellas existieron conjuntamente.

En 1412 se promulgó la Provisión de Valladolid,
en la que se disponía el apartamiento de los judíos
en barrios separados de los cristianos.

Ello concidió con la confiscación de la Sinagoga Mayor.


***


La antigua Sinagoga Mayor fue el centro religioso
de la comunidad hebrea segoviana.
Se hallaba entre la calle de la Judería Vieja y la muralla,
paralela a la calle de la Puerta del Sol.
La entrada actual se realiza por la plaza del Corpus Christi,
atravesando un típico corral segoviano
que forma parte del conjunto del convento de las clarisas,
propietarias del templo.
En la confluencia de la plaza con la calle de la Judería Vieja,
en el límite oriental del barrio,
estaba la primera de las siete puertas que cerraron la judería
a finales del siglo XV.


No existen testimonios documentales que permitan
conocer el momento de su construcción.
Su estructura era similar a la de Santa María la Blanca de Toledo.
Su orientación hacia el Sur, hacia Córdoba, capital del califato,
en lugar de hacia el Este, hacia Jerusalén,
ha hecho pensar que pudo levantarse sobre una mezquita anterior.
En los siglos XI al XIII el oratorio de las mezquitas andalusíes
estaba formado por tres naves perpendiculares al muro de la qibla,
separadas por arcos de herradura,
y esa disposición sirvió de modelo para algunas sinagogas,
como la de Santa María la Blanca de Toledo
y la del Corpus Christi de Segovia.
Amador de los Ríos creyó que pudieran ser obra de un mismo alarife
y Lambert pensaba que la segoviana fue imitación de la toledana;
en cambio, según el Marqués de Lozoya,
el  capitel de la sinagoga segoviana
no es de origen musulmán sino románico.


«En el año de 1410,
reinando en España D. Juan Clarísimo [Juan II de Castilla],
en el cual tiempo por ser el Rey de edad pequeña,
que aún no había llegado a los catorce años [1406-1419],
la nobilísima Reina Dª Catalina, madre suya,
era Gobernadora de todo el Reino
[regencia compartida con el infante Fernando de Antequera],
y siendo Obispo de la ciudad de Segovia D. Juan de Tordesillas,
acaeció una cosa admirable y espantosa en esta ciudad».

Se acusó a varios judíos segovianos
de haber profanado en su Sinagoga Mayor una hostia consagrada.
El único relato de estos hechos se encuentra
en la obra escrita en 1459 por el franciscano Alonso de Espina,
Fortalitium fidei
contra iudeos, sarracenos aliosque christiane fidei inimicos.
Fray Alonso indica que conoció los hechos
de boca del agustino Martín de Córdoba,
a quien a su vez se los había contado el dominico Juan de Canalejas,
testigo presencial.
La historia debe ser tomada con precauciones,
dada la animadversión del autor hacia los judíos,
y resulta difícilmente asumible en su redacción literal.

Cuenta que el sacristán de la iglesia de San Facundo tenía deudas
y fue a pedir un préstamo a Don Mayr Alguadex,
un adinerado judío de la ciudad,
rab de la Corte y que había sido médico del difunto Enrique III.
Éste accedió a prestarle el dinero
si a cambio le entregaba una hostia consagrada.
El sacristán aceptó y una noche se realizó en cambio
(en una calle hoy llamada del Malconsejo por lo que allí aconteció).

El prestamista y un grupo de hebreos segovianos
organizaron la profanación de la hostia en la Sinagoga Mayor.

Intentaron hervirla pero no lo lograron,
les entró miedo y decidieron entregar la sagrada forma
al prior del monasterio dominico de la Santa Cruz de Segovia.
Éste comunicó lo ocurrido al obispo Juan Vázquez,
y éste informó del hecho a la reina Catalina de Lancaster,
madre y tutora de Juan II,
que se encontraba en ese momento en la ciudad.
Las autoridades detuvieron a los acusados.

