sábado, 3 de enero de 2015

VALLADOLID. Palacio de los Condes de Benavente




La anodina actual plaza de la Trinidad
fue en un tiempo plaza de palacio frecuentada por la nobleza.
En el plano de la ciudad de 1738
el lugar figura con el nombre de plaza del Conde de Benavente.

(En sus aledaños estuvo la judería nueva,
en el barrio de San Nicolás).

En ella, junto a la iglesia de San Nicolás,
se encuentra lo que un día fue palacio de los condes de Benavente.
Uno de los palacios más importantes de la ciudad.


A lo largo del siglo XV,
los Pimentel ejercieron una intensa labor de edificación
en diversos puntos de su solar de Benavente.

Para completarla, en 1475,
el IV conde y I duque de Benavente, don Rodrigo Alfonso Pimentel,
adquirió en Valladolid unos terrenos, que se extendían
desde la plaza de la Trinidad hasta el paseo de Isabel la Católica,
para edificar su casa-palacio en un enclave privilegiado,
a la salida del Puente Mayor y con vistas a la ribera del Pisuerga.

En 1466 se había casado con María Pacheco y Portocarrero,
hija de Juan Pacheco, I marqués de Villena.
Una de sus hijas, Beatriz Pimentel y Pacheco,
casó en 1503 con García Álvarez de Toledo y Zúñiga,
primogénito de Fadrique Álvarez de Toledo, II duque de Alba,
que falleció en vida de su padre, por lo que heredará la Casa de Alba
su hijo Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel.


La construcción del palacio vallisoletano comenzó en 1515,
siendo ya conde duque el hijo de Rodrigo, Alonso Pimentel y Pacheco.
Era la época de la agitación de las Comunidades,
y en 1518 las obras, ya casi concluidas, fueron paralizadas
a causa de una denuncia de los enemigos del conde,
que sostenían que se trataba de una fortaleza, con torres y troneras,
que contravenía la disposición de los Reyes Católicos
que habían ordenado eliminar de las residencias nobiliarias
los elementos que pudieran poner en peligro el poder de la Corona
y habían prohibido levantar nuevas casas fuertes.
En la denuncia se afirmaba: «no hay otra casa más fuerte ni tanto,
mayormente como se hace en ella cubos y troneras de gran edificio
alrededor de toda la casa».
Tras una inspección de lo construido,
se dio permiso para la continuación de las obras,
limitando el espesor de sus muros,
aunque el conde logró poder edificar algunos torreones.
Era una edificación aún vinculada a la tradición medieval,
aún no estrictamente un palacio urbano,
y las limitaciones en su fábrica
no se debieron a falta de recursos o de ambición,
sino a las prohibiciones que la constreñían.
La obra concluyó en 1520.
Se cree que su artífice fue el cantero García de Entrambasaguas.
Carecemos de una descripción detallada de aquel primer palacio
y es muy poco lo que queda de él, entre incendios y adaptaciones.

*** 


Impresionaba por sus grandes dimensiones
y por la riqueza de sus aposentos,
como si de un palacio real se tratara.

De hecho, sirvió de residencia a los reyes:

Inicialmente, y durante años, en sus estancias en Valladolid,
Carlos I se había hospedado en casa de Francisco de los Cobos.
Pero la muerte de éste en 1547
y el hecho de que poco antes hubiese fallecido allí la princesa María,
hicieron que el príncipe Felipe optase por trasladarse
al también fastuoso palacio de los Pimentel.
Allí, en 1548, presidió el enlace matrimonial
entre su hermana María y Maximiliano, archiduque de Austria,
los cuales residirán en el mismo durante tres años
como regentes del Reino en ausencia de Carlos I y de don Felipe.
También la infanta Juana actuó como gobernadora de Castilla
durante cinco años desde la misma casa,
que era citada ya como “palacio real”
con ocasión de las Cortes allí celebradas en 1555.
En 1559 volvía a alojarse en él el ya rey Felipe II.

En 1582, Frías, en Diálogo en alabanza de Valladolid,
afirmaba que las casas del conde de Benavente
«competen justamente en grandeza de aposento,
en nobleza y magnificencia de edificio
con qualquiera Alcáçar Real de España;
en la qual se han visto aposentadas
la Reina María, la de Francia, la Princesa,
el Emperador, el Príncipe don Carlos,
los Mayordomos mayores y ottros muchos officiales».

Cuando en 1600 se decidió el traslado de la corte a Valladolid,
el palacio de Benavente ya tenía tradición como palacio real.
En una visita de Felipe III a la villa en julio de 1600,
previa al traslado oficial de la corte,
Cabrera de Córdoba
(Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España
desde 1599 hasta 1614)
se refirió a las casas de Pimentel y de Cobos -ésta entonces
propiedad de su descendiente el marqués de Camarasa-
como las mejores de Valladolid.
Quien se alojó en esta última fue el embajador de Francia.

Previamente a la llegada de los monarcas el 9 de febrero de 1601,
se realizaron en el palacio del conde duque algunas reformas,
pues el edificio debía acoger además Consejos y Contadurías.

