martes, 9 de diciembre de 2014

VALLADOLID. Plaza del Ochavo



Don Álvaro de Luna fue decapitado
en la antigua Plaza Mayor de Valladolid (actual Plaza del Ochavo)
el 2 de junio de 1453.


Federico Madrazo y Kuntz

Manuel Ramírez Ibáñez


ROMANCE DE LA MUERTE DE DON ÁLVARO DE LUNA

Con triste y grave semblante
oyendo está la sentencia
el Condestable de Luna,
sin género de flaqueza.
No le ha turbado el temor
de la muerte, ni el afrenta
del acusado delito;
antes dice con paciencia:

"Justo pago ha dado el cielo
a mi privanza soberbia,
que de servicios humildes
favores de un rey la engendra,
pues como hiedra en sus brazos
creció, y en fin, como hiedra,
en faltándole su sombra
no hay cosa que no la ofenda.
Nadie procure privar
con los reyes, porque sepan
que quien más con reyes priva
tiene la muerte más cerca;
que la privanza en el suelo
es una insaciable fiera,
tósigo que sin sentirse
se derrama por las venas:
es blanco donde la envidia
todos sus tiros asesta;
terreno de las malicias,
fortaleza sin defensa.
Púsome a mí la fortuna
en la cumbre de su rueda;
mas como es rueda, rodó
hasta bajarme a la tierra.
¡Ah, segundo rey Don Juan
y qué contento muriera,
si por servirte este día
me quitaras la cabeza!
Más siento perder la fama
que me quita tu grandeza,
que el castigo que me das,
puesto que lo mereciera.
No me espantará la muerte,
pues no es morir cosa nueva.
Mas morir en tu desgracia,
más que el morir me atormenta.
Si jamás en dicho o hecho
ofendí tu real grandeza,
no me perdone mis culpas
Dios, a quien voy a dar cuenta;
si no es que el hado infelice,
mi clima y fatal estrella
quiso, porque el cielo quiso
que con voz de traidor muera.
Luna fui que allá en tu cielo
tanto crecí, que pudiera
cual otro Faetón al mundo
abrasar, si traidor fuera;
pero mientras no vencieron
las envidiosas tinieblas
de tu sol las confianzas
en la fe de mi nobleza,
mi luna dio tanta luz
con la tuya acá en la tierra,
que de envidia se turbaron
en tu cielo mis estrellas,
do hicieron tales efectos
en el sol de tu grandeza,
que hacen menguar a mi luna
antes que se viese llena.
Erró la ventura el tiro,
desenfrenaron las lenguas
los émulos, y acertaron
dalles tu grata audiencia;
y como todo es finito,
el bien que nos da la tierra,
en tierra me vuelvo yo
con esta inmortal afrenta.
Crezcan contentos agora
los que mi menguante esperan;
mas miren que acaba el mío
cuando a llenarse comienzan."

Quiso pasar adelante,
mas no pudo, porque entran
el de Zúñiga y seis frailes,
que ya ha rato que le esperan.
Acompañóle gran gente,
como amiga de novelas,
hasta que en el cadahalso
vio el verdugo que le espera.
Abrazóse a un crucifijo
vertiendo lágrimas tiernas;
que un pecho que está sin culpa
con facilidad las echa.
Vueltos los ojos al cielo
y las rodillas en tierra,
dijo:

"Dulce Señor mío,
mi alma se os encomienda."

Cortó el astuto verdugo
de los hombros la cabeza,
que por el aire decía:

"Credo, credo, es fuerza, es fuerza..."

ROMANCERO ESPAÑOL

Eduardo Cano de la Peña

Eduardo Cano de la Peña

***

José María Rodríguez de Losada

José María Rodríguez de Losada


ROMANCE A LA MUERTE DE DON ÁLVARO DE LUNA

Para quien al día siguiente
mira la muerte segura,
el declinar de la tarde
solemnidad tiene mucha.

En el sol, que va a ponerse,
y espeso vapor ofusca
(semejante a un rey que el trono
a su pesar desocupa,

y dignidad conservando
del mundo huye, y se sepulta
donde los hombres no adviertan
su dolor y desventuras),

con honda atención los ojos
clavó Álvaro de Luna.
Así que lo vio, transpuesto,
lanzó un suspiro de angustia,

como el que lanza el amante
cuando el horizonte oculta
el bajel en que su amada
los desiertos mares surca

para no volver. Ansioso
lleva sus miradas mudas
a los montes apartados
cuyas cumbres aún relumbran;

a los ya enlutados bosques,
a las calladas llanuras,
a los altos campanarios
que entre nieblas se dibujan;

retardar el despedirse
de la perspectiva augusta
que presenta el Universo,
parece que sólo busca.

Y al notar que poco a poco
la luz menguante y confusa
del crepúsculo confunde
la escena que le circunda,

piensa ya ver de la muerte
la terrible sombra, en cuya
oscuridad para siempre
corre a hundirse, y se atribula.

Sus pensamientos penetran
los doctos frailes, y endulzan
con eternas esperanzas
su meditación profunda.

Entre dos luces llegaron
a Valladolid, y turba
desordenada en las calles
con sordo rumor circula.

De Alonso López Vivero
por la calle y casa cruzan,
donde viven sus criados,
donde llora su vïuda.