Se ha apuntado que la verdadera causa del apresamiento
de Mayr Alguadex y su grupo
fue que había quien responsabilizaba al físico
de la reciente muerte de Enrique III.


Estos hechos determinaron la confiscación de la sinagoga.
En 1420 ya era templo cristiano, nombrado como “iglesia nueva”.
En 1421 la iglesia ya aparece citada como de Corpus Christi.


El nuevo templo tenía difícil acomodo;
en la ciudad de Segovia había muchas iglesias:
además de la catedral, Segovia tenía
catorce parroquias intra-muros y otro tanto extra-muros,
ocho cenobios, cinco masculinos y tres femeninos,
y otras iglesias, capillas y ermitas en el núcleo urbano y arrabales.
La creación de una nueva parroquia
habría restado feligreses, y con ello rentas, a las parroquias cercanas,
las de San Miguel y San Martín.
La resolución adoptada en 1421 por el obispo de Segovia
fue anexionar Corpus Christi
a la abadía de canónigos agustinos de Santa María de Párraces.


La abadía de Párraces había sido fundada en el siglo XII
por canónigos de la catedral de Segovia
en el término municipal de Bercial, a 32 kilómetros de Segovia
(actualmente de propiedad particular)
y poseía la iglesia de San Blas,
situada extra-muros de Segovia, en el actual barrio de San Marcos.

Como refleja el documento de anexión a Párraces,
la sinagoga ya había sido consagrada como iglesia
bajo la advocación del Corpus Christi
antes de su entrega a la comunidad agustina,
pues la abadía recibió la posesión de
«la eglesia nueva de Corpore Christi,
la qual fue signoga de los judios».

Inicialmente el propio abad de Párraces se hizo cargo de la iglesia,
debido a la relevancia de la anexión.
Desde 1434 sin embargo hubo un rector al frente de la iglesia.
En 1478 se menciona la iglesia y sus posesiones
como una granja de la abadía que sólo producía gastos.

En 1477 los canónigos cambiaron la ubicación del acceso a la iglesia
para evitar problemas entre cristianos y judíos.

En 1481 se delimitó nuevamente el barrio de la judería.
La nueva judería ocupaba una superficie mucho mayor
que la del recinto apartado de 1412
y su límite oriental se situó en la iglesia de Corpus Christi:
El delegado regio supervisó el establecimiento de la judería y dispuso
«quel primero sitio de la dicha juderia
de la dicha çibdad e sus arravales,
que fuese e sea acerca de la yglesia de Corpus Christe
donde esta un arco de cal e de ladrillo»
(en la calle de la Judería Vieja desde la plaza de Corpus Christi).

En 1485 la aljama de judíos de Segovia denunciaba a los reyes
que sobre la puerta de entrada a la iglesia,
situada fuera de la judería pero a escasos metros,
se había colocado un crucifijo con la intención
de provocar a los judíos que entraban o salían de su barrio.
Los Reyes Católicos atendieron la reclamación:
«Sepades que Jaco Cachopo,
procurador del aljama de los judios de la çibdad de Segovia, [...]
dis que los dichos canonigos de la dicha iglesia
fisieron poner e pusieron un cruçifixo
a la puerta de un corral de la dicha iglesia
que sale a la voca de la dicha juderia,
lo qual dis que fue con ynteçion de les buscar achaques e calunias
e perjudicar e dannar la dicha juderia,
en lo qual dis que todos los judios e de la dicha aljama
resçebien grand agravio e danno.
E nos suplicaron e pedieron por merçed
que sobre ello les proviesemos de remedio con justicia
como la nuestra merçed fuese,
mandando quitar la dicha ymagen e crucifixo
de la dicha puerta de fuera
pues es a la puerta e voca de la dicha juderia.
Y si lo quisieran poner,
que lo pongan dentro a la puerta de la dicha iglesia
e non en el corral della,
pues nunca avia estado alli y se avia puesto por la dicha cabsa».
Los monarcas ordenaban a sus oficiales que
«sy fallardes que [la imagen] fue puesta maliçiosamente,
proveays en ello como cumple
a servicio de Dios e al bien de la dicha çibdad,
de manera que ninguna de las partes non resçiba agravio».


Entre sus muros comenzó la revuelta comunera en Segovia:
El 29 de mayo de 1520 la iglesia acogió la reunión anual
de los encargados de recaudar los impuestos locales.
Creció la tensión entre los representantes reales y el pueblo
y los rebeldes decidieron ahorcar a los cuadrilleros.
De la iglesia salieron unas cien personas,
pero cuando llegaron al fin de la ciudad
se les habían unido más de dos mil.
Los dos cuadrilleros estaban ya muertos
cuando les ahorcaron en las afueras de la población.


Los canónigos parracenses mantuvieron la propiedad de la iglesia
durante 150 años.
En 1565 la abadía fue disuelta por el papa a instancias de Felipe II
para ser anexionada a la de El Escorial.
En 1571 el monasterio de San Lorenzo de El Escorial
vendió «la casa que dizen del Corpus Christi».


Los compradores fueron Manuel del Sello,
su hermano Antonio y la mujer de éste, Juana de Tapia,
que deseaban establecer en la iglesia y sus dependencias
un convento de clarisas donde pudieran acogerse
las mujeres “arrepentidas del pecado público”,
según dice Colmenares,
mujeres que hasta entonces estaban recogidas
en el Hospital de San Miguel.

El 13 de enero de 1572 entraron procesionalmente en el convento
11 hermanas franciscanas de la Penitencia, mujeres arrepentidas,
acompañadas de cuatro maestras;
y dentro de él las esperaban cinco religiosas de San Antonio el Real.


Dos transformaciones experimentó la sinagoga:
la primera, al establecerse en ella los canónigos de Párraces,
y la segunda, al convertirse en iglesia del convento de franciscas.

Fueron los parracenses quienes construyeron el actual convento,
en el solar de una casa que se hallaba junto a la sinagoga.

En cambio, las reformas introducidas por los agustinos en el templo
fueron menores, limitadas al cambio de ubicación de la puerta.

Las obras principales que modificaron la sinagoga
fueron efectuadas por las monjas.

En la actualidad, desde el exterior de la ciudad se puede contemplar
la cabecera del templo, que se monta sobre la muralla.
La sinagoga no fue edificada del tal modo,
interceptando el servicio del amurallamiento.
Ni tampoco a los agustinos
se les permitió ocupar todo el terreno libre hasta la muralla.
Fue en el siglo XVII, cuando ésta había perdido su función,
cuando las monjas levantaron el cuerpo posterior de la sinagoga.


José María Quadrado la visitó en 1884 y la describió así:
«Solo una puerta de gótico bocel descubre el edificio
en el tránsito de la calle Real a la plaza;
y atravesado el patio, parecen tres naves
divididas por dos filas de arcos de herradura y de pilares octógonos
con gruesos capiteles de piñas y cintas entrelazadas,
ni mas ni menos que en Santa María la Blanca de Toledo.
Por cima de los arcos corre lo mismo que allí
una serie de ventanas figuradas
en que alternan las de lóbulos con las de ultra-semicírculo,
los techos son de madera en dos vertientes;
parecen en un todo ajustadas a igual tipo arábigo
entrambas sinagogas.
Cerróse para el coro bajo de las monjas
un trozo de las naves de esta,
y en la pared del fondo se muestra la hendidura horizontal
abierta por el temblor que acompañó al sacrilegio».
Joaquín María Gastellarnau rebatía pocos años después:
«Si la clausura del convento no hubiera impedido al Sr. Cuadrado
examinar la pared del fondo del coro,
y, sobre todo, si pudiera verla hoy, después del incendio,
de seguro que á su perspicacia no se le ocultaría
que dicha pared nunca formó parte de la Sinagoga Mayor».


