viernes, 5 de diciembre de 2014

VALLADOLID. Iglesia de San Pablo




Don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas,
hijo del marqués de Denia y nieto de San Francisco de Borja,
nació en 1553 en Tordesillas y se educó en la corte de Felipe II,
bajo la protección de su tío, el arzobispo de Sevilla.

Como gentilhombre de cámara,
se ganó la amistad del príncipe heredero,
que subió al trono como Felipe III en 1598
y en 1599 otorgó a Sandoval el título de Duque de Lerma.

Felipe III, por Velázquez

Don Francisco, valido del rey, consiguió
controlar la voluntad de éste y apartarlo de los demás cortesanos,
haciéndose con un poder absoluto
y convirtiéndose en el personaje más poderoso de España.

En 1600 logró el traslado de la corte a Valladolid.
En San Pablo se organizó la comitiva del Ayuntamiento de la villa
para ir al recibimiento que el 19 de julio de 1600 se hizo a Felipe III.

Con anterioridad a la realización del traslado, don Francisco
había comprado a los herederos de Francisco de los Cobos
su palacio situado en la Corredera de San Pablo (Plaza de San Pablo),
y se había hecho con otros terrenos.
Vendió el palacio a la Corona para convertirlo en residencia real
y para sí construyó junto al Pisuerga el llamado Palacio de la Ribera.

En 1600 obtuvo del rey el nombramiento
de regidor perpetuo de Valladolid, cargo honorífico
que le permitía asistir armado a las sesiones del Ayuntamiento.

Emprendió la reforma y engrandecimiento de la iglesia de San Pablo
con la intención de convertirla en su propia capilla funeraria
y también en capilla palatina,
centro religioso del complejo cortesano presidido por el Palacio Real.

Su proyecto era transformar la Plaza de San Pablo
en un eje de poder civil y religioso como los de las ciudades italianas.

*** 


La gran Plaza de San Pablo en los siglos XV y XVI
ya había sido escenario de hechos importantes:
nacimientos de reyes, enterramientos de infantes,
reuniones de Cortes, pasos de armas, fiestas suntuosas...

Al lado de la iglesia, en las casas de don Bernardino Pimentel,
nació Felipe II.
Enfrente, en las del Comendador Francisco de los Cobos
(más tarde del Duque de Lerma y posteriormente Palacio Real;
en la actualidad perteneciente al Ejército de Tierra),
nació otro hijo del Emperador.
En una u otra de esas casas nació el Príncipe Carlos, hijo de Felipe II.

En esa plaza tuvieron sus residencias los nobles más destacados:
a más de los indicados,
los duques de Peñaranda, de Híjar y de Medina de las Torres;
los condes de Gondomar, de Grajal, de Colmenar,
de Salinas, de Villaflor y de Alba de Liste;
los marqueses de Viana, de Toral, de Camarasa,
de Montealegre y de Belmonte…

*** 


El mismo año en que la capital se trasladó a Valladolid,
en diciembre de 1600, el Duque adquirió a los dominicos
el patronato de la capilla mayor del templo de San Pablo.

Con el deseo de emular la iglesia de El Escorial,
don Francisco llevó a cabo una completa renovación de San Pablo.
Lo que siglos atrás había sido una modesta ermita
se iba a convertir así en panteón del poderoso Duque.
Toda la obra de Sandoval en la iglesia
es un despliegue de su orgullo de linaje.

Levantó la altura de la cubierta de la nave
e incorporó a la fachada un tercer cuerpo,
enmarcando el conjunto con dos contrafuertes laterales
que simulan torres rematadas por espadañas.

Pese a la nueva inspiración clasicista,
se procuró dotar a la fachada de una estética unitaria,
para lo cual se reaprovecharon algunas tallas góticas
de procedencia desconocida.

En la escritura de la fundación del patronazgo,
se autoriza al Duque de Lerma
a sustituir el emblema del obispo de Palencia por sus armas:
«Los escudos del fundador del Colegio de San Gregorio,
que están en todo el convento, se quiten y puedan poner los suyos».
Disposición criticada por los mismos contemporáneos del Duque,
tanto por la vanidad exagerada de éste,
como por la excesiva indulgencia del convento al consentirlo.