Aquéllos, como canalla
que si al poderoso adula,
en cuanto le ve caído
feroz le escarnece y burla,

de la cabalgada el paso
atajan con negra furia,
y con denuestos y voces
al ilustre preso insultan.

Éste, furioso (presente
el tiempo pasado, juzga
que aún conserva el poderío,
que aún domina a la fortuna),

lleva soberbio la mano
a buscar en su cintura
la guarnición de la espada...
Mas, ¡ay! en vano la busca.

Va preso..., espada no lleva...
¡Ah!... Lo advierte, y furibunda
mirada va a dar al cielo;
mas se anonada y conturba.

Queda con los ojos fijos,
parece su faz difunta;
tiembla, y en sudor helado
sus miembros todos se inundan.

Delante se halla un espectro...
¡Un espectro!... Sí, la mula
algo ve también; esquiva,
se recela, empina y bufa.

¿De Alonso López Vivero
ha salido de la tumba
la sombra? De que el maestre
ante sí la vio, no hay duda.

En confesión se lo dijo
aquella noche con muchas
lágrimas al padre Espina...;
de Dios la venganza es justa.

Con el cuento de la lanza
a palos abre la turba
Estúñiga denodado,
y la atropella y asusta,

y en salvo al ilustre preso
condujo a la casa suya,
en que estaba preparada
una capilla segura,

donde pasó el condestable
con la espiritual ayuda
noche serena, pidiendo
a Dios perdón de sus culpas.

Cenó, durmió cortos ratos,
repitió también algunas
trovas del famoso Mena
que pintan como locuras

las mundanas ambiciones;
oró con fervor, en suma:
fue un cristiano, un caballero,
un hombre de fe y de alcurnia.

Entre tanto, el que parece
ser el reo, a quien la dura
sentencia estaba leída,
y a quien la cuchilla aguda

del verdugo amenazaba,
era el rey... ¡Mísero!, lucha,
náufrago desventurado,
en airado mar de angustias.

Ama a don Álvaro, mira
su sentencia como injusta;
de la reina y de los grandes
se la ha arrancado la furia.

Que su trono se desploma,
y hasta su existencia juzga,
y que al morir el maestre
abrazadas irán juntas

el alma de aquel amigo
y el alma afligida suya.
¡Grande mal es la flaqueza
en hombre que cetro empuña!

Revolcándose en su lecho,
rasgando sus vestiduras,
paseándose sin tino
por la cámara, que alumbra

una lámpara medrosa
que en el cortinaje abulta
vagas sombras..., ¡infelice!
¡Qué noche pasó!... Que ocupa

ve un rincón de aquella sala,
de pie, con la boca muda,
su físico Fernán Gómez.
A él se va, las manos juntas,

y, suplicante, le dice:
«Si es que mi salud procuras,
anda a ver al condestable,
así Dios te dé su ayuda.»

El bachiller respondióle:
«Le debo mercedes muchas;
perdone vueseñoría,
no oso verle en tal angustia.»

Conmovido el rey, en llanto
rompió y en voces confusas,
que el alma a Gómez partieron,
según dicen cartas suyas.

Entró al estruendo la reina
en la cámara, cual una
aparición, como maga
que viene a doblar astuta

los encantos y conjuros
con que alto preso asegura,
y con que la empresa afirma,
de que pende su fortuna.

Calló el rey, quedó de mármol
al verla; ella le pregunta:
«¿Qué es esto?», y oyendo: «Nada»,
retiróse muy adusta.

Largo rato el rey estuvo
cual ligado por la oculta
fuerza del prestigio. Luego
torna a más reñida pugna

de afectos; la amistad vence,
llama con voz resoluta
a Solís, su maestresala,
dícele: «Al momento busca

a Diego Estúñiga, y dile...»
En su garganta se anuda
la voz, porque entra la reina
otra vez..., calla y trasuda.

La reina a Solís llevóse,
y el rey abrió con presura
el balcón, cual si quisiese
gozar del aura nocturna;

y el trono, cetro y corona
maldiciendo en voces mudas,
ojos de lágrimas llenos
clavó en la menguante luna.

ANGEL SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS

lunes, 8 de diciembre de 2014

VALLADOLID. Monasterio de Ntra. Sra. del Prado



En 1440 unos monjes jerónimos,
procedentes del monasterio de La Olmedilla,
fundaron un pequeño cenobio a orillas del Pisuerga,
extramuros de Valladolid, junto a la ermita de Santa María del Prado,
llamados por el abad de la colegiata vallisoletana
para salvaguardar la devoción a la milagrosa imagen de la Virgen.

El convento era una modesta instalación
pero desde el principio contó con el patrocinio de la nobleza.

***
 

En 1470 fue nombrado prior fray Hernando de Talavera,
que había ingresado como jerónimo en 1466 en Alba de Tormes.
Permanecerá al frente de la comunidad vallisoletana 16 años.

Fue confesor de Isabel la Católica y consejero real.


Esta cercanía del prior del Prado a los reyes
hizo que éstos asumieran la protección del monasterio
y financiaran su ampliación,
en la que se incluyeron aposentos para la residencia real
y la iglesia, cuya fachada subsiste en la actualidad.


