lunes, 26 de mayo de 2014

SEGOVIA. Judería. Cementerio



Los cementerios, igual que las sinagogas,
formaban parte de los bienes comunales de las aljamas.
Las aljamas judías contaban con sus propios cementerios,
que tenían gran importancia para los hebreos.
Las pequeñas comunidades que no disponían de cementerio propio
llevaban sus difuntos al de la aljama de la que dependían.

Por razones de salubridad y de tradición
los cementerios se situaban a las afueras de las poblaciones
(el Talmud prescribe que se ubiquen
a un mínimo de 50 pasos de la última casa)
y, siempre que fuera posible, en lugar elevado e inclinado
y orientado hacia Oriente
y preferiblemente separados de la población por arroyos.
El Talmud exige que los sepelios se realicen en tierra virgen.
La judería debía tener un acceso directo al cementerio
para evitar que los entierros discurrieran por el interior de la ciudad
y con ello las posibles alteraciones que la comunidad cristiana
pudiera ocasionar al cortejo fúnebre.
La orientación de todos los enterramientos hebreos
era con la cabeza al Oeste y los pies al Este,
mirando hacia Jerusalén.

En la Edad Media se creó la Jevrá Kadishá, o Sociedad de Entierros,
una de las asociaciones de mayor prestigio de la vida hebrea,
formada por un grupo de judíos locales
que se encargaba de preparar al difunto para su entierro;
grupos diferentes atendían a hombres y mujeres.
En las poblaciones en que no existía esta sociedad,
se ocupaban de ello los vecinos mayores.
La Sociedad de Entierros se ocupaba del difunto,
manteniendo siempre el cuerpo cubierto por un gran lienzo
que cuatro personas mantenían sujeto
por cada una de las cuatro esquinas.
Así se realizaba el tahará o lavado ritual del cadáver,
al que se afeitaba y cortaban el pelo y las uñas,
pues el Talmud los considera elementos impuros.
A continuación lo amortajaban.

Luego se llevaba a cabo una breve ceremonia
en la que se pronunciaba el Tziduk Hadin
(la aceptación de la Justicia del Decreto Divino).

Después se recitaba el Kadish
(la afirmación de la creencia en el Todopoderoso).

Luego el cuerpo era introducido en el ataúd,
si se optaba por utilizar éste,
que debía ser de madera blanca y sin pulir.
En algunos casos se perforaba con algunos agujeros,
para facilitar la integración del cuerpo en la tierra.

Según la costumbre de los judíos españoles,
que se ha mantenido en las comunidades sefardíes de Oriente,
cuando una persona fallecía, debían vaciarse
todos los depósitos de agua que había en la casa,
por la creencia de que el “ángel de la muerte”,
tras llevar a cabo su acción,
limpiaba su espada mortífera en el agua que hallaba a su alcance;
por eso, las ollas eran colocadas boca abajo en la puerta de la casa
donde se había producido un fallecimiento;
los miembros de la familia sacerdotal, los Kohen,
debían mantenerse a una distancia mínima de seis pies
para preservar la pureza ritual de los sacerdotes.

El cuerpo era llevado al cementerio,
deteniéndose la procesión fúnebre siete veces.
Si el muerto era un personaje notable,
a su paso se abrían las puertas de la sinagoga
y se hacía sonar el shofar.
Si no se podía evitar el cruce por calles cristianas,
el cortejo interrumpía los cánticos y lamentos
al pasar por delante de las iglesias.

Una vez llegados al cementerio,
el Acafoth era la ceremonia consistente
en dar siete vueltas alrededor del féretro,
pronunciando una oración llamada rodeamento,
por la creencia de que los demonios seguían al difunto a la tumba,
pero podían ser desviados formando un círculo alrededor del fallecido.

En algunos casos se colocaba una almohada al difunto,
hecha con la misma tela de la mortaja
y llena de tierra de la sepultura.

Tras depositar el cadáver,
cada persona echaba un puñado de tierra o una palada,
con cuidado de no pasarse la pala de mano en mano,
sino dejándola en el suelo para que el siguiente la tomara de allí,
para evitar transmitir el pesar de unos a otros.

Terminado el entierro, a la salida,
los dolientes se sentaban en un banco
y los asistentes pasaban delante de ellos
y pronunciaban palabras de consuelo.
A continuación debía procederse al lavado de manos ritual.
Si no existía una fuente en las cercanías, llevaban jarras con agua,
que se vertía primero sobre la mano derecha
y después sobre la mano izquierda,
tres veces sucesivamente.
Así se alejaba la impureza creada por el contacto con la muerte.
En algunas comunidades se lavaban además los ojos y la cara,
para retirar “el espíritu de impureza que existe en el cementerio”,
y a veces también se hacían baños purificadores en el miqwé.

Los sacerdotes judíos (kohanim)
no deben contaminarse con los muertos,
por lo que los judíos de apellido Cohen, descendientes de este linaje,
tienen prohibido entrar en los cementerios
excepto por la muerte de sus padres.