La noche del 2 de agosto de 1899 un incendio destruyó el templo.

Ese mismo año, don Joaquín María Gastellarnau,
Caballero Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica,
entregaba a la Real Academia de la Historia
un informe titulado “Lo que queda de la Sinagoga Mayor de Segovia
después del incendio de la iglesia de Corpus Christi”:


«La que en un tiempo fué Sinagoga mayor de Segovia
y ayer era la iglesia y convento de Corpus-Christi,
ha desaparecido en las primeras horas del día 3 de Agosto.
Poco antes de terminar el día 2, una columna de humo y llamas,
que casi de repente elevóse por los aires,
dio el primer aviso á los habitantes de Segovia
de que se había declarado el incendio
en tan preciado monumento judaico.
A los pocos momentos toda la iglesia
estaba convertida en una inmensa hoguera,
y el fuego se propagaba con espantosa rapidez
por las dependencias del convento.
A las dos de la madrugada, con horrible estrépito
se vino abajo la techumbre de la antigua Sinagoga,
llenando con sus maderos y vigas encendidas el fondo de las naves,
desde las cuales se desprendían inmensas llamas que,
después de atravesar los majestuosos arcos de herradura
y lamer sus afiligranados capiteles,
elevábanse por encima de los muros
formando un torbellino de fuego de increíble altura.
Los esfuerzos de todos, llevados á cabo con el más noble heroísmo,
fueron impotentes para impedir que el incendio arrebatara
aquella joya arquitectónica;
y todo salvamento se hizo imposible desde los primeros momentos.
Una de las 19 religiosas que habitaban el convento
murió entre las llamas.
¿Cuál fué la causa del incendio y por dónde empezó?
Cuestiones son éstas que probablemente permanecerán siempre
envueltas en la obscuridad más completa.
Lo cierto es que los primeros albores del naciente día
sólo pudieron iluminar las informes y humeantes ruinas
de la que fué en un día rival de Santa María la Blanca de Toledo,
pues otra cosa que ruinas no quedaba ya.
Después del incendio permanecen en pie
los muros gruesos de la iglesia, los del coro y de la sacristía,
y las dos magníficas arcadas que trazaban la nave central.
La cúpula del presbiterio está hundida
y de toda la demás techumbre, que era de madera,
no quedan ni siquiera rastros».
[...]
«Para la historia de nuestra arquitectura,
la desaparición de la iglesia de Corpus-Christi
ha sido una pérdida irreparable.
Lo que el fuego ha respetado, ¿acabará de perderse
por falta de una mano piadosa que lo salve de la ruina?»


La respuesta de la sociedad segoviana posibilitó una reconstrucción
que permitió en 1902 el regreso de las clarisas a su convento.

Parcerisa, 1865

En 2001 el Ayuntamiento abordó una mejor rehabilitación
(vidrieras, yeserías y capiteles de la ornamentación original),
basándose en los restos subsistentes y en la información disponible:
La descripción de Quadrado,
un cuadro de Ricardo Madrazo
(pintado en 1883 y hoy conservado en el Museo Zuloaga),
una litografía de Francisco Javier Parcerisa
(Recuerdos y Bellezas de España, 1865).
De después del incendio hay fotografías de Joaquín Castellarnau
(colección Alfonso Ceballos)
que muestran cómo quedó el templo.

Madrazo, 1883

El 16 de julio de 2004 la iglesia fue reabierta.

En la actualidad sigue siendo la capilla
del convento de las Hermanas Clarisas,
que tienen un taller de encuadernación.

Atravesada la portada gótica que da a la calle, hay un patio interior.
A su derecha queda el convento.
Al otro lado del patio está la puerta del templo.


En la entrada de la iglesia,
un cuadro de Vicente Cutanda, titulado “El Milagro de la Eucaristía”,
realizado y colocado en el templo en 1902,
recoge el episodio de la hostia consagrada.


***


Junto a la Sinagoga Mayor, hubo en Segovia al menos otras cuatro,
que no se han conservado:


La Sinagoga Vieja.
Estuvo ubicada en la actual plaza de la Merced.
Aparece documentada por primera vez en 1412,
cuando fue cedida por la regente Catalina de Lancaster
a los frailes de Santa María de la Merced
en compensación por los solares que esta comunidad entregó
para el apartamientos de los judíos.
El solar ocupado por el convento de la Merced
fue utilizado en el siglo XIX para abrir una plaza
frente a la iglesia de San Andrés.
Junto a la sinagoga se encontraba una carnicería
y una de las dos escuelas talmúdicas de la ciudad.


La Sinagoga de los Ibáñez.
Se encontraba en el centro de la judería,
en la actual plaza de San Geroteo, entre la muralla y la catedral,
en el solar ahora ocupado por el colegio de las Madres Jesuitinas.
Fue conocida como Nueva Sinagoga Mayor,
ya que se construyó hacia 1412
para sustituir a la confiscada Sinagoga Mayor.
La sinagoga fue comprada por el cabildo de la catedral a los judíos
el 6 de julio de 1492
y luego la intercambió por otra propiedad con los Ibáñez.
Éstos la transformaron en su residencia.
En 1507 pertenecía a Bartolomé Ibáñez,
que dio nombre  a la plazuela que se extendía delante de sus casas
y en cuya familia siguió el edificio hasta finales del siglo XIX.
En 1920 su propietario vendió la finca en pública subasta
y la adquirió el Instituto Religioso Hijas de Jesús,
al cual sigue perteneciendo.
El aspecto de la finca responde a las obras realizadas en el siglo XVII.
De la sinagoga se conservan algunos vestigios:
En los años 80 del siglo XX las jesuitinas reformaron el colegio;
al demoler los edificios que se habían agregado al bloque primitivo
se descubrieron los restos de un miqwah o baño ritual
y aparecieron en los muros un ojo de buey y unos arcos con yeserías.
Pero es difícil su visita.


La Sinagoga del Campo.
Estuvo en el inicio del adarve de la calle Martínez Campos,
frente a la Puerta de San Andrés, cerca de la plaza del Socorro,
donde hoy se levanta el monumento al folclorista Agapito Marazuela.
Se tiene constancia documental de que fue erigida hacia 1456,
junto al patio conocido como "Corralillo de los Huesos";
en ese documento, doña Elvira, esposa del converso Diego Arias,
hacía entrega al maestre Samaya, físico de Enrique IV,
de varios enriques de oro,
para la Sinagoga del Campo, que a la sazón se obraba en Segovia.
Hubo junto a ella una de las tres carnicerías de la aljama,
a la que debe su nombre el corral.
Contaba con un hospital anejo.
Estaba muy cerca de la Nueva Sinagoga Mayor,
tanto que en ocasiones se ha creído que eran la misma.
Tras la expulsión de los judíos, la propiedad del edificio
pasó a manos del alcaide del alcázar, Diego del Castillo.
El corral ha quedado integrado
en la ampliación de la residencia estudiantil de las Jesuitinas
que existe entre la Plaza de San Geroteo,
la calle Martínez Campos y la calle de la Refitolería.


La Sinagoga de Burgos.
Se hallaba fuera de la judería, en la parroquia de San Miguel,
según figura en un documento de 1358;
ha sido situada en el número 17 de la calle de Escuderos.
Quizás pertenecía a un grupo de judíos procedentes de Burgos.
Fue expropiada en 1412 al efectuarse el apartamiento de los judíos.
El último testimonio sobre su existencia es de 1418,
en un documento en el que se menciona
«una casa pequenna de la dicha yglesia [catedral]
que esta junta con la signoga de Burgos».


Hay quien apunta la existencia de dos sinagogas más,
pero no hay ninguna información sobre ellas.