En 1481 los reyes dispusieron que se instalara en el monasterio
la Real Imprenta de Bulas,
donde se imprimían las “Bulas de Cruzada”,
indulgencias para financiar la guerra de Granada,
tarea compartida con la imprenta
del monasterio toledano de San Pedro Mártir
y que proporcionaba pingües beneficios.
(El taller seguirá funcionando
hasta la exclaustración de los monjes en el siglo XIX).


El 11 de agosto de 1486 llegó a la casa Cristóbal Colón.
Venía de Portugal, donde el rey luso había rechazado su proyecto.
Fray Hernando de Talavera lo escuchó
y medió para que la reina asumiera los planes del marino.
Este encuentro en el monasterio del Prado fue clave
para el inicio de la aventura colombina.


En 1492, tras la rendición del último rey nazarí Boabdil el Chico,
dos hermanastros de éste se convirtieron al cristianismo
y se instalaron en Valladolid,
en unas casas próximas a la iglesia de San Pablo.
Cado o Çad y Nazar o Nasr eran hijos de Muley Abulhacen
y su favorita Zoraida, nombre adoptado
por la renegada cristiana doña Isabel de Solís
(quien tras la conquista de Granada volvió al cristianismo).
Fueron bautizados como Fernando y Juan.
Don Fernando de Granada casó con doña Mencía de Sandoval
y don Juan de Granada primero con doña Beatriz de Sandoval
y después con doña María de Toledo y Monzón.
Don Juan llegó a servir al emperador Carlos
durante el conflicto de las Comunidades de Castilla
y a ostentar el cargo de Gobernador de Galicia.
Los dos hermanos de Boabdil habían recibido de los Reyes Católicos
el patronato de la capilla mayor del monasterio de Prado
y en ella fueron sepultados
con los honores propios de su ilustre linaje.

*** 


El monasterio siguió bajo protección real,
especialmente cuando la corte estuvo en Valladolid,
en el reinado de Felipe III.


En 1605 el arquitecto real Francisco de Praves
dirigió nuevas obras de ampliación y remodelación,
en austero estilo clasicista.

En 1673 hubo una nueva reforma.


En 1726 el arquitecto benedictino fray Pedro Martínez
construyó la actual portada, una fachada-retablo barroca
coronada por el emblema de los Reyes Católicos.


El monasterio por entonces constituía
el mayor conjunto conventual de la ciudad,
conocido como “El Escorial de Valladolid”,
con tres claustros:
el de las Bulas, el de Francisco de Praves y el de Pedro Martínez.

*** 


En el siglo XIX, la Desamortización puso fin a la vida del convento.
El edificio fue utilizado primero como cárcel
y en 1899 fue convertido en manicomio provincial,
función que mantuvo hasta 1977.


Después quedó abandonado
y la iglesia se usó como almacén de carruajes
hasta que sufrió un incendio que hundió sus cubiertas.
El conjunto quedó en condiciones ruinosas.


La Junta de Castilla y León asumió su rehabilitación
para instalar en él dependencias del gobierno autonómico.


Se ha evitado la desaparición del edificio,
aunque buena parte de él no es visitable
y además la restauración ha conllevado grandes alteraciones.
La iglesia se utiliza como sala de exposiciones,
en la antigua sacristía se conservan deterioradas pinturas murales
que representan a santos de la orden jerónima
y la imagen de Nuestra Señora de Prado,
subsisten los claustros, aunque alguno muy modificado... 

domingo, 7 de diciembre de 2014

VALLADOLID. Convento de San Francisco




A comienzos del siglo XIII llegaron a Valladolid los franciscanos.
Desde el principio contaron con la protección y el mecenazgo
de las reinas de Castilla.

Juan Antolínez de Burgos dice en su Historia de Valladolid:
«La fundación del convento del Señor San Francisco de Valladolid
fue en la era de 1248, que es año de 1210,
por uno de los compañeros del Santo llamado fray Gil».

Otros historiadores han señalado como fecha de fundación el 1230,
cuando la reina Berenguela, esposa del rey de León Alfonso IX,
cedió a los franciscanos una finca
en la zona conocida como Río de Olmos,
bastante alejada del núcleo urbano.

En 1217 doña Berenguela y su hijo Fernando III
habían sido proclamados como reina y rey de Castilla
en Valladolid, en un descampado extramuros
(lo que después será plaza Mayor,
donde hoy hay una placa que recuerda el acto,
en la fachada del Ayuntamiento).


En 1267 la reina Violante, esposa de Alfonso X,
donó a los franciscanos un amplio terreno más próximo a la villa:
ese descampado donde se produjera la proclamación
de la abuela y el padre de don Alfonso,
en el espacio que hoy ocupa la plaza Mayor, fuera de la muralla
pero cerca de la extensión que se empezaba a utilizar como mercado
(que hasta entonces estaba instalado en la plaza de Santa María),
junto a la puerta llamada postigo del Trigo,
por donde los mercaderes entraban los alimentos.
Allí se trasladó el convento.

En el siglo XIV la reina María de Molina, esposa de Sancho IV,
les entregó unas casas-palacio de su propiedad,
adyacentes al convento, que sirvieron para la ampliación de éste.

*** 


La casa franciscana adquiría así grandes dimensiones,
ocupando lo que hoy es una manzana completa:
El perímetro conventual se extendía por todo el frente
que daba a la plaza del Mercado
(futura Acera de San Francisco de la plaza Mayor),
giraba en la calle de Olleros (actual Duque de la Victoria)
y por ésta llegaba a la calle del Verdugo (actual Montero Calvo),
por la que proseguía hasta desembocar en la calle de Santiago
y por ella regresaba a la Acera de San Francisco.

En una superposición del plano de Ventura Seco de 1738
sobre la distribución actual,
se puede apreciar las dimensiones del recinto
(hoy atravesado por dos calles que entonces no existían:
la calle Constitución se sitúa sobre la iglesia
y la calle Menéndez y Pelayo sobre dependencias y huertas).


El conjunto estaba rodeado por una cerca.
En su interior se hallaban las dependencias monacales,
hospedería y hospital, corrales, huertas y jardines, pozo y algibe...
La puerta principal daba al mercado.
La otra entrada, Puerta de las Carretas, estaba por la calle Santiago.

En la plaza se fueron instalando tiendas y gremios,
en torno al gran convento de San Francisco.
En 1338 los frailes cedieron un espacio en su recinto,
junto a la entrada principal,
para el primitivo Consistorio de la ciudad.

La zona cobró tanta importancia que en 1499
los Reyes Católicos ordenaron que el edificio para Ayuntamiento
«se haya de facer de aqui adelante en la plaça Mayor»;
el documento fecha la construcción del Consistorio en la plaza
y la denomina “Mayor” por primera vez.

El Ayuntamiento se edificó al otro lado de la plaza,
frente al convento.
Desde el XVI se generalizó la denominación de plaza Mayor,
convertida en el centro de la ciudad.

Fray Alonso de Burgos, fundador del Colegio de San Gregorio,
costeó parte de la obra del claustro principal.

*** 


En mayo de 1506 moría en Valladolid Cristóbal Colón,
asistido por los franciscanos, quizás en este mismo convento.
En cualquier caso, aquí fue enterrado, en la iglesia.

Colón había estado en Valladolid en diversas ocasiones:

En 1486, en su primera visita a la ciudad,
cuando estuvo alojado en el monasterio jerónimo del Prado,
asentado extramuros, junto al Pisuerga,
del que era prior fray Hernando de Talavera,
confesor y consejero de la reina Isabel, con el cual se entrevistó
y que fue el primero en aconsejar a la reina
la conveniencia de asumir su arriesgada propuesta
de buscar un nuevo camino hacia las Indias.

En 1496, a su regreso de su segundo viaje a América.
Había desembarcado en Cádiz vistiendo una saya franciscana
y de camino a Burgos, por entonces residencia de la Corte,
pasó un mes en Valladolid,
donde gastó una considerable suma de dinero en comprar ropa
con la que presentarse ante los Reyes Católicos.

En abril de 1506 Colón visitó Valladolid por tercera vez.
Se encontraba enfermo, probablemente de artritis.
Quizás se instaló en San Francisco.
Iba para negociar la recuperación de sus privilegios indianos.
Pero su estado empeoró y ya no se recobró.

Colón fue enterrado en la capilla llamada de los condes de Cabra,
por consentimiento de doña Francisca, viuda de Luis de la Cerda,
patrono de la capilla.


(Durante la conmemoración del V centenario de su muerte,
el Ayuntamiento colocó una placa en su recuerdo
en la pared de un edificio que ocupa parte del lugar
donde se hallaba el convento, en la Acera de San Francisco).

Pocos años después sus restos fueron trasladados a Sevilla,
a la capilla de Santa Ana de la cartuja de Santa María.
Fue sólo el comienzo de una larga peripecia.

*** 


El 21 de septiembre de 1561 hubo un gran incendio en Valladolid
que se prolongó hasta el día 23
y que destruyó al menos 440 casas de la ciudad.
Afectó también a la plaza del Mercado y al convento franciscano.

El mismo día 24 de septiembre el concejo inició la reedificación
y solicitó ayuda a Felipe II.

Las obras de reconstrucción de la plaza siguieron
las pautas establecidas en 1564 por Real Orden de Felipe II,
que incluyeron la remodelación del espacio,
que se convirtió en la actual plaza Mayor.

Para la Acera de San Francisco, Felipe II dispuso en 1564:
«Que se haga la portada de Sant Francisco,
sacándola a nivel de las demás
y encima se haga un corredor con un altar para decir misa
y sobre este corredor, aya otros
hasta ygualar con el alto de las casas de vn lado y del otro,
de manera que el texearoz sea todo vno».

Se reformó, pues, la fachada,
sacándola al nivel de las otras casas de derecha e izquierda
y levantando un segundo piso con un balcón corrido
donde se podía instalar un altar en el que decir misa hacia la calle,
para que los mercaderes pudieran oirla sin dejar su trabajo.


La reconstrucción de la plaza Mayor de Valladolid
constituye un hecho excepcional en el siglo XVI.
El proyecto de Francisco de Salamanca supone
la aplicación de concepciones del urbanismo moderno
por primera vez en España.

El recinto será escenario de torneos y juegos de toros,
autos de fe y ejecuciones.

Urueña describe así la plaza:
«Es fácil imaginar la barahúnda de animales de granja,
productos del campo, carnes, pescados y cacharros de todas clases
que llenarían la zona,
con una ensalada de balidos, cacareos, voces de las verduleras
y golpeteos metálicos en los talleres de los artesanos.
Entre aquel gentío proliferarían
los pícaros y comerciantes sin escrúpulos,
y en los documentos de la ciudad abundan
las ordenanzas municipales
que intentaban poner coto a fraudes y abusos.
Hay montones de ellas, alguna tan alarmante
como el edicto del intendente corregidor, de mayo de 1787,
en el que se ordena a fruteras y hortelanos que tengan cuidado
y no “mezclen (como alguna vez a sucedido funestamente)
cicuta con el peregil”».

La Acera de San Francisco se convirtió
en la arteria principal de Valladolid,
toda la vida social, de clases altas y bajas, discurría por ella,
allí proliferaron los comercios, las reuniones y hasta los timos.

*** 


Del aspecto interior del convento apenas ha quedado información.
Lo que se sabe de él es a través de una Historia escrita en 1660
por el “Indigno Fraile Menor” Matías de Sobremonte,
en cuyo manuscrito hay acotaciones posteriores anónimas.

Cabe deducir que su arquitectura,
constituida por una acumulación de dependencias y estilos,
no fue tan destacada como sus riquezas escultóricas y pictóricas,
aportadas por los sucesivos patronos.
Llegó a tener 33 capillas, unas en la iglesia y otras en los claustros,
lo que revela la importancia de los patronazgos.


Pero sólo disponemos de un plano del conjunto,
levantado en 1830 por el arquitecto Francisco Benavides,
plano que, por estar realizado a la altura de cubiertas,
no permite diferenciar las dependencias.
A ello se añade la escasez de documentos escritos,
lo que impide hacer una reconstrucción precisa del monumento.
Parece ser que llegó a tener
cuatro claustros, cuatro jardines y algún otro patio.


En cambio, la fachada era muy estrecha y poco brillante:
Iglesia y convento se extendían tras las casas
que había junto a la puerta del convento.


Se conoce la portada que daba a la plaza Mayor
gracias a tres documentos gráficos:
un cuadro de 1506 conservado en Bélgica
(en el castillo de la Folie en Ecaussines d’Enghien),
que representa una fiesta de cañas en la Plaza Mayor;
un lienzo de 1656 que pintó quizá Felipe Gil de Mena
para conmemorar unos festejos de la Vera Cruz;
y un dibujo del siglo XVIII hecho por Francisco Ventura Pérez
para ilustrar la Historia de Valladolid de Juan Antolínez de Burgos.
En este dibujo se advierte que los escudos de Valladolid
eran postizos y estaban colgados en argollas, como simbolizando
que el Ayuntamiento estuvo en el convento, pero de prestado.

*** 


En sus orígenes el convento fue una fundación real
(patronazgo de tres reinas, Berenguela, Violante y María de Molina).

Varios personajes de la realeza fueron sepultados en él:

Pedro de Castilla, hijo de Alfonso X y Violante de Aragón y Hungría,
que falleció en 1283 en Ledesma.

Enrique de Castilla, “el Senador”,
hijo de Fernando III el Santo y hermano de Alfonso X el Sabio,
y por tanto tío del infante Pedro,
fallecido en 1303 en Roa.

Junto a ambos fueron enterradas sus respectivas esposas.

También se hallaban en el convento las tumbas
de Leonor “la de los leones” y de su madre Leonor Álvarez.

Enrique II tuvo amores con una dama llamada Leonor Álvarez,
de los que nació una niña a la que bautizaron Leonor.
(Por parte paterna era nieta de Alfonso XI de Castilla
y de su amante, Leonor de Guzmán;
fue hermana de Fernando de Castilla,
que contrajo matrimonio con Leonor Sarmiento,
y hermanastra de Leonor de Trastámara,
que fue reina consorte de Navarra).
Don Enrique dudó de que la niña fuera hija suya
y la arrojó a unos leones;
las bestias no hicieron daño a la niña,
lo que Enrique tomó como una señal divina
y devolvió el favor a madre e hija;
según el Libro de Memorias del convento de San Francisco,
Leonor de Castilla fue conocida por esto como la de los Leones.
Enrique II concedió a su madre y a ella numerosos bienes,
entre ellos el señorío de Dueñas, en Palencia.
Leonor Álvarez murió en Valladolid,
y en el convento se celebraron solemnes honras fúnebres.
Leonor de Castilla en su testamento
declaró herederas de todas sus propiedades
a las religiosas del convento de Santa Clara de Valladolid.
Y a los frailes de San Francisco,
en el que Leonor deseaba ser enterrada junto a su madre,
les legó el dinero que quedara cuando se hubieran cumplido
todas sus disposiciones testamentarias,
para que con él se sostuvieran dos capellanías en su convento
y una lámpara ardiera junto al Santísimo Sacramento.
Sin embargo, cuando los franciscanos acataron la Observancia,
cedieron a las monjas clarisas vallisoletanas
todos las rentas que Leonor les había legado.
En el testamento, Leonor también ordenó
edificar en el convento una capilla,
que fue conocida como capilla de los Leones,
donde ser enterrada junto con su madre.
Dispuso también que acudieran a su entierro
todos los religiosos de Valladolid
y «que se canten el dia de mi enterramiento
en Sant Françisco de la dicha villa de Valladolid
sesenta e dos misas,
e que las canten los dichos frayles del dicho monesterio.
E sy por aventura no oviere tantos frayles que las digan,
mando a mis testamentarios que fallen
frayles o clérigos que las digan,
e que les den por cada misa çinco marauedies».
Además Leonor dispuso que cada día se cantara en su capilla
una misa por su padre y otra por ella mima y por su madre,
para lo cual estableció que en su capilla hubiera dos capellanes,
y que cada mes los frailes celebraran un aniversario perpetuo
con «vigilia de difuntos, misa de réquiem, procesión y responso»,
y en la festividad del Nacimiento de la Virgen y en la Septuagésima
celebraran otros dos aniversarios solemnes;
y que después de su muerte se celebraran diez treintanarios
y que al día siguiente del aniversario de su defunción
los franciscanos celebraran una misa de réquiem.
Leonor donó numerosos ornamentos litúrgicos,
paños, alfombras y tapices,
y telas para dalmáticas, amitos, casullas y albas,
para su capilla, para todo el convento
y en particular para uno de sus frailes.
A pesar de su generosidad con el convento en otros aspectos,
Leonor insistió en que las telas fueran
de «lo que mas de barato valiere»,
seguramente porque en las Constituciones de los franciscanos
se prohibía que los frailes utilizaran tejidos costosos.
Leonor ordenó también en su testamento
que junto a su sepultura fueran enterradas tres de sus criadas.
Leonor de Castilla falleció en 1413.
Madre e hija fueron enterradas en sendos sepulcros de alabastro
colocados frente al altar de la capilla,
aunque el de Leonor Álvarez era
«un tercio de vara más alto que el de la hija».
Se dice que el sepulcro de ésta estaba decorado con leones.
Años después los restos de madre e hija fueron exhumados
y colocados bajo losas de pizarra en el suelo de la capilla,
con un epitafio con datos equivocados:
«AQUI YACEN ENTERRADAS DOÑA LEONOR DE LOS LEONES
Y DOÑA LEONOR SU HIJA Y DEL REY DON ENRIQUE EL VIEJO,
QUE DIOS DE SANTO PARAISO.
FINO LA MADRE AQUI EN VALLADOLID
EN LA ERA MCCCCVII
Y LA HIJA FINO EN LA VILLA DE GUADALAJARA
EN LA ERA MCCCCXIII.
Y LA DICHA LEONOR HIZO HACER
ESTA CAPILLA Y ESTAS SEPULTURAS
PARA QUE LA ENTERRASEN A ELLA Y A SU MADRE,
A LAS CUALES DIOS POR SU SANTÍSIMA MISERICORDIA
QUIERA PERDONAR SUS ALMAS».

En el testamento de Aldonza de Mendoza, de 1435,
dicha dama, que era nieta de Enrique II,
se refirió a Leonor de Castilla como su tía
y entregó al convento de San Francisco 15.000 maravedís
para que los frailes rogasen a Dios por su alma.

En 1534 el presbítero Luis de Castilla Cristóbal de Santisteban,
regidor de Valladolid y caballerizo mayor de Carlos I,
reedificó la capilla y la dedicó a panteón familiar.

La capilla de los Leones no estaba dedicada a ningún santo
y desde el siglo XVI ni siquiera podía considerarse una capilla,
ya que su altar fue retirado en 1576,
cuando se construyó la nueva sacristía del templo,
para dejar paso para acceder a ésta desde el claustro y la iglesia.

*** 
Familia Venero Leyva


Pasados los siglos, el mecenazgo lo ejercieron otros personajes,
bien nobles, bien mercaderes ricos.

Con anterioridad, Juan Hurtado de Mendoza, tutor de Enrique III,
había sido enterrado bajo la bóveda de la capilla mayor
y allí estuvo hasta que Juan II lo hizo trasladar al centro de la iglesia,
donde se acomodó una sepultura para él y otra para su esposa.

En 1530, y a petición de su descendiente el conde de Castro,
el Capítulo concedió a los Mendoza cuatro sepulturas en cuadro
dentro de la capilla mayor y en lugar preferente.
A su alrededor se fueron enterrando algunos de los religiosos.

Entonces la familia Gómez Manrique de Mendoza
quiso acceder al patronazgo de la capilla mayor,
pero los frailes se opusieron.

Aun así, en 1613 Carlos Manrique de Mendoza, conde de Castro,
enterró en esta capilla a sus padres.

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Familia Venero Leyva


Además de la capilla mayor, el templo contaba con diez capillas.
Todas fueron fundadas y patrocinadas
por las familias de más linaje e influencia de la ciudad,
que además las convirtieron en lugar de enterramiento propio.

Don Álvaro de Luna, decapitado en Valladolid,
fue enterrado en este convento, según su deseo.
Más tarde, sus restos fueron trasladados a la catedral de Toledo,
junto con los de su mujer y otros miembros de su familia.

Familia Venero Leyva

En la capilla de Santa Catalina, de grandes proporciones,
eran enterrados los vallisoletanos más ilustres,
por lo que se la conoció como “Capilla de los Linages”.
En 1602 se concedió su patronazgo a Carlos de Venero y Leyva,
capellán de Felipe III y canónigo de la catedral de Toledo.
Para obtener el patronazgo, don Carlos tuvo que litigar con los frailes,
aduciendo que sus antepasados se enterraban allí
desde hacía 200 años
y que habían financiado costosas obras en ella.
Don Carlos reedificó la capilla y puso en ella sus escudos de armas,
convirtiéndola en panteón familiar.
Allí fueron enterrados los padres de don Carlos,
Andrés de Venero y Leyva y María Hondegardos,
con sendas estatuas orantes;
también, don Carlos y su hermano Jerónimo Venero y Leyva,
con otras dos estatuas orantes.
Los bultos funerarios de la familia Venero Leyva
fueron realizados por seguidores de Pompeo Leoni;
en el siglo XIX fueron trasladados a la catedral.

Familia Venero Leyva

Don Carlos había sido colegial del Colegio de Santa Cruz,
y en su testamento, otorgado en 1624,
cedía a los colegiales y familiares del Colegio
la posibilidad de enterrarse en su capilla.

La capilla de San Carlos Borromeo no tenía acceso a la iglesia
sino que era como un apéndice de la anterior.
Fue costeada por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán,
que había sido huésped del convento.
En 1567, María de Mendoza,
ya viuda del secretario de Carlos I, Francisco de los Cobos,
donó una limosna para que los frailes pudieran reparar
las bóvedas que se habían hundido.
Fue comprada y reedificada por los Leyva en 1624.

La capilla del Sepulcro fue construida
por fray Antonio de Guevara,
franciscano, obispo de Mondoñedo, escritor y cronista de Carlos I,
como su capilla funeraria.
Para el retablo de la capilla recurrió a Juan de Juni,
que realizó un gran grupo escultórico sobre el Entierro de Cristo.
Costeó también otras obras en el convento.
Murió en 1545.

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Capilla de los "Linages".
Grabado de Valentín Carderera, siglo XIX


Así la iglesia y los claustros, suelos y paredes,
se fueron llenando de lápidas.
El convento se fue convirtiendo en un inmenso panteón,
lugar de enterramiento de miembros de la realeza,
nobles y religiosos,
de algunos de los cuales ni siquiera se sabe su emplazamiento.

Y también de niños expósitos,
que eran enterrados en uno de los claustros.

E incluso de reos y condenados a muerte:

El convento estuvo muy vinculado a la Cofradía
de la Pasión y de San Juan Bautista Degollado
(cuya sede estaba muy cercana al convento de San Francisco),
que era la encargada de buscar por los caminos
los cadáveres de los ajusticiados
(aquéllos que no habían sido descuartizados
y cuyos restos no habían sido esparcidos por los caminos,
según costumbre para los delitos de sangre)
y llevarlos, el Domingo de Lázaro, al convento de San Francisco,
donde eran enterrados en la capilla-osario de los Ajusticiados
o capilla de la Sagrada Pasión, construida en 1598 y situada
entre la puerta de la iglesia
y el muro de la casa de Baltasar de Paredes;
en el altar de la capilla siempre había una vela encendida;
en el suelo había losas de enterramiento para los ajusticiados,
salvo los degollados, que eran enterrados en el claustro.
Por las paredes de la capilla corría una inscripción
que informaba del patronazgo ostentado por la Cofradía
y de las indulgencias para los que rezasen en la capilla
por el alma de los enterrados allí.
En 1752 se construyó una nueva capilla junto a la antigua,
para enterramiento de nobles y muertos por garrote.

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En el convento tuvieron lugar importantes eventos
de la vida religiosa y civil de la ciudad.

Sin embargo, durante siglos sus aledaños fueron bastante agrestes,
según relato de Ventura Pérez:
«Año de 1736, día 19 del mes de enero,
se halló un lobo en la huerta de San Francisco,
del tamaño de un perro mastín.
Lo mataron a la puerta de la capilla de los ajusticiados;
no hizo daño alguno.
Lo llevaron a Malcocinado y allí lo tuvieron colgado mucho tiempo.
Este lobo estaba mojado,
se discurrió que pasó el río por las tenerías, y se desatinó,
y se metió en la ciudad, porque detrás del Prado se crían bastantes.»

La existencia del convento incidió mucho
en la vida social y religiosa de Valladolid.

Quizás fue el complejo conventual más importante de Valladolid,
tanto por sus dimensiones
como por su influencia espiritual, cultural y económica.

Fue cabeza de la Provincia franciscana de la Inmaculada
y uno de los tres grandes conjuntos monacales de la ciudad,
junto a San Pablo y San Benito.

A comienzos del siglo XVII los frailes eran tantos
“que no cabían en el coro”.

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La invasión francesa y la Guerra de la Independencia
interrumpieron la actividad monacal.

En 1811 fue derruida la fachada principal
y parte de los terrenos del convento fue vendida a particulares,
que iniciaron la construcción de casas.

En 1814, terminada la guerra,
los franciscanos volvieron a lo que quedaba del convento.

La Desamortización supuso su desalojo definitivo.

En 1836 se sacó a pública subasta el complejo monacal.
En el Boletín Oficial de Valladolid del 6 de agosto de 1836
se anunciaba su venta:
«Edificio que fue convento de San Francisco
situado en la Acera a que da nombre,
con su iglesia, capillas, habitaciones altas y bajas, bodega, patios,
huerta con su noria, aljibe,
siete pozos de agua potable, otro para nieve,
cuadras y pajares».

Nadie acudió a la oferta,
por lo que la Junta de Ventas de la Desamortización se hizo cargo,
ordenó la demolición de los edificios, que tardó más de un año,
y tras el derribo se pusieron a la venta los solares.

La mayor parte de las obras de arte desaparecieron.
Unas pocas pasaron al Museo Nacional de Escultura.

La desaparición de San Francisco durante unos años
desestabilizó la actividad de Valladolid,
ya que gran parte de ella se desarrollaba en torno al convento.

Los frailes se repartieron por otros monasterios.
La Orden regresó a la ciudad en 1924,
instalándose en el convento de la Sagrada Familia;
en 1959 los frailes se trasladaron al paseo de Zorrilla,
donde se conserva parte del archivo de San Francisco.

Los materiales del convento fueron aprovechados en algunas obras.
Las baldosas del convento sirvieron
para pavimentar el Ayuntamiento viejo
y para construir la torre del reloj.

En 1914 el presidente de la Sociedad Castellana de Excursiones
explicaba:
«Una persona de Valladolid, respetable y digna de todo crédito,
me comunica la noticia de que la estatua de san Francisco
que había sobre la puerta de su convento en esta ciudad,
está enterrada en la calle de Mendizábal,
al pie de la verja de hierro en que hay dos leones de piedra,
y da paso al jardín perteneciente a la casa número 10
de la calle de la Constitución».
Hoy nada se sabe de ella, no está en ningún museo.

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En 1847 el industrial Pedro Ochotorena compró todo el terreno,
comprometiéndose a abrir la calle requerida
entre la calle de Santiago y la calle de Olleros
(la calle Constitución).
Abrió también otra vía perpendicular a Constitución
que comunicaba ésta con la calle del Verdugo
(entonces llamada de Caldereros),
nueva calle que fue bautizada con el nombre de Mendizábal
(la actual Menéndez Pelayo).
Así Ochotorena reformó el trazado urbanístico de la zona,
dándole la fisonomía actual.

En 1884 se inauguró el Teatro Zorrilla,
situado en el lugar que ocupaba parte del convento.
Inicialmente tuvo entrada por la calle de la Constitución.
Su acceso actual está donde estaba la entrada principal del convento.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX se construyeron
viviendas particulares y edificios singulares:
el primitivo Círculo de Recreo,
que luego fue derribado para construir el actual en 1901;
un gran palacio con jardín,
que en 1900 pasó a ser la sede del Banco Castellano
y en la actualidad es propiedad del Banco de Bilbao;
el edificio de Telefónica en la calle Duque de la Victoria;
la Unión y el Fénix, en la esquina de Santiago con Constitución;
el hotel Europa, en la calle de la Constitución
(después Galerías Preciados y actual Corte Inglés)...

En 1901, al construir el nuevo Círculo de Recreo (Casino Cultural)
sobre lo que había sido parte de la iglesia del convento,
se descubrieron abundantes restos humanos
que fueron trasladados al osario general del cementerio católico.
Lo mismo ocurrió a finales del siglo XX
cuando, en otra zona de lo que fuera iglesia,
se hicieron excavaciones para cimentar el centro comercial.


Del inmenso complejo monástico no se conserva ningún vestigio
y casi tampoco ninguna memoria.
Lo urbanizado sobre su solar en nada lo evoca.
Aunque no es su denominación oficial,
al tramo de soportales de la plaza que se corresponden con él
los mayores lo siguen llamando Acera de San Francisco.


En el lado contrario de la plaza
hay un callejón sin salida que antaño desembocaba en la plaza:
el callejón de San Francisco
(hoy cegado por el edificio del Banco de Santander).
Su fondo (el muro del banco) es un gran trampantojo:
En la pared se reproduce, en cerámica,
la parte de la fachada del convento
que en su tiempo se vería desde allí.
Está copiada del dibujo de Ventura Pérez.
Esta evocación del convento incluye al pie una leyenda,
las instrucciones del siglo XVI sobre la fachada:
«Que se haga la portada de Sant Francisco,
sacándola a nivel de lo demás
y encima se haga un corredor con un altar para decir misa
y sobre este corredor haya otros
hasta igualar con el alto de la casas».


Como ha escrito María Antonia Fernández del Hoyo:
«Nunca se insistirá suficientemente en resaltar las lamentables consecuencias que para el patrimonio artístico y para la reconstrucción de nuestro pasado cultural tuvo la Desamortización de los bienes eclesiásticos realizada en el siglo XIX, singularmente durante el ministerio de Mendizábal.
Gracias a la labor de Academias y Comisiones de Monumentos locales se pudieron rescatar y reunir en los incipientes museos esculturas y pinturas, y es cierto que muchos edificios se han conservado hasta nuestros días aunque ajenos a su antigua dedicación, pero lo que no se pudo evitar fue la desaparición de conjuntos conventuales y monasteriales en los que arquitectura, escultura y pintura se aunaban en un todo vivo, armónico y único».