La tumba se marcaba, generalmente con una estela,
un año después de producirse el fallecimiento,
cuando finalizaba el luto.


***


El cementerio judío de Segovia se extendía
por la ladera izquierda de la cuenca del arroyo Clamores,
al Sur de la ciudad y fuera del recinto amurallado,
frente al lienzo de la muralla comprendido
entre la Casa del Sol y el Postigo de la Luna,
tramo de muralla que quedó integrado en 1481 en el barrio judío.
La mayor concentración de enterramientos
se encuentra frente a la Puerta de San Andrés.


Dicho otero es conocido actualmente con el nombre del Pinarillo.
Presenta una pendiente casi uniforme,
rota por numerosas depresiones u hoyos,
y por ello también se conoce como la Cuesta de los Hoyos.


En la actualidad está cubierto de pinos.
Más allá se extiende el páramo, tierras áridas y desérticas.


Entre la ciudad y el cementerio se extendía
el valle del río Clamores, con cuevas, huertos y tenerías.
(En la actualidad el Clamores va entubado;
sólo un pequeño estanque y un canal evocan su existencia).


La aljama y la necrópolis se comunicaban
por una vereda que desde la puerta de San Andrés
bajaba por la Hontanilla y cruzaba el Clamores
por el puente de la Estrella (hoy reconstruido).


Por la puerta de San Andrés salía de la muralla el cortejo fúnebre,
descendía hasta el valle,
salvaba el Clamores por el puente de la Estrella
y subía hasta el cementerio por la ladera opuesta.


(Hoy el cruce de la carretera se realiza por un pequeño túnel.
Una vez atravesado, unas escaleras llevan al cementerio).


Desde el Pinarillo se divisa el perfil de Segovia,
y asimismo desde la muralla es visible el cementerio.


***


Ningún estudio arqueológico ha localizado lápidas,
por lo que no hay restos epigráficos que proporcionen información.

Tampoco se han encontrado vestigios
del muro que cerraría el espacio.


Hay varios tipos de enterramientos: las cuevas y las fosas.
Seguramente las primeras son más antiguas.


Las cuevas, semisubterráneas, están abiertas en la roca,
tienen la altura aproximada de una persona,
planta más o menos circular, entrada rectangular
y acceso a través de un pequeño pasillo a cielo abierto.
Probablemente se aprovecharon cuevas naturales,
que fueron ampliadas y acondicionadas.
Algunas se comunican entre sí
y en algunos casos conservan hornacinas en las paredes.
La entrada se cerraba con una losa.
Se han encontrado un total de 26.
Son una singularidad de este cementerio,
ya que la cámara hipogea no es utilizada
en el mundo funerario medieval hispano.
(Es posible que las cuevas de Murviedro, en Sagunto,
ubicadas en un lugar donde la tradición sitúa un cementerio judío,
respondieran a una práctica similar a la de Segovia).
Hay quien considera que no eran enterramientos directos
sino lugares de depósito secundario, osarios.


Las fosas también están excavadas en la roca.
Hay localizados 50 sepulcros, de dos tipos:
unas atropomorfas y otras trapezoidales.
Se cubrían con lajas de piedra.

Hay asimismo fosas cavadas en tierra.
Corresponden a los enterramientos más recientes.


La distribución de los enterramientos no responde a trazado previo,
sino a las irregularidades del terreno.


***


El cementerio de Segovia es la única necrópolis hebrea medieval
conservada en Castilla y León.

Y es también una de las pocas necrópolis judías europeas medievales
que, habiendo sido ubicada
en las afueras de la aljama y extra-muros de la ciudad,
se ha conservado.


Debido a la ausencia de losas sepulcrales,
se desconoce la datación cronológica de esta necrópolis.
La mención más antigua data de 1460
(un documento relativo a unos lindes de propiedades
que se refiere al cementerio como fonsario de los judíos),
pero es ya muy tardía si se considera
que existió población judía documentada en la ciudad desde 1215
(su presencia probablemente es anterior a esta fecha).
Posiblemente, desde los siglos XII o XIII hasta su expulsión,
los judíos segovianos enterraron aquí a sus muertos.


El Pinarillo es una muestra más
de la pujanza que llegó a tener la aljama segoviana.

Y también de que su relación con la comunidad cristiana
fue pacífica durante siglos:
la sola existencia de una necrópolis
en territorio aislado y desprotegido de la judería
es prueba de ello, ya que, de lo contrario,
el cementerio habría sido objeto de saqueos y ultrajes.


En 1492, tras la expulsión, los Reyes Católicos
entregaron el terreno del cementerio al Concejo de la ciudad,
con la condición de que lo mantuviese como ejido,
es decir, sin uso agrícola ni ganadero.

El año siguiente, las piedras del fonsario
fueron donadas al monasterio de Santa María del Parral.
En la actualidad no se conoce la ubicación de ninguna de esas lápidas
ni se sabe si se utilizaron en la construcción del templo.