Además, se creó en la zona de la ribera del río
un parque al que se salía por tres puertas,
los denominados “Arcos de Benavente”.
Desde el palacio se llegaba “Las Moreras”,
lugar antes denominado “Paseo del Espolón”,
que terminaba en un embarcadero
desde el cual se podía cruzar en barca el Pisuerga
para acceder a la finca de la que allí dispuso el monarca
(en el actual barrio de “La Huerta del Rey”),
donde hubo una casa llamada “Palacio de la Ribera”.

Así, aun sin pertenecer a la Corona,
la residencia del conde duque de Benavente
fue el primer palacio real de la nueva capital.

Durante muchos meses fue la sede de la monarquía
y lugar de nacimiento de dos infantas,
hijas de Felipe III y Margarita de Austria:
en 1601, doña Ana Mauricia, futura reina de Francia,
y en 1603, doña María, que murió al poco de nacer.

Mientras, el Duque de Lerma estaba adaptando como palacio real
el que había pertenecido a don Francisco de los Cobos y Molina.
Terminadas las obras, el Duque vendió al rey el renovado palacio,
que se convirtió así en la residencia oficial de los reyes.

*** 


Trasladando el plano de Ventura Seco de 1738 a la foto actual
se puede apreciar el terreno que ocupaba el palacio de Benavente.


La fachada trasera, que daba al río, tenía una galería de 26 arcos
que conectaban con una torre con escaraguaitas
desde la que se contemplaba la ribera del Pisuerga,
tal como puede verse en el dibujo de Valentín Carderera de 1836.
Bien pudo ser esta torre, por su posición y fábrica,
el desencadenante de la denuncia de 1518.
Fue demolida en el siglo XIX.


La fachada que daba al tranquilo jardín trasero,
dibujado por Ventura Seco con grandes parterres centralizados,
era un trasunto de peristilo romano, con una galería de 19 arcos.


El edificio se estructuraba en torno a dos patios.
Como era costumbre, las estancias más distinguidas
(salas de recreo, biblioteca y una impresionante pinacoteca)
se encontraban en la planta noble.
Había cuartos diferenciados para el conde y la condesa:

Las crujías de la fachada principal eran las dependencias del señor.
Las de la condesa se hallaban del lado del jardín,
más íntimas pero con vistas a la calle
y acceso a la galería que conducía a la torre o mirador del río.

De ese lado se encontraba además el “salón de recibimiento”,
una sala principal dedicada a los actos de recepción de los señores,
en equilibrio con el otro eje representativo, el de la fachada principal,
desde la que se presidían los festejos
celebrados ante la plazuela “del duque” o de palacio,
espacio empedrado que constituía un elemento esencial
para resaltar el valor escenográfico del edificio.


El palacio comunicaba mediante un pasadizo
con el cercano convento de San Quirce, de monjas cistercienses,
que fue apoyado económicamente
por los monarcas Carlos I, Felipe II y Felipe III
y en el que profesaron damas de la alta nobleza
a las que con frecuencia visitaba Margarita de Austria,
la esposa de Felipe III.

A mediados del siglo XVII, Juan Francisco Alonso Pimentel
albergó en el palacio un gran número de obras de arte,
la mejor colección privada de pinturas que ha existido en Valladolid,
entre las que se encontraban cuadros de Caravaggio y de Ribera,
que se perdieron poco tiempo después, en dos desastres:

*** 


El palacio sufrió graves incendios en 1667 y 1716;
este último asoló la segunda planta del edificio y las torres,
en él murieron varias personas
y se perdieron casi todas las riquezas;
hubo rogativas y procesiones en los conventos próximos;
nada consiguió frenar el avance de las llamas;
«en más de un mes se hallaba lumbre entre las ruinas»,
según cuenta Ventura Pérez.

El edificio quedó en ruinas y fue abandonado.
A partir de entonces sufrió transformaciones y cambios de uso:


En el siglo XIX fue adquirido por la Diputación
y convertido en hospicio.
Se derribó el torreón situado cerca del río
y se vendió parte del jardín, destruyendo sus galerías y paseos;
los escudos que figuraban en la fachada fueron picados,
desapareciendo así todo rastro de tan notable familia.
Hasta la plazuela cambió de nombre,
pasando a denominarse del Hospicio.
En 1863 la plaza recibía su nombre actual, de la Trinidad,
por un convento de trinitarios que allí hubo.

El palacio fue orfanato hasta los 70 del siglo XX,
años en los que, por su mal estado, quedó nuevamente abandonado.
En 1990 se convirtió en Biblioteca pública tras una profunda reforma,
en la que se intentó rescatar lo que quedaba de sus orígenes.


Pero esos vestigios son muy escasos.

Conserva, aunque alterada, la primitiva portada de acceso,
con los restos de lo que fueron escudos de los Condes-Duques.
En la parte posterior subsiste una balconada,
pobre muestra de las largas galerías que daban al Pisuerga.
Y parte de los patios...
Nada más...

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