Así pues, el Duque hizo borrar de la fachada las flores de lis
del blasón de su primer constructor, fray Alonso de Burgos,
mecenas promotor del convento en tiempos de los Reyes Católicos,
y las sustituyó por su propia heráldica,
la barra de Sandoval y las estrellas de Rojas.

En la parte superior se repiten los escudos del Duque.
El fondo de los paños está decorado con estrellas,
a imitación de los fondos flordelisados del Colegio de San Gregorio.
Las columnas centrales tienen por capiteles escuditos del Duque.

En las torres de los lados figuran los escudos del Duque y la Duquesa
y debajo de ellos sendas lápidas con inscripciones,
la de la torre izquierda en castellano y la de la derecha en latín,
en las que se dice que los Duques de Lerma
«dotaron al monasterio de grandes rentas
y le adornaron de joyas, edificaron en él
y por estar sin patrono hicieron erección de patronazgo perpetuo
para sí y los sucesores, en su casa y mayorazgo
y le eligieron por entierro principal suyo y de sus descendientes».

La Plaza también fue remodelada:
Las tapias del atrio de la iglesia fueron derribadas
y sustituidas por doce pilares de piedra
rematados por leones sosteniendo escudos ducales
y enlazados con cadenas de hierro,
a imitación del atrio hecho por Alonso de Burgos
en su Colegio de San Gregorio.

En el centro de la Plaza el Duque mandó colocar un crucero
procedente de la iglesia de Santiago,
todo ello concebido como manifestación de poder y grandeza.

En el interior de la iglesia, parte de la vieja traza gótica
quedó oculta por un revestimiento herreriano.
A los pies del templo se construyó el coro
bajo el cual se encuentra la cripta funeraria.
En el muro del Evangelio de la capilla mayor,
sobre una puerta que comunica con la sacristía,
se abrió una tribuna para los Duques, desde la cual oían misa
y en cuyo balcón también figuran las armas ducales.
Los escudos, pintados, se repiten, en gran despliegue propagandístico,
a los lados de la capilla mayor,
en los brazos del crucero
y sobre los arcos de las capillas absidiales.

Fue Nicolás de Campis, rey de armas,
quien trazó los escudos del Duque
de claustro, paredes, capilla, reja, portada, columnas y torres,
los letreros de estas últimas
e hizo un molde de león para los pedestales del atrio.

Las obras terminaron hacia 1616.

El duque dotó al convento de valiosas obras de arte,
entre ellas “La Anunciación”, de Fra Angelico,
hoy en el Museo del Prado.

*** 
Foto Jason Hawkes

Con el ánimo de convertir San Pablo en panteón familiar,
Sandoval llamó a la ciudad al escultor milanés Pompeo Leoni.

El escultor italiano se había afincado en España
y había trabajado en retratos de la familia real:
las estatuas de la emperatriz Isabel y de Felipe II,
el sepulcro de doña Juana de Austria,
los cenotafios de la familia de Carlos I y de Felipe II,
además de los sepulcros de otros personajes
y de otras obras civiles y religiosas.

Sandoval, en su constante afán de igualarse con la realeza,
deseaba tener un monumento funerario
similar a los que acababa de realizar Pompeo Leoni
para Carlos I y Felipe II en El Escorial.

El escultor trabajó en 1601 en Valladolid durante cinco meses
en el modelado de las figuras de los Duques
(trabajará también en la decoración de los salones del Palacio Real).
Ambas piezas fueron fundidas en bronce en 1608.

Siguiendo los ejemplos escurialenses,
las efigies superan el tamaño natural
y están representadas de rodillas en actitud orante,
con las manos unidas a la altura del pecho y apoyados en cojines.
Tanto los rostros como las vestiduras
están trabajados con gran detalle, finura y suntuosidad.
Son retratos minuciosos e idealizados,
con bellos rasgos y expresión entre altiva y melancólica.


Don Francisco lleva el cabello corto, bigote y perilla.
Viste armadura de gala,
cuya celada adornada con tres penachos reposa a un lado en el suelo,
y está cubierto por un manto ducal
y por una muceta con la cruz de la Orden de Santiago;
le ciñe el cuello una gola, siguiendo la moda del momento.
Su aspecto es en realidad el de un monarca.


Doña Catalina está vestida con una saya de ricos brocados
y cubierta por un manto de armiño;
lleva un tocado en la cabeza, pendientes, collar y anillos.

Ambas esculturas fueron colocadas en la capilla mayor de la iglesia,
en un lujoso nicho.

*** 


Antes de que el mausoleo estuviese terminado,
falleció la Duquesa, en 1603, en Buitrago de Lozoya.

Doña Catalina de la Cerda Manuel,
hija de Juan de la Cerda IV Duque de Medinaceli y Grande de España,
fue camarera de la reina Ana de Austria, cuarta mujer de Felipe II;
en 1576 se casó con el Duque de Lerma;
fue madrina de la infanta Ana Mauricia, después reina de Francia.

Expresó su deseo de ser enterrada en la villa soriana de Medinaceli,
de donde había recibido el linaje por parte de padre.
Sin embargo, el Duque de Lerma no respetó su voluntad,
sino que decidió su enterramiento en San Pablo de Valladolid.

Don Francisco organizó el traslado del féretro de su esposa
a través de los 170 kilómetros que separan Buitrago de Valladolid,
donde se iba a celebrar un entierro al que asistiría toda la nobleza.

La comitiva fúnebre atravesó la sierra madrileña;
cuando llegó a los campos castellanos,
el calor de julio fue acelerando la descomposición del cadáver,
cuyo olor era crecientemente perceptible.

Cuando la comitiva llegó a Valladolid, al convento dominico de Belén,
el Duque comprendió que los solemnes actos del entierro,
que incluían el recorrido por el centro de la ciudad,
no podrían realizarse sin desdoro en esas condiciones.
Así que dispuso que los restos de su esposa
fuesen trasladados por la noche
y enterrados en secreto en la iglesia de San Pablo,
y el ataúd se rellenara con piedras.
Al día siguiente el cortejo recorrió las principales calles de Valladolid
encabezado por el Duque
y el féretro fue recibido por los Grandes de España
y bendecido por la jerarquía eclesiástica,
incluido el arzobispo de Toledo.
Toda la nobleza participó en las fastuosas exequias
de un ataúd lleno de piedras.

*** 


Ese mismo año, 1603, don Francisco
se hizo retratar por Pedro Pablo Rubens,
cuando el pintor flamenco, en su primer viaje a España,
llegó a Valladolid como enviado diplomático del Duque de Mantua.


En la pintura, conservada actualmente en el Museo del Prado,
se hizo representar como jefe de los ejércitos de España,
cabalgando sobre un caballo blanco,
con media armadura, el collar de la Orden de Santiago
y un bastón de mando en la mano,
un retrato equiparable a los de los reyes,
que evoca la imagen ecuestre creada por Tiziano para Carlos I.


Por la misma época también fue retratado
por el pintor vallisoletano Juan Pantoja de la Cruz,
en cuadro que se conserva en la Colección Duque del Infantado de Madrid.

*** 


Pese a todo lo invertido en Valladolid,
en 1606 el mismo Duque organizó el retorno de la corte a Madrid.

Aprovechando el carácter abúlico del rey,
más dado a la diversión y el descanso que a la gobernación,
Sandoval llegó a ser una figura todopoderosa
que acumuló privilegios, títulos, cargos, rentas y territorios
y se hizo con una enorme fortuna.

Con él se consolidó la figura del valido,
ejerciendo las tareas propias del monarca.

Su gran ambición y vanidad, su desmedido afán de riquezas y glorias,
le granjearon la enemistad
tanto de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III,
como de los demás miembros de la corte,
que le imputaron la organización de un entramado
de corrupción de las finanzas del reino:
nepotismo, tráfico de influencias, venta de cargos públicos
(aunque según algunos historiadores se trató más bien
de una conspiración cortesana encaminada a terminar con él).
La reina fomentó la hostilidad de los cortesanos hacia el Duque
y la investigación de su manejo de las finanzas,
todo lo cual desembocó en 1618 en una acusación de corrupción
presentada por el dominico padre Aliaga, confesor del rey,
Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares,
y el propio hijo del Duque de Lerma,
Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Cea y duque de Uceda
(deseoso de impedir que Galicia consiguiera voto en Cortes,
lucha encabezada por Pedro Fernández de Castro,
protegido del Duque de Lerma),
cabecillas de la conspiración que originó el declive del de Lerma.

Como consecuencia de esas intrigas políticas,
comenzaron a caer algunos del partido del Duque.

Uno de los principales implicados en esa trama
fue don Rodrigo Calderón, hombre de confianza del Duque
(“valido del valido”),
que fue condenado y ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621.

Ante el riesgo de ser igualmente juzgado y ajusticiado,
Sandoval ya había buscado el amparo de la jurisdicción eclesiástica
y solicitó a Roma el capelo cardenalicio,
que obtuvo en 1618, y con él la inmunidad,
lo que hizo correr por Madrid la coplilla:
«Para no morir ahorcado,
el mayor ladrón de España,
se vistió de colorado».

En 1618 se celebró en la iglesia de San Pablo
la primera misa del Duque,
investido ya con el capelo de cardenal, con el título de San Sixto,
que le otorgó el papa Paulo V, en consistorio secreto.
Para la ceremonia se adornó la iglesia con gran suntuosidad,
y asistieron a ella los marqueses del Villar y Paredes
que sirvieron el lavatorio,
el Ayuntamiento, del que era regidor perpetuo el Duque cardenal,
y las autoridades y corporaciones de la ciudad.

Desde entonces abandonó la actividad política
y se retiró a sus palacios de Lerma y Valladolid.
Falleció en 1625 en el Palacio Real vallisoletano
(palacio que el Duque había vendido a Felipe III
pero cuya alcaidía conservaba).
El cadáver fue trasladado con lujoso séquito
a la próxima iglesia de San Pablo.

Francisco de Quevedo le dedicó un soneto:

«Columnas fueron los que miras huesos
en que estribó la ibera monarquía,
cuando vivieron fábrica, y regía
ánima generosa sus progresos.
De los dos mundos congojosos pesos
descansó la que ves ceniza fría;
el seso que esta cavidad vivía
calificaron prósperos sucesos.
De Felipe Tercero fue valido,
y murió de su gracia retirado,
porque en su falta fuese conocido.
Dejó de ser dichoso, mas no amado;
mucho más fue no siendo que había sido:
esto al duque de Lerma te ha nombrado».

*** 


En la época del Duque de Lerma trabajaba en Valladolid
el escultor Gregorio Fernández.
En 1616 le ocupaba un paso procesional con el Descendimiento.

El escultor incluyó en la escena
a Dimas y Gestas clavados en la cruz y aún con vida.

Foto Domus Pucelae

Llama la atención el gran parecido del semblante de Dimas
con el Duque de Lerma:
el mismo cabello corto, las mismas patillas, la misma perilla y bigote,
los mismos rasgos faciales que aparecen
en la estatua realizada por Pompeo Leoni
y en los retratos que pintaran Pantoja de la Cruz y Rubens.

Se trataba del rostro de un personaje bien conocido por la población,
por haber residido en ella durante años.

Gregorio Fernández parece presentar al Duque como un ladrón,
pero, en cualquier caso, como el ladrón redimido.
Después de todo, el Duque había sido el primer mecenas del escultor,
que llegó a la ciudad para trabajar en la decoración
de los salones del nuevo Palacio Real
(preparado por el Duque de Lerma para ser ocupado por Felipe III)
y que recibió del Duque en 1609 el encargo
del que sería su primer Cristo yacente, para San Pablo.

*** 


Hoy las estatuas orantes de los Duques se encuentran
en el Museo Nacional de Escultura, en la capilla de San Gregorio.

En la iglesia, se han colocado en su lugar
imágenes mutiladas de santos dominicos salvadas del retablo mayor,
creación de Gregorio Fernández en el siglo XVII,
que fue destruido en un incendio que hubo en 1968.
Hoy en el ábside sólo hay una talla de Jesús Crucificado
realizada por Juan de Juni en 1572.

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