Nunca se perdió la memoria de la condición funeraria de ese terreno,
como sí ocurrió en otras poblaciones.
La zona fue llamada durante un tiempo
Peñas del Fonsario de los Judíos.
Según cuenta el historiador Diego de Colmenares en 1633,
el valle del Clamores y la zona de las Tenerías
eran llamados Prado Santo.
En el siglo XVIII el nombre fue cambiando
por el de Cuesta de los Hoyos.


Fue Diego de Colmenares el primero que, en el siglo XVII,
localizó el cementerio e hizo referencia a él.

Hasta el siglo XIX el paraje era un monte pelado y árido.
En un dibujo de la serie de Wyngaerde, fechado en 1562,
se ve la ladera del cerro como un erial con múltiples depresiones.


En el siglo XIX algunas de las cámaras sepulcrales
fueron utilizadas como cuevas-vivienda.
En 1859 el Ayuntamiento realizó una plantación de pinos.

En 1881 la construcción de la carretera paralela a la colina
dejó al descubierto algunas tumbas.

En 1886 Joaquín Mª Castellarnau inició excavaciones arqueológicas,
junto con Jesús Grinda y el padre Fidel Fita,
y publicó los primeros estudios sobre el cementerio.
[Castellarnau (1848 – 1943), Ingeniero de Montes,
presidió la Real Sociedad Española de Historia Natural
y diseñó un programa de ordenación del monte segoviano.
Hoy una placa en la fachada recuerda la que fue su casa de Segovia].


Los estudios de Castellarnau, Grinda y Fita
permitieron conocer la tipología de las cuevas
y confirmar el texto de Colmenares y otros documentos
que se referían a este lugar como fonsario de los judíos.

Castellarnau describía así el lugar:
«Al pié de cada depresión se observa una protuberancia redondeada,
pero todo está recubierto por la capa de tierra vegetal
que uniformemente se extiende por la superficie de la ladera,
excepto el escarpe inferior.
Hay, sin embargo, algunas de estas depresiones
que ofrecen al descubierto, en su parte más profunda,
las entradas de cuevas excavadas artificialmente en la roca.
Una de ellas ha sido utilizada por el guarda del terreno
para depósito de forrajes y otros usos;
pero en general están tapadas las aberturas,
y hasta el presente se desconocía por completo
que la Cuesta de los Hoyos estuviera literalmente cuajada
de estas grutas debidas á la mano del hombre.
En vista del aspecto general de la ladera
y del que ofrecen al exterior las cuevas
que conservan abierta su entrada,
se supuso que en cada una
de las pequeñas depresiones ú hoyadas del terreno
se encontraría una de aquellas.
Para confirmar esta hipótesis
se empezó á excavar en uno de los hoyos,
situado frente á la puerta de San Geroteo de la Catedral,
á la derecha de la vereda que conduce
desde el puente sobre el Clamores á la casilla del guarda.
A poco de empezados los trabajos, se dió con una abertura
que conducía á la cueva más pequeña de las dos que dibujamos.
Pero antes de penetrar en ella y á un metro de profundidad,
se descubrió un sepulcro labrado en la roca,
lo que hizo suponer la existencia de otros semejantes
en aquellas inmediaciones.
Desde ese momento, las excavaciones se dirigieron,
no solo á explorar las cuevas,
sino también á confirmar el texto de Colmenares
y de algunas antiguas escrituras,
que señalan el terreno
conocido actualmente con el nombre de Cuesta de los Hoyos,
como cementerio hebreo (Fonsario de los judíos).
Las excavaciones han puesto así al descubierto
dos clases de construcciones: las cuevas y los sepulcros
[...]
En todos se han encontrado los esqueletos intactos. [...]
Los cráneos, sometidos á la inspección
de nuestro compañero y amigo, don Félix Gila, doctor en Ciencias,
ofrecen el ángulo facial de Crammer muy desarrollado,
frente abovedada, tabique de la nariz muy estrecho,
pómulos regulares, dentición bella y bien conservada.
Son ortognatos.
Por término general la estatura de los esqueletos es alta
y la osamenta firme.
Indicios todos ellos de la raza de Israel, activa é inteligente
[...]
En vista de estos datos y teniendo en cuenta
la tradición y los textos de Colmenares,
y los antiguos títulos de propiedad de los terrenos colindantes,
parece comprobado que la Cuesta de los Hoyos
era el cementerio de los judíos».


En 1961 la ampliación de la misma carretera
dejó a la vista nuevos enterramientos.

En el siglo XX se sucedieron las campañas de excavación:
En 1962, Isabel Burdiel de las Heras.
En 1975, Alonso Zamora.
En 1994 y 1997, Sonia Fernández Esteban.

En 2010 se acondicionó la necrópolis.
En 2011 se dieron por terminadas las labores
de recuperación y adecuación del cementerio para su visita.
El acceso es libre y se encuentra señalizado.


En los últimos años se han recuperado
otros cementerios judíos medievales:
El de Barcelona, en Montjuïch, en 2000,
el de Sevilla en 2004,
el de Toledo en 2009
y el de Ávila en 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario